Hay gente que sufre, que lo pasa mal, y los políticos pretenden arreglarlo con más dinero
La pandemia nos ha regalado un nuevo millón más de parados. Hace unos días un chico quiso hablar conmigo, iba a celebrar la misa y llevaba un poco de prisa, tuvimos que interrumpir la conversación; al terminar me seguía esperando. Se encontraba solo, la crisis del covid-19 le ha dejado sin trabajo, no sabía qué hacer, ni a quién acudir; estaba separado, sus hermanos no querían saber nada… no le faltaba para comer ese día, pero y ¿el siguiente? Me decía: ¿No le importo a nadie?, ¿tan solo estoy? En esos momentos no supe cómo ayudarle, quedamos en seguir hablando. Los problemas de los otros también nos afectan.
Hay mucha gente que sufre, que lo pasa mal. Los políticos pretenden arreglarlo con más dinero. Parece que la pobreza, la miseria, los problemas se arreglan a golpe de talonario. El Banco Mundial no sería capaz de hacer frente a toda la miseria existente, como los hechos lo demuestran. Repartir el dinero alegremente, multiplicar las paguitas y demás medidas demagógicas apenas llegan a la epidermis de los males. El cáncer no se cura con tisanas, como al covid no lo venceremos con mascarillas, por más que se vean necesarias.
Hay un libro muy interesante, Al cruzar el puente, de José Manuel Horcajo, párroco en Vallecas. Cuenta que un día fue a verle un concejal del Partido Socialista; hablaron de los que viven debajo del puente: “Me planteó que la solución pasaría por invertir más dinero para los pobres… el problema de los sin techo no es el dinero. Cada mendigo es un mundo, y si te detienes a contemplarlo, verás capas bajo capas, hasta que llegas su problema raíz. Esto requiere un tiempo de acompañamiento, paciencia, recursos humanos y algo de dinero. Pero los políticos no tienen tanto tiempo –las elecciones siempre están a la vuelta de la esquina−, de manera que lo quieren arreglar todo con dinero”.
Hoy leemos una página preciosa en el Evangelio: “se acercaron los discípulos a decirle: Estamos en despoblado y es muy tarde, despide a la multitud para que vayan a las aldeas y se compren comida. Jesús les replicó: No hace falta que vayan, dadles vosotros de comer. Ellos le replicaron: Si aquí no tenemos más que cinco panes y dos peces”. Siempre me ha llamado la atención la actitud del Señor, sabe que disponen de pocos alimentos, no les llega siquiera para ellos; pero quiere decirnos que la suma maravillosa de lo poco nuestro más la preocupación y solicitud por los demás, unida a la fe en Dios, hace milagros.
No podemos olvidar ningún sumando: lo nuestro, las necesidades de los otros y la bendición de Dios. Desgraciadamente se quiere prescindir de Dios, y esto lleva consigo el olvido de lo que nosotros podemos hacer, tan solo miramos lo que tienen que hacer los demás: los ricos, la Iglesia, y yo me lavo las manos, las desinfecto bien y levanto el dedo acusador.
“Alzando la mirada al cielo, pronunció la bendición, partió los panes y se los dio a los discípulos; los discípulos se los dieron a la gente. Comieron todos y se saciaron y recogieron doce cestos llenos de sobras”. La consecuencia que se nos muestra es clara: poner lo poco que tenemos; mirar al cielo y pedir la bendición; partir para poder repartir; esto en una familia se pueda concretar contando con un miembro más, tocaremos a menos; y muy importante, recoger las sobras: no tirar nada; solo con estas se podría alimentar a mucha gente.
Quería que nos fijáramos en el compartir. Antes los cristianos tenían la costumbre de dedicar a la Iglesia los diezmos y primicias, con ellos se disponía un buen montante para las obras de caridad y beneficencia. Ahora Cáritas tiene que hacer milagros para atender a esos que dice el Estado que atiende. Compartir es dedicar una parte del presupuesto familiar a la caridad, por ejemplo, la décima parte. El obispo de Córdoba anima a los sacerdotes a que destinen una de las pagas a los pobres. Cada uno verá lo que hace, pero la fe tiene que tocar los bolsillos, de lo contrario solo es beatería.
Un buen amigo me decía que a los políticos les falta coherencia. En concreto, se pueden suprimir unos cuantos ministerios, de los que sirven de poco, animar a la austeridad de las instituciones, predicar con el ejemplo −menos viajes y casonas−. El cinturón nos lo tenemos que apretar todos, nuestros gastos pueden ser ofensivos, escandalosos. También el Estado debe imponer austeridad, no podemos gastar más de lo que tenemos, es injusto y deformativo. La austeridad debería ser asignatura obligatoria, sobre todo en los hogares; a los hijos les viene muy bien saber lo que cuestan las cosas, que el dinero hay que ganarlo y no se puede desperdiciar.
Tenemos la oportunidad de ser solidarios, de compartir, también el tiempo y así ganaremos todos.