“Se precisa la fortaleza del corazón; con la cabeza no se siente y con el corazón no se piensa; pero algunos deciden llevados del sentimentalismo”
A veces soñamos actos heroicos cuando la realidad es que la vida puede estar llena de estos, no hay que buscar lo extraordinario; el heroísmo puede estar en lo cotidiano. El orden material puede ser un buen campo de lucha. Guardar las cosas en su sitio y cuidarlas para evitar que se estropeen. Sorprende las quejas inútiles ante el cambio de tiempo; otros lo dan por sabido el frío o el calor, sin repetirlo una y otra vez. Un viaje en autobús puede ser un motivo de queja continua o de disfrutar con el paisaje. El deporte es otro campo: aprender a ganar y a perder con elegancia. Tirar la raqueta al suelo por enfadado al perder un tanto, si es excepcional no tiene mayor importancia; si se repite, debiera ser motivo de reflexión.
Una persona que ha trabajado este hábito con una dimensión educativa es Julio de la Vega-Hazas. Otros lo han hecho desde enfoques filosóficos, etc. La fortaleza no es hacer un acto heroico una vez; es vivirla en lo ordinario; de hecho, algunos héroes famosos tuvieron un mal final en sus vidas. La meta es alta y para valorarla se precisa saber en qué consiste; es vencer el temor y huir de la temeridad; tener la firmeza constante en buscar el bien. A veces supone afrontar tareas arduas y otras resistir en la adversidad; ambas tareas requieren esfuerzo. La fortaleza es clave para vivir la justicia; más cuando la presión, del tipo que sea, inclina a no hacerlo. Ser un juez honesto requiere valor; la prudencia indica cómo ejercerla; decir no, cuando hay que hacerlo, requiere este rasgo. Cuando un joven no quiere hacer algo que considera indigno y que alguien del grupo lo ha sugerido, es el momento de vivir la fortaleza y negarse a secundar esa actividad indigna.
Admunsen cruzó la Antártida con sus hombres y puso los medios para no perder a nadie; cuando él logró salir de allí, volvió con un barco a recoger al resto de la expedición. Se puede valorar el liderazgo que ejercitó para que el grupo se mantuviera compacto. Lo positivo del relato es la fortaleza que vivió para salir en esa situación y lograr que salieran todos sus compañeros de expedición. Alejandro Magno en sus campañas recorrió más de 18.000 km., buena parte andando y cruzando desiertos. Se puede pensar que pudo haber gastado esa energía, y la capacidad de liderazgo, de otra forma. Es patente que vivió la fortaleza pero quizá le faltó prudencia para prever su sucesión. Al no tener herederos y morir inesperadamente, su imperio se deshizo. Para dar en el centro de la diana, es importante tener fuerza para usar el arco y puntería para que clavar las flechas en el centro de la diana. Las virtudes comentadas no se pueden vivir por separado; la templanza, la fortaleza, la justicia y la prudencia se viven si se ejercitan las cuatro.
Dice Carlos Llano que la fortaleza nace en la mente y se apoya en convicciones sólidas; de ahí surge la motivación. No tendrán capacidad para atacar y resistir −actos de la fortaleza− sin convicciones y cuidando el respeto de la libertad, que es parte esencial al gobernar. Una persona sin ideales es pusilánime, débil. Así se comprende la frase de Ortega y Gasset: no somos disparados sobre la existencia como la bala de un fusil, cuya trayectoria está determinada. Es falso pensar que deciden las circunstancias; ellas son el dilema ante el que tenemos que decidir. Pero el que decide es nuestro carácter. Las personas sin carácter recio no deciden, se dejan llevar por su entorno.
De modo diferente actúan quienes tienen una personalidad formada: buscan configurar las circunstancias. La falsa fortaleza del arrogante es ingrata. Igual de pobre es una personalidad blanda, dependiente siempre de los demás. Hay que pulir las ideas, hacerlas hondas y fuertes, a la vez que respetuosas con la libertad ajena. Dice Llano que se precisa la fortaleza del corazón; con la cabeza no se siente y con el corazón no se piensa; pero algunos deciden llevados del sentimentalismo. Se precisa del raciocinio, depurado de los laberintos de la emotividad; a la vez, la inteligencia necesita calentar el corazón. No nos perderemos en estas distinciones si tenemos en cuenta que siempre es la persona quien actúa; en ella la inteligencia es el volante y el corazón el acelerador. Una orienta y el otro impulsa. Si se cambian sus funciones se derivan errores.
Este autor pone este ejemplo: el presidente de una empresa decidió cambiar de secretaria y se puso en marcha el proceso de selección. Después del proceso de selección, llegaron al final tres personas. Para agilizar la elección, hicieron ante el presidente un ejercicio formulando a las tres la misma pregunta: ¿Cuánto son dos y dos? La primera dijo: cuatro; la segunda: pueden ser veintidós; la tercera: pueden ser cuatro o veintidós. El psicólogo llevó al presidente su veredicto: "La primera dio la respuesta más obvia, es un espíritu simple, actúa sin rodeos; la segunda es prudente, intuyó una trampa y dio una respuesta que revela una mentalidad viva; la tercera mostró flexibilidad, capacidad diplomática, tal vez cautelosa. ¿Cuál de las tres escoge usted?" El presidente respondió sin dudar: "la señorita de los ojos azules". Hay personas como este presidente. Deciden solo guiados por el sentimiento.
Sin embargo, pensar no basta; las ideas deben unirse a la fuerza del corazón. Quien desea ser cirujano buscando sólo conocer mejor el organismo humano para investigar nunca podría ser buen médico, pues olvida que el enfermo es una persona y requiere una atención diferente a la del veterinario o la del biólogo. La persona humana es sistémica, todo conecta con todo; para bien y para mal. No faltan casos en los que un corazón arrastrado por las pasiones hace ver rectos caminos objetivamente torcidos. Para educar no basta formar la inteligencia; también la voluntad y el corazón para amar el bien. A veces, a pesar de todo, la persona decide mal. Si es humilde, puede rectificar, reconocer su error y asumir las consecuencias.
Otro ejemplo del mismo autor es: hace años, recuerdo la sorpresa que me causó, con oportunidad de las olimpiadas de Roma en 1960, ver en la televisión el impresionante arranque de Vilma Rudolf, una joven de color, norteamericana. Tenía entonces apenas veinte años y corrió los 100 metros en once segundos, pulverizando el récord mundial femenino. Hasta aquí, esta historia quizá no cause admiración. Pero lo sorprendente −y eso es poco conocido− es saber que Vilma había padecido antes una seria enfermedad y quedó paralítica. Durante dos años usó silla de ruedas; luego, durante cinco más, muletas; aspiraba vivir como otras niñas. Se esforzó tanto en duras sesiones de recuperación que logró, no sólo correr como las demás, sino convertirse en Roma en la quinta mujer en la historia que ganó los 100 y los 200 metros consecutivamente. Esa victoria le exigió un constante esfuerzo que, poco a poco, le llevó a lograr esa meta. Es la prudencia quien debe regular las aspiraciones; a veces la fortaleza está en asumir con señorío una limitación inevitable.
Lo ordinario es vivirla en lo cotidiano: llevar con serenidad las molestias de una leve enfermedad, vivir con paciencia incomodidades sin quejas que no arreglan nada. A veces soñamos actos heroicos cuando la realidad es que la vida puede estar llena de estos, no hay que buscar lo extraordinario; el heroísmo puede estar en lo cotidiano. El orden material puede ser un buen campo de lucha. Guardar las cosas en su sitio y cuidarlas para evitar que se estropeen. Sorprende las quejas inútiles ante el cambio de tiempo; otros lo dan por sabido el frío o el calor, sin repetirlo una y otra vez. Un viaje en autobús puede ser un motivo de queja continua o de disfrutar con el paisaje. El deporte es otro campo: aprender a ganar y a perder con elegancia. Tirar la raqueta al suelo por enfadado al perder un tanto, si es excepcional no tiene mayor importancia; si se repite, debiera ser motivo de reflexión.
El estudio, el trabajo, además de servir a la sociedad, puede ser escuela de virtudes. Estudiar cuesta; dice Vegas-Hazas: deben comprender todos, […], que en uno u otro momento nos cansamos todos, pero eso no significa que tengamos que estar quejándonos cada vez que suceda; la fortaleza nos pide lo contrario. La vida familiar es otra ocasión para vivirla; a veces escuchando, otras hablando, evitando buscar ser el centro de atención o alimentando una conversación que decae. El don de la oportunidad ayuda a actuar de un modo u otro.
Para el creyente, esos rasgos se complementan con la ayuda de Dios para realizar tareas costosas. Es posible vivir por motivos humanos la fortaleza, pero es más sencillo si se pide ayuda a Dios. Dice el autor mencionado que si queremos educar en la fe, nunca podemos olvidar que una vida cristiana auténtica nunca puede lograrse solo con buenas intenciones. Hace falta cultivar la virtud, que requiere un esfuerzo sostenido. Añade: la fortaleza no solo hace posible enfrentarse a lo arduo y superar los obstáculos [...]. Mueve a metas altas sin perder el realismo.
Para leer:
Llano, Carlos: Viaje al centro del hombre. Ed. Rialp. 2010.
Para ver:
Los archivos del Pentágono. 2018. Dirigida por Steven Spielberg.
Rafael Lacorte Tierz y José Manuel Mañú Noain
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