Ojalá tuviéramos a nuestro lado quien nos ayude a reconocer nuestros errores y faltas
El personaje del cuento El rey desnudo se pone en ridículo ante todo su pueblo, le ciega su soberbia, pues necesita creer que es hijo de reyes, inteligente; y la prueba, según los sastres aprovechados, consistía en poder ver una tela maravillosa que los estúpidos eran incapaces de vislumbrar. Se deja engañar por los de fuera y por sus sentidos. Todos somos susceptibles de equivocarnos, de cometer errores. Por prejuicios, mantenemos posiciones ilógicas, equivocadas, incluso irracionales; también por ideologías o por nuestras limitaciones: falta de atención, ofuscación, egoísmos. Captar la realidad, el verdadero sentido y ser de las cosas no es tarea fácil. Puede haber una ceguera colectiva, casi interesada, como los diversos personajes del cuento, que sólo la inocencia de un niño es capaz de romper: “el rey va desnudo”.
Basta una mirada sencilla, desinteresada para ver mejor cómo son las cosas. Basta una voz sin prejuicios para ayudarnos a reconocer nuestras equivocaciones. Ojalá tuviéramos a nuestro lado quien nos ayude a reconocer nuestro errores y faltas. Cosa difícil en nuestra sociedad fragmentada, individualista. Siempre se ha dicho más ven cuatro ojos que dos, expresión que nos invita a adoptar resoluciones consultando a varias personas. Cuando se fomenta el particularismo, la egolatría, el saber superficial basado en apariencias y opiniones no es fácil escuchar a los demás, seguir un consejo o pedirlo. Así no es infrecuente que nos encontremos exhibiendo nuestra desnudez.
Dice el Evangelio: “En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: Si tu hermano peca contra ti, repréndelo estando los dos a solas. Si te hace caso, has salvado a tu hermano…” Se habla de la corrección fraterna, de ayudar al hermano, al que nos es cercano y querido. Esta actitud tiene mucha riqueza: es leal, puesto que decimos las cosas a la cara en vez de recurrir a la crítica; exige valentía e interés, me venzo y te lo digo porque me importas; me arriesgo a quedar mal por tu bien. Se dice también que quien dice verdades pierde amistades, es más cómodo mirar a otro lado. Pero un amigo, un buen colaborador, alguien a quien quiero no puede serme indiferente.
Hay personas más necesitadas de ayuda por el cargo y responsabilidad que tienen: los gobernantes, pastores y educadores. Sus equivocaciones tienen mayor repercusión, y por eso merecen ser ayudadas. De hecho, se suelen rodear de múltiples consejeros, pero cabe el peligro de que caigan en la adulación: todos les dicen lo bien que lo hacen buscando su favor, y luego a las espaldas…, la sociedad y las circunstancias les dejan solos. Tenemos la obligación de corregirles con lealtad. Y, si estamos revestidos de esa responsabilidad, dejarnos ayudar y corregir, facilitar que nos digan las cosas y agradecer la corrección. Rectificar refuerza la autoridad porque refleja sabiduría y humildad.
Pero el ámbito habitual de la ayuda es el casero: la familia y amistades. Siempre es necesaria la prudencia que nos lleva a ser conscientes de que también nosotros nos podemos equivocar, y habrá que cerciorarse de que son así los hechos, quizá consultándolo a otra persona, dejando pasar un poco el tiempo para pacificar los ánimos; no juzgar las intenciones, simplemente mostrar los hechos. En una familia donde se habla, se escucha y se está dispuesto a perdonar y pedir perdón reina la armonía.
Es muy bueno que los esposos se tengan confianza y saquen momentos para hablar en la intimidad, con cariño y buenas maneras se pueden decir las cosas. Se pueden ayudar a mejorar mutuamente, no solamente corregir, también valorar los esfuerzos y aciertos del otro. Esto requiere tiempo de calidad, sosiego y oportunidad. Si nos dejamos llevar del apasionamiento, del enfado, podemos perder la objetividad y en vez de corregirnos herirnos. Ante los defectos de carácter, ante las debilidades e imperfecciones del cónyuge más que ver problemas podemos ver retos que superar. Nuestros defectos, que los tenemos, nos harán más tolerantes.
Con los hijos es bueno tener en cuenta la carta a los Colosenses de San Pablo: “Padres, no exasperéis a vuestros hijos, para que no se desalienten”. Hay que formar más que corregir, y para formar debemos tener un modelo, un ideal y un clímax adecuado, que siempre es el cariño. Más que estar señalando todo lo que hacen mal, de manera que se confunde lo importante con lo trivial, incidir en los defectos que más daño les pueden hacer, a la vez que valoramos sus pequeños logros. Estimular y valorar más que reprender. Contar con el tiempo, que vayan creciendo. Fomentar su imaginación, pedirles ayuda, apreciar lo que hacen bien, que siempre será mucho mayor que lo malo.
Un último pensamiento: ¿cómo dar sentido de eternidad a los hijos? No hace falta explicar mucho, los niños son inteligentes, lo captan todo. Que vean una sonrisa, un esfuerzo, un detalle…, no ser moralistas. Reírse mucho, también por las travesuras. No problematizarlo todo. Transmitir humanidad, que vean un gesto de ternura, de interés, de cariño. Que vean cómo nos apoyamos en la fe para afrontar los retos de cada día, cómo nuestras creencias nos llenan de paz y de seguridad.