Antes, el mentiroso perdía la credibilidad, la dignidad, el honor. Y una vida sin honor no era vida
Quizás sea una obsesión, pero me siento impelido en la defensa de la verdad. Me asombra cómo la mentira va extendiendo sus tentáculos, apenas algún articulista alza su voz. Los ciudadanos a lo suyo, con la conciencia anestesiada, mirando a otro lado, o peor, sin darse cuenta. Dicen que "los asintomáticos" son los peligrosos, tienen el virus, pero no les afecta, y lo van propagando felizmente. Que no nos duela la mentira, que no tengamos sensibilidad para detectarla y procurar aislarla es algo grave.
Ejemplos hay muchos: la famosa "Junta de expertos" que dirigió los peores días de la pandemia no existió; los pactos de gobierno en principio inviables; el número de fallecidos que sigue sin conocerse… Pero las mentiras que más dañan son las que se refieren a la vida, a la dignidad humana, a la familia, a la dimensión espiritual del hombre.
Según el Diccionario de la Lengua Española la verdad es la realidad, la existencia real de algo. Otras acepciones dicen: "Conformidad de las cosas con el concepto que de ellas forma la mente", "Conformidad de lo que se dice con lo que se siente o se piensa", "Propiedad que tiene una cosa de mantenerse siempre la misma sin mutación alguna". Creo que vale la pena pararse a pensar un poco en lo que nos dice el lenguaje reglado y compararlo con lo que vivimos. Sin verdad, nada hay estable, real, duradero, auténtico. Sin ella no hay posibilidad de comunicarnos ni de expresarnos, estamos condenados a vivir en la confusión de Babel, cada uno habla en su idioma y es imposible entendernos.
Antes, el mentiroso perdía la credibilidad, la dignidad, el honor. Y una vida sin honor no era vida. Lo cual no significa que no podamos equivocarnos, pero, cuando lo hagamos, debemos y podemos reconocerlo y rectificar. Pero el que vive instalado en la mentira es un corrupto, y la vida acaba por ponerlo en su sitio.
Cuando se falta a la verdad nos alejamos de la realidad, de lo que existe, y de la libertad. Los grandes imperios corruptos desaparecen, caen por la falta de consistencia: la decadencia del Imperio romano, la Alemania nazi o la URSS. Una sociedad que convive con la mentira se vuelve decadente. Decía Bertolt Brecht: "Cuando la verdad sea demasiado débil para defenderse tendrá que pasar al ataque", con el tiempo acaba imponiéndose.
Si uno se siente incómodo con el embuste debería "salir del armario", organizar "el día del orgullo de la verdad". Ir en caravana proclamando las ventajas de lo verdadero. Si no decimos nada somos colaboracionistas; esa connivencia hace que comulguemos con el enredo y nos daña. Debemos pensar qué podemos hacer para que vuelva el amor a la verdad. Por lo pronto renunciar a todo tipo de mentiras y denunciarlas, como algo que rompe el tejido social y la dignidad humana. Decía Benedicto XVI: "La democracia solo tiene éxito si se basa en la verdad y en una correcta comprensión de la persona humana". Defender la democracia es amar la verdad y vivirla, de un modo especial la verdad del hombre.