La grandeza de la vida humana consiste en amar. Para ello estamos en la tierra
Y amar con un amor que corresponda a la dignidad de la persona humana, no un amor cualquiera; un amor recto y verdadero. Todo el bien y la felicidad del hombre puede resumirse en el amor a Dios y por Él a los demás. Dos amores que constituyen en su raíz un solo amor, que lleva a la persona a dar lo mejor de sí misma.
Preguntado Cristo por los doctores de la ley antigua sobre cuál era el primero y principal mandamiento de Dios, respondió: “Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma, con toda tu mente. Éste es el principal y el primer mandamiento” (Mateo 22, 37).
En su comentario al doble precepto del amor Santo Tomás de Aquino responde que para cumplir con perfección este precepto, se requieren cuatro cosas: considerar los beneficios divinos, caer en cuenta de la grandeza de Dios, despegarse de los bienes terrenos y evitar por completo el pecado. Amar a Dios en verdad es entregarle nuestra intención, nuestra voluntad, nuestra mente y nuestras fuerzas. A este primer amor a Dios se refieren los tres primeros mandamientos del Decálogo.
La referida respuesta de Cristo contiene también a continuación el segundo precepto del amor: “Amarás a tu prójimo como a ti mismo”. Este precepto se despliega en el contenido de los otros siete mandamientos del Decálogo. El amor a Dios lleva amar a los hijos de Dios, que son nuestros hermanos: “El que dice que ama a Dios, pero odia a su hermano, es un embustero” (1 Juan 4, 20).
El mandamiento nuevo de Jesús engloba los dos preceptos del amor: hemos de amar a los demás con el amor con que Dios mismo nos ama: “Éste es mi mandamiento: que os améis unos a otros como yo os he amado” (Juan 15, 12).
En el mismo comentario de Santo Tomás se señala que el amor al prójimo ha de ser verdadero, como el que nos tenemos a nosotros mismos; y será así si lo amamos por él, no por nosotros. Ese amor ha de ser ordenado, de modo que no se anteponga al amor a Dios. Debe ser también efectivo, con obras; constante, limpio y santo. De este modo amaremos a los demás, también con sus defectos y pecados, pero odiando el pecado, que ofende a Dios y perjudica tanto a los hombres.
El Catecismo de la Iglesia Católica, en su tercera parte: La vida en Cristo, desarrolla el contenido de este doble precepto del amor: los dos amores que deben llenar la vida de los hijos de Dios, seguidores y hermanos de Jesucristo.