Por Ella se han cumplido las promesas de Dios; con Ella se han colmado las esperanzas de los hombres; en Ella, el hombre descubre la «escala del paraíso», la escalera del Cielo
La celebración solemne en todo el mundo católico, cristiano, de la Asunción de la Virgen María en cuerpo glorioso al Cielo, es un anuncio que encierra las grandes verdades que predicó Cristo, los grandes dogmas de nuestra Fe: la Encarnación, la Divinidad de Cristo y pone delante de nuestra mirada la Pasión y la Cruz redentora de Cristo; la Resurrección y con la Ascensión de Cristo, la perspectiva de la vida eterna.
“Por la autoridad de Nuestro Señor Jesucristo, de los bienaventurados Apóstoles Pedro y Pablo, y nuestra, proclamamos, declaramos y definimos ser dogma divinamente revelado: Que la Inmaculada Madre de Dios, siempre Virgen María, cumplido el curso de vida terrestre, fue asunta en cuerpo y alma a la gloria celestial”.
Con estas palabras Pio XII proclamó en 1950 el dogma de la Asunción de la Virgen al Cielo. Un hecho histórico, más allá del tiempo y del espacio naturales, como la Resurrección y Ascensión al Cielo de Jesucristo, en el que la participación de Dios directamente en la historia de los hombres queda claramente reflejada.
“La Asunción de María concierne a cada uno de nosotros, atañe a nuestro futuro, nos hace mirar al Cielo, preanuncia ‘los cielos nuevos y la nueva tierra’, con la victoria de Cristo resucitado sobre la muerte y la derrota definitiva del maligno” (Francisco, 15-8-2016).
El misterio del Amor de Dios, el sueño de Dios Creador y Padre ha sido realizado plenamente en una criatura humana, en la tierra y en el Cielo. Sin pecado, en María la muerte, vencida y derrotada en el Calvario, ha quebrantado para siempre su aguijón, el pecado de los hombres.
Asunta al Cielo, María es la voz suave que invita al arrepentimiento; la voz materna que adelanta en el corazón del pecador el gozo de pedir perdón por sus pecados a Cristo muerto en la Cruz, en la persona de un sacerdote en el Sacramento de la Reconciliación.
María es ya la nueva tierra, el nuevo cielo. Por Ella se han cumplido las promesas de Dios; con Ella se han colmado las esperanzas de los hombres; en Ella, el hombre descubre la «escala del paraíso», la escalera del Cielo.
La esperanza es ya en Ella una realidad. Más aún, ni siquiera ha esperado: ha creído y ha amado, y su alma «exultó de júbilo en Dios, mi salvador» (Lc 1, 47), porque Aquel en quien ha creído, ha llevado a cabo lo anunciado, la promesa. La Virgen Santa María nos muestra todo el Amor de Dios a Ella y, en Ella, a todas sus criaturas, a cada uno de nosotros.
Asunta al Cielo, María ha colmado la esperanza de todas las generaciones trayéndonos a su Hijo a la tierra. Asunta al Cielo anhela colmar la esperanza de los hombres de ver, un día, a Dios cara a cara, a su lado
Asunta al Cielo, María invita a los hombres a que «dirijamos nuestros ojos hacia el cielo, con la seguridad de que también nuestra tierra saldrá regenerada. Volver nuestra mirada hacia el Cielo significa que nuestras almas se abran a Dios para que tome posesión de nuestras vidas» (Ratzinger).
Asunta al Cielo. Dios adelanta en María la resurrección de la carne, en el gozo de recibir a su Madre, en “cuerpo glorioso”, en “carne gloriosa”, ya en la plenitud de la «nueva criatura».
“La fiesta de la Asunción de Nuestra Señora nos propone la realidad de esa esperanza gozosa. Somos aún peregrinos, pero Nuestra Madre nos ha precedido y nos señala ya el término del sendero. Nos repite que es posible llegar y que, si somos fieles, llegaremos. Porque la Santísima Virgen no sólo es nuestro ejemplo: es Auxilio de los cristianos. Y antes nuestra petición −Muestra que eres Madre−, no sabe ni quiere negarse a cuidar de sus hijos con solicitud maternal” (Josemaría Escrivá).
María es la plenitud de la Creación, de la Redención, de la Santificación. María en el Cielo, en cuerpo y alma, es el gozo de Dios ante todos sus sueños realizados. Desde el Cielo, la Virgen María refleja para todos los creyentes la luz de la Resurrección de su Hijo Jesucristo que alumbra todos los caminos de la tierra, y nos lleva a encontrarla con su Hijo en todos los cruces de nuestro vivir.
La Virgen Santísima ha sostenido la Fe en la divinidad de Cristo, en todos los rincones del mundo. En María no hay “silencio de Dios”; toda Ella es voz de Dios, palabra de Dios, mención de Dios. La Fe en Europa reverdecerá cuando, de su mano, volvamos a levantar las ermitas marianas, hoy destruidas o abandonadas, en tantos lugares de este continente.
Ernesto Juliá Díaz, en religion.elconfidencialdigital.com.
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