Edu tan solo puede mover los ojos, pero lo aprovecha para mirar con gran cariño a los suyos
Qué bonito sería que todos nos consideráramos hermanos! Que la razón de nuestra existencia fuera hacer felices a los demás. Ahora, por el covid-19, estamos en tiempo de primeras comuniones. El sábado pasado la hizo Juanjo y su abuela me mandó este mensaje: “Buenos días muchas gracias, la ceremonia fue muy bonita y entrañable; muchas gracias, el niño feliz y la comida muy familiar y todos colaboramos para hacernos felices entre nosotros… Un abrazo de toda la familia”.
Estamos hechos para el amor, necesitamos sentir el calor de hogar, disfrutamos en los buenos ratos de familia, de la amistad sincera. Todos apreciamos un detalle de cariño. Nos gusta ser queridos, importarles a los demás.
Una buena madre, que tiene un hijo estupendo y enfermo −Edu−, ha creado un grupo de whatsapp preparando su 18 cumpleaños. Quiere organizar la fiesta que Edu se merece. Por las circunstancias será virtual, pero llena de calor y de sabor de multitudes ¡Muchas felicidades Edu! Estamos todos contigo. Lo que hace que seamos hermanos, importantes, lo que salvará al hombre es darnos cuenta de que Dios es nuestro Padre.
Un Papá bueno, sabio y todopoderoso que nos mira con cariño y nos enseña a amar. Que quiere hacernos felices a través de nuestro mutuo cariño. El distanciamiento, la frialdad, la reivindicación, el individualismo solo sirven para fomentar la apatía y, con ella el consumismo. Quizá sea algo buscado por algunos, pero lleva al fracaso.
“El reino de los cielos se parece a un rey que celebraba la boda de su hijo; mandó a sus criados para que llamaran a los convidados, pero no quisieron ir”. Siempre me ha gustado ver que Jesús habla del Cielo, que es nuestro destino, como de un banquete de bodas. Nada más alegre, familiar, divertido y gratificante. ¡Qué empeño tiene por hacernos dichosos! La tradición cristiana es festiva, está tejida de amor y de alegría, de paz. Es familiar en el sentido amplio y generoso.
Es como el Papa nos hace ver en su tercera encíclica Fratelli Tutti: “Anhelo que en esta época que nos toca vivir, reconociendo la dignidad de cada persona humana, podamos hacer renacer entre todos un deseo mundial de hermandad. Entre todos: He ahí un hermoso secreto para soñar y hacer de nuestra vida una hermosa aventura. Nadie puede pelear la vida aisladamente. […] Se necesita una comunidad que nos sostenga, que nos ayude y en la que nos ayudemos unos a otros a mirar hacia delante. ¡Qué importante es soñar juntos!”
Edu lleva gastados cinco, de sus escasos 18 años impedido, dependiendo en todo de los suyos, tan solo puede mover los ojos, pero lo aprovecha para mirar con un gran cariño a los suyos, para sonreír. Se comunica abriendo y cerrando los párpados con mayor elocuencia que muchos parlamentarios y locutores. Habla con el corazón y desde Dios. Es consciente de su misión: dejarse querer y cuidar y, a su vez, derrama ternura y ganas de vivir a espuertas. Tenemos que hacer frente a la vida deportivamente, como un estupendo juego, sorteando los obstáculos y unidos, siempre unidos. Considerando a los otros como alguien muy mío, con interés.
Debemos vivir sumando, mejorando lo que nos dejaron nuestros mayores. Sentarnos juntos en la mesa del banquete donde no sobra nadie. “En esta línea se situaba un consejo que di a los jóvenes: Si una persona les hace una propuesta y les dice que ignoren la historia, que no recojan la experiencia de los mayores, que desprecien todo lo pasado y que solo miren el futuro que ella les ofrece, ¿no es una forma fácil de atraparlos con su propuesta para que solamente hagan lo que ella les dice?
Esa persona los necesita vacíos, desarraigados, desconfiados de todo, para que solo confíen en sus promesas y se sometan a sus planes”, comenta Francisco en la Encíclica. No excluir a nadie, de todos podemos aprender, todos aportan y sumando haremos de la tierra un pedacito de cielo.