Qué cierto es aquello de que en la familia numerosa las alegrías se multiplican y las penas se dividen
Mi mujer es la mayor de una familia numerosa de siete hijos. Su quinto hermano se llama Alberto. Familiarmente, Tito. Está casado con Ana y tienen seis hijos. En la familia de mi mujer (que, desde hace treinta y seis años, y cinco más de noviazgo, es también la mía) somos siete matrimonios con treinta y cinco hijos y ya varios nietos. Mi mujer y yo tenemos siete hijos y en mi familia de origen somos seis hermanos… Y paro de contar.
Ya se ve que lo de la familia numerosa es casi una tradición en mi entorno próximo. Alguien podría pensar que nos gustan los niños… Hay de todo, pero sería un error buscar ahí la razón. Por algún capricho de la naturaleza, los niños solo lo son durante un tiempo breve, luego se empeñan en crecer y dejan de serlo.
Los hijos dan trabajo. Hay que cuidarlos, a veces tienen y generan problemas, requieren dedicación de tiempo, consumen esfuerzos y dinero, exigen grandes sacrificios, el abandono de proyectos y la adaptación de las trayectorias personales. Y, sin embargo, en mi familia nos empeñamos en tener muchos. A veces vienen y a veces no, claro, pero todos coincidimos en que vale la pena. Tito, también.
Con los hijos pasa un poco como con los amigos. También estos, si lo son de verdad, exigen toda esa dedicación. Aun así, hay gente que de manera contumaz insiste en tener muchos amigos, como Tito. ¡Qué cosas!
Creo que lo de tener hijos tiene más que ver con el amor, la confianza, la magnanimidad y la admiración ante el milagro de la vida y de la persona humana que con los gustos. En alguna ocasión he hablado de la importancia de la fecundidad en el amor, que no consiste en un número sino en una disposición ante la vida.
Tito, el hermano de mi mujer, se ha contagiado de coronavirus y está grave. Cansancio, fiebre, descenso de la saturación de oxígeno en sangre…, hoy está en la UCI, entubado, sedado y luchando contra la enfermedad. En apariencia, está solo ante el peligro. Como les sucede a tantos otros, nadie puede acompañarle. Le entubaron el domingo. Hubo consternación y desconcierto. Llamadas, mensajes, petición de información de la familia que vive fuera (una buena parte)…
De pronto, toda la familia numerosa (escandalosa, diría yo) se puso en pie de guerra. Como si se tratara de un ejército, cada uno a su estilo, quien con mucha agitación, quien serenamente, quien con impaciencia, quien con calma, quien más personalmente, quien más socialmente, quien en voz alta, quien interiormente, todo el mundo se movilizó.
Los grupos de whatsapp de todos empezaron a emitir. En pocas horas había miles de personas rezando. ¡Ah, sí, me olvidaba! En mi familia, además, tenemos esta otra costumbre: se reza mucho. Para dar gracias, para recibir fuerzas, para pedir ayuda… Desconfiamos mucho de nuestras propias fuerzas y pedimos siempre ayuda. Qué se le va a hacer…, no podíamos ser perfectos.
Mi familia es como una ONG. Bueno, en realidad, es una NONG, una No Organización No Gubernamental, eficacísima. En un par de días se organizó un verdadero zafarrancho antivirus, o pro-Tito: hacer compañía a Ana y sus hijos (¡que no se sientan solos!), cenas, comidas, desayunos, visitas de mayores y pequeños para estar juntos; ir a buscar a los que están fuera, saltándose el confinamiento si es necesario, porque la norma es para la persona y no la persona para la norma; ayudarles a coordinar la organización familiar en todo lo que hacía Tito y Ana no controlaba tanto; disponer todo lo material y logístico… y mil cosas más. Gracias a Dios, Ana tiene una familia también muy numerosa por su lado, y ella y Tito, además, numerosos y buenos amigos, por lo que las fuerzas se multiplican.
Además, en pocas horas habíamos localizado una enfermera de prácticas en la UCI, un intensivista (creo, esto de las profesiones sanitarias se me escapa un poco), otro doctor del mismo hospital y algunos médicos de fuera interesándose por Tito y recibiendo y transmitiendo noticias a discreción.
Qué cierto es aquello de que en la familia numerosa las alegrías se multiplican y las penas se dividen. En el caso de Tito, puedo decir que el divisor es tan grande y se ha extendido tanto entre amigos y conocidos que el cociente ha resultado francamente pequeño. Hemos dividido hasta tal punto el sufrimiento que, a Tito, estoy seguro, le ha quedado solo un pequeño resto, ¡no vaya a ser que se lo demos todo hecho! A él también le toca su parte. No sé cómo es su habitáculo en la UCI, pero no me queda ninguna duda de que, a estas alturas, se le ha quedado pequeño, y su aparente soledad se ha transformado en una invisible y multitudinaria compañía.
Con la ayuda de todos, también de los que leáis este post, pronto estará en casa. Quería hacer un hashtag (#Titoacasa), pero no sé cómo se hace. Lo dejo para otro. ¡Muchas gracias y feliz tarde!