“Si se coloca entre paréntesis la relación con Dios, la naturaleza pierde su significado profundo, se la empobrece”
Comenzamos el mes de septiembre con oración. Y con un nuevo mensaje del papa Francisco, cinco años después de la encíclica Laudato si’. La pandemia que sufre la humanidad es una invitación suplementaria a repensar la teología de la creación, que implica indagar qué espera Dios de los hombres sobre su relación con lo creado en estos momentos dramáticos.
Como tantas veces, vale la pena leer el documento pontificio, articulado en torno a cinco verbos significativos respecto de este tiempo: recordar, regresar, descansar, reparar, alegrarse.
Me han dolido las reacciones negativas de algunos creyentes, que recuerdan por desgracia cierta actitud espiritualista. Enlazan con inquietudes históricas del siglo XX ante lo que consideraban sociologismo, invasión de enfoques demasiado humanos y coyunturales sobre la doctrina tradicional. No se libró el papa santo Juan XXIII, especialmente con su encíclica Pacem in terris, que sigo considerando un excepcional despliegue de las exigencias de la dignidad de la persona, un auténtico manual para iniciarse en el conocimiento de los derechos humanos.
Sólo tengo una mini-crítica, que repito de vez en cuando con espíritu constructivo, por si tiene arreglo: ha descendido a mi juicio −aunque puedo estar equivocado− la calidad de las traducciones al castellano de muchos documentos oficiales.
Pero me parece evidente la continuidad del Magisterio eclesiástico tras el Concilio Vaticano II, como no podía ser de otro modo. Y lo he comprobado consultando un gran texto, el Compendio de la doctrina social de la Iglesia, que publicó en 2004 el entonces Consejo pontificio Justicia y Paz. Por cierto, lo citó el papa Francisco días después en su audiencia a un grupo de expertos que colaboran con la Conferencia de Obispos de Francia sobre el tema de Laudato si'. Fue redactado con visión ecuménica y universal, como resaltaba el cardenal secretario de Estado Angelo Sodano en la carta que abre el libro. Desde luego, continuidad no es repetir, sino añadir, innovar, dar respuesta a nuevos interrogantes −en este campo, derivados de la investigación científica y de los avances técnicos.
Tiene doce capítulos, y el décimo está dedicado a “salvaguardar el medio ambiente”. Basta leer en el índice los epígrafes, para hacerse cargo de su contenido. Especialmente significativa resulta hoy la conclusión, sobre “nuevos estilos de vida”. Parte de la base señalada por Juan Pablo II en Centesimus annus: “la búsqueda de la verdad, de la belleza y del bien, así como la comunión con los demás hombres para un desarrollo común, sean los elementos que determinen las opciones del consumo, de los ahorros y de las inversiones”.
Sin entrar lógicamente en soluciones prácticas más o menos opinables, queda claro que esos nuevos estilos “deben estar presididos por la sobriedad, la templanza, la autodisciplina, tanto a nivel personal como social”. Cuando no faltan críticas a los desaguisados de la globalización −por su economicismo−, se impone por contraste la conciencia de interdependencia, justamente para eliminar tantas causas de los desastres ecológicos y para dar pronta respuesta a pueblos y territorios. Porque esos graves problemas constituyen “una vigorosa motivación para promover una auténtica solidaridad de dimensión mundial”.
Al cabo, es preciso orientar el mundo “hacia el misterio de Dios, que lo ha creado y lo sostiene. Si se coloca entre paréntesis la relación con Dios, la naturaleza pierde su significado profundo, se la empobrece. En cambio, si se contempla la naturaleza en su dimensión de criatura, se puede establecer con ella una relación comunicativa, captar su significado evocativo y simbólico y penetrar así en el horizonte del misterio, que abre al hombre el paso hacia Dios, Creador de los cielos y de la tierra. El mundo se presenta a la mirada del hombre como huella de Dios, lugar donde se revela su potencia creadora, providente y redentora”.