El Papa ha tenido la acostumbrada Audiencia general en la Biblioteca del Palacio Apostólico. En su catequesis se ha centrado en el tema de la oración de acción de gracias
Para ello ha citado el texto del evangelista Lucas: “mientras Jesús estaba en camino, se le acercaron diez leprosos que imploran: «¡Jesús, ¡Maestro, ten compasión de nosotros!» (17,13)”.
Queridos hermanos y hermanas:
Hoy reflexionamos sobre la oración de acción de gracias. El evangelista Lucas nos relata cómo Jesús curó diez leprosos, pero sólo uno de ellos volvió a darle gracias, precisamente un samaritano, considerado “hereje” por los judíos. En esa ocasión Jesús comentó: «¿Sólo este extranjero volvió para glorificar a Dios?». Así nos muestra cómo el mundo puede dividirse en dos tipos de personas: los que dan gracias y los que creen que todo se les debe. La oración de acción de gracias nace precisamente de sentir que todo lo que tenemos es un regalo, un don, que estamos vivos, porque alguien nos ha querido antes incluso que nosotros aprendiéramos a pensar, aprendiéramos a amar o a desear.
Los cristianos, hemos dado el nombre de “Eucaristía”, que en griego significa acción de gracias, al principal sacramento de nuestra fe. Nosotros damos gracias por la vida y por todo lo que ella nos da; pero, como el leproso samaritano, no sólo agradecemos los dones, sino en ellos, el encuentro con Jesús. Ese leproso se distinguió de los otros porque entendió que debía dar gracias por su curación, pero sobre todo por haber conocido cuánto lo amaba Jesús. También nosotros estamos llamados a ser testigos, con la acción de gracias, de esa alegría, pues hemos encontrado una casa, donde nos sentimos acogidos y amados. El demonio busca alejarnos, dejarnos solos y tristes, sin embargo no estamos solos. Con Jesús podemos estar siempre alegres, porque nada puede separarnos de su amor
Quisiera detenerme hoy en la oración de acción de gracias. Y parto de un episodio del evangelista Lucas. Mientras Jesús estaba en camino, se le acercan diez leprosos que imploran: «¡Jesús, Maestro, ten compasión de nosotros!» (17,13). Sabemos que, para los enfermos de lepra, al sufrimiento físico se le unía la marginación social y la marginación religiosa. Eran marginados. Jesús no rehúye el encuentro con ellos. A veces va más allá de los límites impuestos por la ley y toca al enfermo −que no se podía hacer−, lo abraza, lo cura. En este caso no hay contacto. A distancia, Jesús les invita a presentarse a los sacerdotes (v. 14), los cuales estaban encargados, según la ley, de certificar la sanación. Jesús no dice nada más. Ha escuchado su oración, ha escuchado su grito de piedad, y les manda enseguida a los sacerdotes.
Los diez se fían, no se quedan ahí hasta el momento de ser sanados, no: se fían y van enseguida, y mientras están yendo se curan, los diez. Los sacerdotes habrían por tanto podido constatar su sanación y devolverles a la vida normal. Pero aquí viene el punto más importante: de ese grupo, solo uno, antes de ir a los sacerdotes, vuelve atrás a dar las gracias a Jesús y alabar a Dios por la gracia recibida. Solo uno, los otros nueve siguen el camino. Y Jesús advierte que ese hombre era un samaritano, una especie de “hereje” para los judíos de la época. Jesús comenta: «¿No ha habido quien volviera a dar gloria a Dios sino este extranjero?» (17,18). ¡Es conmovedora la historia!
Este relato, por así decir, divide el mundo en dos: quien no da las gracias y quien da las gracias; quien toma todo como si se le debiera, y quien acoge todo como don, como gracia. El Catecismo escribe: «Todo acontecimiento y toda necesidad pueden convertirse en ofrenda de acción de gracias» (n. 2638). La oración de acción de gracias comienza siempre desde ahí: del reconocerse precedidos por la gracia. Hemos sido pensados antes de que aprendiéramos a pensar; hemos sido amados antes de que aprendiéramos a amar; hemos sido deseados antes de que en nuestro corazón surgiera un deseo. Si miramos la vida así, entonces el “gracias” se convierte en el motivo conductor de nuestras jornadas. Muchas veces olvidamos hasta decir “gracias”.
Para los cristianos dar las gracias ha dado nombre al Sacramento más esencial que hay: la Eucaristía. La palabra griega, de hecho, significa precisamente eso: acción de gracias. Los cristianos, como todos los creyentes, bendicen a Dios por el don de la vida. Vivir es ante todo haber recibido la vida. Todos nacemos porque alguien ha deseado la vida para nosotros. Y esto es solo la primera de una larga serie de deudas que contraemos viviendo. Deudas de reconocimiento. En nuestra existencia, más de una persona nos ha mirado con ojos puros, gratuitamente. A menudo se trata de educadores, catequistas, personas que han desempeñado su papel más allá de lo que el deber exige. Y han hecho surgir en nosotros la gratitud. También la amistad es un don del que estar siempre agradecidos.
Este “gracias” que debemos decir continuamente, este gracias que el cristiano comparte con todos, se dilata en el encuentro con Jesús. Los Evangelios atestiguan que el paso de Jesús suscita a menudo alegría y alabanza a Dios en los que lo encontraban. Las relatos de la Navidad están llenos de orantes con el corazón ensanchado por la llegada del Salvador. Y también nosotros hemos sido llamados a participar en ese inmenso júbilo. Lo sugiere también el episodio de los diez leprosos curados. Naturalmente todos estaban felices por haber recuperado la salud, pudiendo así salir de esa interminable cuarentena forzada que les excluía de la comunidad. Pero entre ellos hay uno que a la alegría añade alegría: además de la sanación, se alegra por el encuentro con Jesús. No solo está libre del mal, sino que ahora también posee la certeza de ser amado. Este es el núcleo: cuando das gracias, expresas la certeza de ser amado. Y ese es un paso grande: tener la certeza de ser amado. Es el descubrimiento del amor como fuerza que gobierna el mundo. Dante diría: el Amor «que mueve el sol y las demás estrellas» (Paraíso, XXXIII, 145). Ya no somos viajeros errantes que vagan de aquí para allá, no: tenemos una casa, vivimos en Cristo, y desde esa “casa” contemplamos el resto del mundo, y nos aparece infinitamente más bonito. Somos hijos del amor, somos hermanos del amor. Somos hombres y mujeres de gracia.
Por tanto, hermanos y hermanas, tratemos de estar siempre en la alegría del encuentro con Jesús. Cultivemos la alegría. En cambio, el demonio, después de habernos engañado −con cualquier tentación−, nos deja siempre tristes y solos. Si estamos en Cristo, ningún pecado y ninguna amenaza nos podrán impedir nunca continuar con alegría el camino, junto a tantos compañeros de viaje.
Sobre todo, no descuidemos agradecer: si somos portadores de gratitud, también el mundo se vuelve mejor, quizá solo un poco, pero es lo que basta para transmitirle un poco de esperanza. El mundo necesita esperanza y con la gratitud, con esa actitud de decir gracias, transmitimos un poco de esperanza. Todo está unido, todo está conectado y cada uno puede hacer su parte allá donde se encuentra. El camino de la felicidad es el que San Pablo describe al final de una de sus cartas: «Orad sin cesar. Dad gracias por todo, porque eso es lo que Dios quiere de vosotros en Cristo Jesús. No extingáis el Espíritu» (1Ts 5,17-19). No apagar el Espíritu, ¡buen programa de vida! No apagar el Espíritu que tenemos dentro que nos lleva a la gratitud.
Saludo cordialmente a los fieles de lengua francesa. Hermanos y hermanas, que el misterio de la Navidad que hemos celebrado nos mantenga en la alegría del encuentro con Jesús, que este encuentro ilumine nuestro camino durante todo el año que viene. ¡Dios os bendiga!
Saludo cordialmente a los fieles de lengua inglesa. Deseo que cada uno y vuestras familias acaricie la alegría de esta temporada navideña, encontrando en oración al Salvador que desea estar cerca de todos. ¡Dios os bendiga!
Queridos hermanos y hermanas de lengua alemana, al final de este año difícil, quizás estemos tentados de ver en primer lugar lo que no se podía hacer y lo que nos faltaba. Pero no olvidemos las muchas, innumerables razones para agradecer a Dios y al prójimo. ¡Os deseo sinceramente la alegría que proviene de la gratitud!
Saludo cordialmente a los fieles de lengua española. Los animo a responder a esta alegría del encuentro con Jesús como nos pide el apóstol san Pablo, dando gracias en cualquier situación y siendo perseverantes en la oración. Y a todos les deseo un año nuevo lleno de la Presencia misericordiosa de Dios. Que el Señor los bendiga.
Queridos hermanos y hermanas de lengua portuguesa, el pasado domingo celebramos la Fiesta de la Sagrada Familia. De San José y la Virgen María, que con tanto amor custodiaban al Niño Jesús, aprendemos a amar cada vez más a los que Dios nos ha confiado. Os bendigo cordialmente y os deseo un sereno y feliz año nuevo.
Saludo a los fieles de lengua árabe. El camino de la felicidad es el que san Pablo describió al final de una de sus cartas: “Orad sin interrupción, dad gracias en todo: esa es precisamente la voluntad de Dios en Cristo Jesús para vosotros. No apaguéis el Espíritu” (1Ts 5,17-19). ¡Os deseo a todos un feliz año nuevo!
Dirijo un cordial saludo a todos los polacos. Queridos hermanos y hermanas, a medida que nos acercamos al final de este año, no lo valoremos solo por el sufrimiento, las dificultades y las limitaciones provocadas por la pandemia. Descubramos el bien recibido todos los días, así como la cercanía y la benevolencia de los hombres, el amor de nuestros seres queridos y la bondad de todos los que nos rodean. Demos gracias al Señor por cada gracia recibida y miremos al futuro con confianza y esperanza, encomendándonos a la intercesión de San José, patrón del nuevo año. Que sea para cada uno y para vuestras familias un año feliz y lleno de gracias divinas. ¡El Señor os bendiga!
Dirijo un cordial saludo a los fieles de lengua italiana, deseando a todos que el Año Nuevo sea pacífico y fructífero en todos los bienes deseados. Sed heraldos en la sociedad actual de la Buena Nueva traída por los Ángeles a Belén.
Finalmente, mi pensamiento se dirige, como siempre, a los ancianos, jóvenes, enfermos y recién casados. Vivid el Año Nuevo como un regalo precioso, comprometiéndoos a construir vuestra vida a la luz de la verdad que el Verbo Encarnado vino a traer a la tierra.
Ayer un terremoto provocó víctimas y daños enormes en Croacia. Expreso mi cercanía a los heridos y a quienes han sido golpeados por el terremoto y rezo en particular por quienes han perdido la vida y por sus familiares. Espero que las autoridades del país, ayudadas por la Comunidad internacional, puedan aliviar pronto los sufrimientos de la querida población croata.
Fuente: vatican.va / romereports.com
Traducción de Luis Montoya
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