Sigue habiendo buenas noticias, o para que algo se publique, ¿tiene que ser, necesariamente, malo?
Hace unos días una amiga gaditana me contó que su hijo de dieciocho años había quedado segundo entre 660 participantes en un concurso mundial de manualidades. Le felicité y le pregunté si el hecho se había publicado. Sorprendida por mi pregunta me dijo que esas cosas no eran noticia.
Tampoco se publicó el premio que otro joven obtuvo en un concurso organizado por un conocido centro vasco de gastronomía. En ambos casos, la alegría había quedado reducida al ámbito de las familias agraciadas. Nadie más se enteró, y yo no estoy de acuerdo con ello.
Que haya entre nosotros jóvenes que se atrevan a participar en certámenes en los que van a competir con miles de otros jóvenes, sin acobardarse ante barreras idiomáticas o de cualquier otro tipo, es algo que hay que dar a conocer. Basta ya de asociar a los jóvenes con fiestas e irresponsabilidad ante el virus. Es hora de hablar de otros jóvenes que, con esfuerzo y creyendo en ellos mismos, se atreven a enfrentar retos en la vida.
Leí el otro día que una joven gaditana, a pesar de serios problemas de salud, había superado con gran esfuerzo sus estudios. Felicidades. ¡Menos mal que, al menos, esa noticia sí que se publicó!
Estamos intoxicados de malas noticias. Unas veces son conductas; otras, agresiones verbales. ¡Esos son los modelos que ven nuestros hijos y alumnos! Ante tanta degradación, no dejo de pensar en lo difícil que lo tienen padres y educadores para contrarrestar tanto mensaje envenenado.
¿No es ahora más urgente que nunca dar a conocer modelos positivos de comportamiento? Personas, ejemplos, testimonios que nos digan que otro modo de vivir es posible. Que es posible creer en la persona y trabajar por su mejora; que es posible, juntos, hacer el mundo mejor. Que vivir así merece la pena. No es hora de ocultar el bien que se hace. Es hora de darlo a conocer y contagiarlo. ¡Es hora de publicar buenas noticias!