Perdonar no es dar por válido el acto inicial; es interrumpir la reacción, dando pie a otra acción. Por eso se perdona a las personas, no a las ideas
No había caido en que Hannah Arendt elogia el perdón en La Condición Humana. Lo he descubierto a raíz de una entrada en Law and Liberty en que se hacen eco de esta idea en el musical Hamilton que triunfa en Broadway. Hamilton llega a la conclusión de que la guerra de independencia norteamericana es inevitable, y es su deber implicarse en ella. Pero se pregunta también si, después de la guerra llegará una larga época de paz y prosperidad, o un ciclo sin fin de venganzas y muertes. Y aquí es donde aparece la idea del perdón.
El perdón es necesario en todas las relaciones humanas, desde el matrimonio y la familia, hasta las relaciones laborales o el deporte. Lo contrario al perdón es la venganza, que lleva, efectivamente, a aquel ciclo repetido de acciones y reacciones que amenaza con arruinar la vida de las personas.
Pero, ¿es posible el perdón en la vida pública? Aquí es donde Hannah Arendt viene en nuestra ayuda. Hace notar el carácter religioso del perdón, tal como aparece en la Biblia. Pero es algo más que un argumento religioso: es, dice, «una auténtica experiencia política». Negarse a perdonar es negar que el pasado es pasado, y eso destroza también el presente.
Arendt añade algo más: perdonar es la única reacción que no se limita a re-accionar, sino que es un actuar de nuevo, de forma inesperada e incondicionada respecto del acto que lo provocó. Y ese acto nuevo permite liberarse de las consecuencias, tanto para el que perdona como para el perdonado. Cuando el director de la película dice: ¡Corten! no está llamando a la violencia, sino que abre una oportunidad para un segundo acto. Eso es el perdón.
Perdonar no es dar por válido el acto inicial; es interrumpir la reacción, dando pie a otra acción. Por eso se perdona a las personas, no a las ideas.