Dios se sirve hasta de la sordera y siempre de la alegría
Una buena mujer, ya mayor y bastante sorda se acercó al confesionario. Repitió varias veces el Ave María Purísima, e incluso empezó con su confesión. Era consciente de su sordera, pero es que no oía nada, hasta que comprobó que no había nadie al otro lado de la rejilla.
La mujer tenía muy buen humor y se levantó con una amplia sonrisa, riéndose un poco de sí misma, lo que es muy sano. Al día siguiente fue a Misa y se le acercó una chica joven de unos 25 años que le dijo que le quería dar las gracias.
La señora no entendía mucho el porqué de ese agradecimiento, pues acababa de llegar. La chica le dijo: llevaba tiempo queriendo confesar pero me daba miedo, reparo... pero ayer al verle a usted salir tan contenta del confesionario me animé, y estoy feliz de haberlo hecho.
Dios se sirve hasta de la sordera y siempre de la alegría.