Todo cobra sentido cuando sabes que el motor es el amor, que amar te hace libre, que amar te trae paz y alegría… que tu vocación es el amor
Empieza el curso para él, para los niños ¿Para mí? Para mí hace 9 años ya que el curso no empieza, ni acaba. Algunos se limitan a decir subliminalmente que “no trabajo” o que si no soy “madre trabajadora”, en consecuencia debo ser “madre no-trabajadora”. Sólo pensarlo me entra la risa, debe ser que vivo en unas vacaciones perpetuas: sin jefe, sin horarios… Sí, sin altas ni bajas, sin subidas ni bajadas, el estado “ideal”. En esa especie de limbo social todavía quedamos algunas madres que hemos decidido y elegido libremente dedicarnos 24 horas a nuestros hijos, lo que nos ha supuesto renunciar a corto o a largo plazo a tener un trabajo fuera de casa, a mejorar el curriculum, a ganar algo más de dinero, a tener ratos para estar mentalmente “sola”.
Pasa el tiempo y te preguntan la profesión, y respondes que “ama de casa” (qué importa si soy maestra si la proporción de años dedicados a ello es tan desigual), y ya no podrás hablar de cambios de trabajo, de novedades laborales, de nuevos proyectos… De hecho, tu mundo queda tan absolutamente absorbido por el cuidado de tus hijos y de tu casa que poco te queda para hablar sobre ti y sobre lo que haces. Al final ni siquiera te preguntan.
¿A quién le interesa el trabajo de una ama de casa?: “¿Qué tal las lavadoras?”, “¿Y las comidas?”, “¿Cómo lo llevas cuando se ponen malitos?”
Así que, en general, a la pregunta “¿qué tal?” respondes sobre todo acerca de los demás… “Los niños, bien”, “El trabajo de mi marido así o asá”… O quizás no te preguntan acerca de tu trabajo por pura coherencia, y es que todavía para algunos “no trabajo”, por tanto no se puede preguntar sobre algo que no se hace, ¿no? Y entonces protestan indignadas tus jornadas interminables de 14 horas, tus días fregando baños a las 11 de la noche y el sudor de tu frente bajo los vapores de la plancha.
Te planteas hacer algo más, y te buscas la vida leyendo, tu cabeza (que no tu reloj) pide más, pero la misma decisión de estar para los niños 100 % te cierra puertas a posibles estudios algo serios, a hacer un poco de deporte fuera… No sólo porque logísticamente no puedes hacerlo con un bebé y un niño menor de 3 años totalmente dependientes de ti (así como del resto de hijos escolarizados cuando se ponen enfermos), sino porque económicamente ya te has cerrado las puertas a ese tipo de soporte o complemento puntual. Aun así, tu mente no pierde ganas de aprender y te lías la manta a la cabeza con cosas tan aparentemente superfluas como mejorar los menús semanales o la efectividad en la limpieza de la casa, detalles que pocos ojos, o solo algunos privilegiados, serán capaces de apreciar.
Pasan los años y sientes que tu rol es vivir a la sombra, te esfuerzas en las tareas domésticas (tareas para las cuales tampoco parece que se requieran grandes habilidades) y tu recompensa suele estar marcada por la frustración de no ver nunca la casa bien recogida, bien limpia y por supuesto cometer mil y un errores en el día a día con los hijos, que como buena exigente te cuesta minorizar. Hay momentos de desánimo, de bajón y de lloro silencioso, de pensar que eres una pringada, porque sabes muy bien que la mayoría de madres tienen sus trabajos fuera de casa, sus pequeñas aficiones, sus momentos de desconexión y no son por ello peores madres.
Hay momentos de incomprensión, de invisibilidad, de levantar la voz y no obtener respuesta, de pensar que tu papel no existe en la sociedad… Pero todavía existimos las madres que hemos renunciado voluntariamente a ciertas (muchas) cosas para cuidar a nuestros hijos, no por creernos mejores ni peores, ni por pura resignación (al menos en mi caso).
A veces me he planteado tirar la toalla, dejar de ser “una pringada” (mi marido nunca ha sido un obstáculo, todo lo contrario…) y entonces me he replanteado cómo es la maternidad que quiero vivir,no la mejor, ni la ideal, sino la MÍA, mi “ser madre” con mis hijos
Y entonces me reencuentro con aquello que me movió a estar donde estoy: quiero estar 24 horas con mi hijo/a durante su primer año de vida, ser testigo de todos sus pasos, ser sus brazos en casi todos sus llantos, ser sus oídos en casi todos sus balbuceos… (el “casi” es porque también cedo a su papá, ¡sólo faltaría!) quiero ser la enfermera de mis hijos febriles, la que les traiga “el cubo”, la que les acaricie la cabeza cuando caigan rendidos por las anginas…
Quiero ser la espectadora número uno de sus funciones en el colegio, la que les recibe de sus aventuras escolares, la que, por supuesto, también recibe sus desahogos en forma de mal humor y quejas diarias. Quiero ser la supervisora de sus deberes, volver a aprender las tablas de multiplicar con ellos, descubrir con cada uno que las letras tienen sonidos, que los sonidos forman palabras y que las palabras dicen cosas maravillosas… Con el primero, el segundo, el tercero, la cuarta, la quinta, el sexto, el séptimo/a y los que vengan (que hasta ahora ha sido siempre hacia el primer cumpleaños de su hermano anterior). Quiero ser la que comparte sus comidas, sus meriendas, sus cenas, una y otra vez: “¿Cómo se pide?… Por favor”. Quiero ser la primera testigo de las pequeñas grandes victorias: cada pipí en el water, cada “mamá, mira….”.
Y me recuerdo que todo lo que llevo haciendo estos nueve años sin descanso físico ni mental, sin reconocimiento social ni remunerado, sin facilidades, sin satisfacciones profesionales, sin impacto aparente en mi vacío curriculum tiene una huella indeleble en la vida de mis hijos, en su infancia
Esto, por supuesto, no supone ser mejor madre que nadie, pero sí ser lo más fiel posible a la mejor versión de madre que en mi poca cosa quiero ser para mis hijos. Y todo cobra sentido cuando sabes que el motor es el amor, que amar te hace libre, que amar te trae paz y alegría… que tu vocación es el amor. Todo cobra sentido cuando sabes que tu Padre ve en lo escondido, que trabajas para obtener un tesoro que no es de este mundo y que el Pastor conduce con cuidado las ovejas que van a ser madres y las hace recostar. Entonces vuelvo a sentirme afortunada de haber PODIDO escoger esta opción, de haber tenido la posibilidad de elegir. Y lo vuelvo a elegir… y vuelvo a “no-volver” al trabajo porque tengo demasiado aquí.
Clara Bellido. Casada y con seis hijos, ama de casa a tiempo completo, maestra de Educación Especial. Me fascina el mundo de la educación y disfruto con la lectura, la música y los paseos por el campo con mi familia.