¿Por qué negar las diferencias entre hombre y mujer?
Se ha convertido en una costumbre negar cualquier diferencia −biológica o antropológica− entre el hombre y la mujer. Paradójicamente, esto se produce en una cultura donde las personas de “mentalidad abierta”, afirman que ser diferentes implica “riqueza”, “ocasión de encuentro y confrontación”, “oportunidades de intercambio y de crecimiento”.
Entonces, ¿por qué negar las diferencias entre hombre y mujer?
Se teme que reconocer una “diversidad natural” implique afirmar que uno de los dos cuenta más o menos que el otro, o asignar roles “demasiado rígidos” dentro de la sociedad, normalizados, “estereotipados”. Se tiende a afirmar que hombre y mujer son “iguales” en cuanto merecen el mismo respeto.
Cualquiera con sentido común está de acuerdo en que se debe respeto a todas las personas. Sin embargo, es reductivo eliminar las diferencias por miedo a no saber valorarlas.
Marta Brancatisano, profesora de Antropología Dual en la Facultad de Comunicación de la Universidad Pontificia de la Santa Cruz, subraya en sus cursos y libros que la diversidad entre hombre y mujer no implica una diferencia en términos de “dignidad”: ambos seres humanos tienen la misma dignidad inviolable, la misma inteligencia “humana”, la misma vocación al amor, al don de sí.
La diversidad, explica en el libro Hombre y mujer. Consideraciones de antropología dual (Edusc, 2015, 18 euros) subsiste a través de una “posición existencial” diferente, debida al hecho −evidente sin necesidad de demostraciones−, de que “el hombre lleva la vida fuera de sí”, mientras “la mujer la acoge dentro”.
Son “estructuralmente” distintos: esto implica un enfoque diferente sobre la realidad, una mirada diversa hacia las cosas del mundo, hacia sí mismos y el otro (aunque sin duda, la naturaleza está claramente condicionada por el ambiente, por el contexto en que se vive).
Admitir las diferencias no significa asignar unos roles de modo “rígido”: el hombre es ingeniero, la mujer cocina (existen buenos chef y mujeres ingenieras). No se trata de tener más o menos cualidades, únicamente de expresarlas, mostrarlas, vivirlas de modo “masculino” o “femenino”.
Alguien podría pensar que, incluso admitiendo las diferencias, no es importante reconocer cuáles son. Pues bien, una respuesta la da John Gray, autor del clásico Los hombres son de Marte, las mujeres de Venus.
Para el ensayista estadounidense se trata de un punto de articulación fundamental para que ambos puedan armonizarse, conocerse más a fondo, en vez de hacerse la guerra a fuerza de incomprensiones.
Reconocer las diferencias entre hombres y mujeres (¡sobre todo en el modo de comunicar!) no significa etiquetar, discriminar, quitar algo a la emancipación de uno o del otro sexo, sino favorecer una mayor comprensión y cohesión entre los dos sexos.
Gray afirma: “Los hombres y las mujeres no sólo se comunican de manera diferente sino que piensan, sienten, perciben, reaccionan, responden, aman, necesitan y valoran de manera totalmente diferente. Casi parecen proceder de planetas distintos, con idiomas distintos y necesidades también diferentes. Esta mayor comprensión de nuestras diferencias ayuda a solucionar en gran medida la frustración que origina el trato con el sexo opuesto y el esfuerzo por comprenderlo. Las incomprensiones pueden disiparse o evitarse fácilmente. Las expectativas incorrectas se corrigen en seguida. Recordarás que tu pareja es tan distinta de ti como si procediera de otro planeta y podrás entonces relajarte y cooperar con esas diferencias en lugar de resistirte a ellas o de intentar cambiarlas”.
Pretender ser “iguales”, pretender que el otro se comporte como nosotros, es causa de grandes sufrimientos. El autor ofrece algunos consejos para acercarse al mundo del otro sexo.
En los distintos capítulos, el autor del libro describe las principales diferencias que encuentra: por ejemplo, hombre y mujer se disgustan por motivos diversos, tienen prioridades diferentes, hablan y dejan de hablar por motivos distintos. Si los hombres “ofrecen soluciones y descalifican sentimientos”, las mujeres “ofrecen consejos no solicitados”. Mientras los marcianos (los hombres) tienden a apartarse y reflexionar en silencio acerca de sus preocupaciones, las venusianas (las mujeres) sienten la necesidad instintiva de hablar acerca de sus problemas. La mujer tiende a “hablar inmediatamente” de lo que la frustra, de los problemas. El hombre necesita calmarse, reflexionar más bien a solas.
Leyendo el texto de Gray, se saca la idea de que hace falta una especie de diccionario, que traduzca simultáneamente los distintos comportamientos, las diversas necesidades, los diferentes modos de afrontar la vida −y en concreto, las relaciones− del hombre y de la mujer.
Habla de “relación de pareja”, pero son muchos los contextos en que hombres y mujeres deben dialogar y colaborar.
Todos, a nuestro juicio, tendrían que conseguir un buen diccionario que traduzca del marciano al venusiano: quizá nunca lograremos tener una lengua “nativa” (siempre seremos marcianos o venusianas), pero al menos tendremos los términos y los conocimientos de gramática suficientes para entrar en contacto con el otro.
¿El primer paso para empezar a “estudiar” la lengua del otro? Decirlo sin miedo: somos similares, ¡pero también maravillosamente diferentes!
Cecilia Galatolo, en familyandmedia.eu.
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