Jamás agradeceremos bastante a nuestros padres la vida que nos han dado
¡Qué cosa más normal y sencilla! Celebrar el nacimiento de una nueva criatura. Nos gustan los niños, son una alegría. En Navidad el Cielo se une a la tierra, la Familia divina con la humana. Ambas festejan y hacen suyo al recién nacido: “al chiquirriquitín metidito entre pajas”. Los niños son los que más la disfrutan y nosotros con ellos.
Pero en todo nacimiento hay un padre y una madre. Es la fiesta de la grandeza de la maternidad y la paternidad. Nunca serán suficientemente exaltadas, jamás agradeceremos bastante a nuestros padres la vida que nos han dado. Porque todo nace ahí: con la vida. Podrán hacerlo mejor o peor, pero gracias a ellos aquí estamos. Con la existencia viene la posibilidad de la felicidad, sin ella no hay nada. Añorar la nada, el nihilismo, es la postura más irracional que podemos tener. Es cierto que habría que enseñar a ser buenos padres, y más ahora.
En muchos casos no educamos a los que luego tendrán que enseñar, y nadie da lo que no tiene. Falta compromiso y empeño en formar bien, tanto en las familias como en la escuela. Es una laguna de la sociedad. Por eso habría que valorar a aquellos que lo hacen, a las escuelas de padres.
Es paradójico que en estas fechas se intente consumar la victoria de la muerte. La vida ya no la consideramos como un don, es una carga para algunos. Algo que no es mío, porque en mi soberbia no quiero aceptarla como un regalo, y solo me interesa lo que depende de mí, lo que yo domino, lo que yo creo. Y, ya que no me puedo dar la vida, protesto quitándola. Parece que solo se puede progresar luchando contra el Creador. Siempre es lo mismo, la añoranza de ser dioses malévolos y pequeñitos.
Pero la vida sigue abriéndose paso. En el Evangelio de hoy se narran dos concepciones portentosas, la de Juan el Bautista y la de Jesús. Dos madres: una casi niña, María; otra entrada en años, Isabel. La primera, virgen, concibe milagrosamente del Espíritu Santo; la otra cuando ya pensaba que era imposible. Toda vida humana requiere la generosidad de los padres y la intervención de Dios regalándole el alma, que por ser espiritual procede directamente del Creador.
Los padres con su entrega conyugal hacen visible el misterio de Dios: “En efecto, el cuerpo, y sólo él, es capaz de hacer visible lo que es invisible: lo espiritual y lo divino. Ha sido creado para transferir a la realidad visible del mundo el misterio escondido desde la eternidad en Dios, y ser así su signo” (s. Juan Pablo II). Ellos, los padres, pueden hacer patente la grandeza del amor divino dando vida con Él. La maternidad-paternidad es un poder que engrandece. Es un arcano que difícilmente entendemos. Pero es la fuente de todo bien que puede acaecernos, es un canto a la vida.
María y su pariente Isabel se sienten agradecidas por sus hijos. En su primer encuentro, tras su maternidad, María engrandece al Señor porque ha hecho cosas grandes en Ella. Profetiza que la llamarán bienaventurada todas las generaciones, pero todo es obra del Altísimo. Ella tan solo ha dado su consentimiento −que no es poco−. Creo que el mejor invento del mundo son las madres.
Me siento en deuda infinita con mis padres. Todos los días rezo por ellos y doy gracias por haberles tenido. Me apena las veces que no los he valorado suficientemente. A pesar de las restricciones que la pandemia nos impone, son días para estar muy cerca de ellos. ¡Que ninguno se sienta solo!
Tiempo también para hermanarnos. No es suficiente con ser generosos con los regalos, deberíamos ser un regalo para los nuestros. Prepararnos para sorprender a los que amamos, para salir a su encuentro y prestarles los servicios que necesitan. Si lo pensamos bien descubriremos lo que más les ilusiona. Días para abrir las puertas y los bolsillos a los más necesitados. Seguro que colaboramos con las diversas campañas: Cáritas, Banco de alimentos…, nos viene bien olvidarnos de nosotros y pensar en los demás, como María que va corriendo a ofrecerse a su pariente Isabel.
Estamos contentos porque nos ha nacido un Niño y queremos que todos lo celebren. La alegría favorece la generosidad, la caridad concreta.