Con 55 años y una enfermedad incurable, Esther llegó a pedir que pusieran fin definitivamente a su sufrimiento. Ahora, ha recuperado la esperanza
Con 55 años y una enfermedad incurable, Esther llegó a pedir que pusieran fin definitivamente a su sufrimiento. El control de su dolor, el apoyo de su familia y los cuidados integrales que recibe a diario le han devuelto la esperanza y todo porque según explica a COPE “cuando te cuidan adecuadamente te das cuenta de que tú no querías en realidad morir, lo que querías, es no sufrir”.
Hace tres años que el cáncer de mama con metástasis ósea que le diagnosticaron no tiene tratamiento posible y el 18 de septiembre llevará un mes en un centro de cuidados paliativos. Sus llegada procedente del Hospital madrileño de Fuenlabrada a la Fundación Vía Norte Laguna no fue precisamente un camino de rosas. Se le disparó el azúcar a niveles alarmantes y el dolor que tenía era insoportable.
“Solamente sé que la desesperación era absoluta. Yo en ese momento si la eutanasia hubiese existido hubiese pedido que me matasen. Pedía cuchillas, pastillas, de todo, porque yo no podía vivir, no es que no quisiese, porque yo soy una persona vital que quiere vivir hasta el último momento, es que era imposible vivir con ese dolor” asegura Esther.
Una de cada dos personas muere en España sin los cuidados paliativos que necesitan. Esther los está pudiendo recibir y esto ha cambiado mucho las cosas. Tras casi 4 semanas de apoyo físico, emocional y espiritual su situación y sus deseos han cambiado radicalmente. Cuando hoy vuelve a leer los whatsapp en los que pedía que acabaran con su vida no se reconoce y piensa que entonces el dolor no le dejaba pensar con claridad.
“Tú lo que quieres es dejar de sufrir y entonces lo más fácil es morirte porque así se acaba todo y ya no tienes que sufrir más pero cuando superas el dolor, tu cabeza vuelve a su sitio y te das cuenta de que ese dolor es limitado y que tú lo que has tenido no es ganas de morirte, tú lo que querías es vivir sin dolor” señala.
Esther lo tiene claro “cuando te curan, cuando te ayudan a superar ese dolor y ese dolor se hace soportable toda la idea de la muerte desaparece, lo que quieres es todo lo contrario, aprovechar cada minuto y cada día para estar con tu familia, para poder hacerles felices a ellos y que ellos te hagan feliz a tí”.
Su testimonio va para tratar de ayudar a quienes están en su misma situación “que luchen por que les controlen el dolor porque es posible y, cuando se consigue encontrar la fórmula adecuada y una persona tiene la tranquilidad y seguridad del efecto de esa medicación, yo creo que nadie querría morirse”.
Esther tiene dos hijos de 35 y 18 años, el mayor Héctor está esta tarde con ella en la Fundación y su marido, Angel Fernández, la viene a ver cada fin de semana, también sus hermanos y su padre y unos cuantos amigos.
“El hecho de que se preocupen de que yo no esté ni un solo día sin una visita pues eso ya es mucho” subraya Esther. Junto a ella Héctor que no cesa de acariciar el hombro de su madre de pie junto a su silla de ruedas.
Ella se emociona al presentárnoslo y también al hablar de la importante apoyo de su familia: “aquí está firmemente decidido que van a estar conmigo hasta el final y van a estar conmigo alegrándome la vida, haciendo todo lo posible para que yo esté tranquila y esté feliz”.
El amor de su familia Esther considera que en cierta forma viene de serie. Pero el que ahora les está llamando mucho la atención es el que recibe en el centro por parte todo el personal.
Según explica a COPE se siente “muy cuidada y además muy querida y respetada como persona, no soy un trozo de carne, soy un ser humano que necesita todo el cariño del mundo por las circunstancias en las que vivo y se me está dando”.
“Todo porque yo ahora tengo una inmovilidad prácticamente total de cintura para abajo, no puedo ir al baño ni hacer las cosas que hace prácticamente un mes podía hacer y son duros los cambios pero aquí me hacen desde lavarme a asearme a proporcionarme unos cursos lúdicos por la mañana de bienestar social como huerto, actividades cognitivas, arte terapia y voy porque es importante tener la cabeza ocupada” señala.
De su día a día en Laguna solo habla en positivo “aquí me atienden con cariño, saben que la grúa no me gusta porque me hace daño y todos intentan levantarme a pulso para evitar la grúa, son cosas que no tienen obligación de hacer, hay límites y ellos lo sobrepasan y lo hacen con el corazón y eso es algo que no hay quien lo pague”.
No solo cuenta lo físico y lo emocional, también lo espiritual “yo gracias a Dios no tengo miedo a morirme y además aquí he tenido oportunidad de reconciliarme con la Iglesia y con Dios y la parte del alma también la tengo resuelta que para mí era importante”.
Su plan más inmediato es que vengan sus nietos de visita y en el horizonte, cuando llegue el momento, la vida futura. Y es que si hay algo de lo que Esther está segura es de que “esto no se acaba aquí, sería tonto y ridículo que todo lo que pasamos y vivimos que se quedase en nada, tiene que haber a la fuerza algo después”.
Carmen Labayen, en cope.es.
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