Studia et Documenta
En octubre de 1940 san Josemaría Escrivá comienza a dar clase de Ética general y moral profesional en los “Cursillos de especialización para periodistas”, organizados por el Ministerio de la Gobernación, de los que surgió al año siguiente la Escuela Oficial de Periodismo. Uno de sus alumnos escribe: «La prensa era para él un vehículo de cultura y de ideas, pero principalmente un modo de servir al perfeccionamiento de la sociedad»
La revista Studia et Documenta ha publicado un artículo sobre las clases de ética y moral profesional que san Josemaría impartió en el curso oficial para la formación de periodistas en Madrid en 1940-1941. Se aborda la historia de ese curso y de su nombramiento como profesor, el contexto en que tuvo lugar, el programa que desarrolló y qué sabemos de sus clases a través de sus guiones y los testimonios de algunos alumnos. Se sitúan esos datos en el contexto de su pensamiento sobre el quehacer de los profesionales de la comunicación.
1. 1940-1941 Años de crecimiento y de contradicción. Tiempo de la docencia de San Josemaría en los cursos de especialización para periodistas
San Josemaría, en octubre de 1940 comienza a dar sus clases Ética general y moral profesional en los “Cursillos de especialización para periodistas”. Pedro Gómez Aparicio, secretario de aquel primer curso, comenta en un artículo conmemorativo de la Escuela Oficial de Periodismo: «Por aquellos días de 1940, don José María Escrivá, que había estudiado el doctorado de Leyes en la Universidad de Madrid, era un joven sacerdote aragonés —había nacido en 1902— ya rodeado de una cierta popularidad en los ambientes estudiantiles y obreros madrileños, que frecuentaba con predilección. Había fundado algunos años antes la sociedad Opus Dei, aún poco conocida como no fuese entre los todavía escasos asociados, pero ya circulaba con profusión su librito Camino. Quien sabía, acaso por antiguos vínculos de amistad familiar, de sus virtudes, de su ciencia y de sus dotes para la enseñanza era el director general de Prensa, Jiménez Arnau, el cual le encomendó la cátedra de Ética profesional y Deontología»[1]. Y en otro artículo: «Pienso que su participación [...] no había sido ni casual ni esporádica, porque daba a la prensa toda la trascendencia que como hecho social le corresponde»[2].
En cualquier caso hubo también una razón de obediencia al Obispo de Madrid en la aceptación de esta tarea docente. En una carta del fundador del Opus Dei a Enrique Jiménez Arnau escribía: «He recibido el nombramiento de profesor de la Escuela de Periodismo. Te lo agradezco, y, como mi Señor Obispo de Madrid tiene empeño especial en que me encargue de esas lecciones, lo haré con gusto»[3].
2. Capacidad de diálogo, amor por la profesión periodística. Algunos testimonios personales sobre san Josemaría como profesor de deontología periodística
Para quienes nos dedicamos al ámbito de la Ética y Derecho de la Información en Facultades o Escuelas de Comunicación, las enseñanzas del fundador del Opus Dei acerca de la veracidad y de la responsabilidad profesional de las que hablaba en sus clases tienen una singular riqueza: no proceden de la reflexión teórica desde postulados del derecho, o del análisis de los códigos deontológicos —ya generalizados en aquellos años cuarenta[4]—, sino de una excepcional valoración de la profesión periodística. Excepcional por lo que tiene de reconocimiento y de visión amplia, abierta y dialogante de las actividades profesionales de la comunicación, pero sobre todo por la apertura de horizonte sobrenatural con que las vislumbra.
Escribe uno de sus alumnos de Ética general y moral profesional, Enrique del Corral Vázquez[5]: «Sus clases eran tan sugestivas que rara vez los alumnos no asistían. A sus clases y a las de Historia de Jesús Pavón no faltaba nadie. No ocurría así en otras asignaturas».
Si se me permite un comentario: estos estudiantes tenían unas señas de identidad probablemente muy distintas a las de los que hoy pasan por las aulas de las escuelas de periodismo —alumnos casi siempre jóvenes, muchas veces sin una experiencia profesional, con un ingenuo idealismo bajo un maquillaje de “estoy de vuelta de todo”—. Aquellos eran profesionales de diferentes edades y oficios, que acudían a clase a partir de las seis de la tarde, un horario que les permitía compatibilizar sus estudios con el trabajo; y, lo más determinante, acababan de sufrir la tragedia de una guerra civil.
Continúo con el testimonio: «Nos decía con frecuencia que debíamos ser fuertes en el fondo y dúctiles en la forma, siempre abiertos al diálogo». Afirmación que no cabe interpretar en clave política; de los testimonios estudiados se deduce que a todos les resultaba evidente que el fundador del Opus Dei se refería con estas palabras a que debían tener un talante personal de apertura y respeto a los demás, de rechazo de cualquier intolerancia.
«Don Josemaría tiene en su haber la concepción de un nuevo periodismo, distinto del que hasta entonces se realizaba, claustral, solemne. Nos imprimió una ética profesional más clara, más abierta, más alegre y más luminosa [...]. Tenía un alto concepto de la dignidad profesional informativa. Las clases eran muy ajenas a la típica lección magistral, más que una clase era un diálogo. Allí no había estrado. Conseguía lo que yo denomino en argot televisivo “romper pantalla”. Cuando hablaba hacía ver la importancia de lo que decía, no porque él lo decía, sino porque la cosa la tenía de por sí. No era de esos profesores que consideran que todo lo que dicen es importante, por el solo hecho de ser ellos quienes lo dicen [...]. A mí me parecía imposible que quien fundó el Opus Dei fuera aquel hombre tan sencillo, tan tierno, tan lleno de humanidad; aquel que nos hablaba de tú a tú, que parecía que nos hablaba a cada uno personalmente y no a la clase».
Pedro Gómez Aparicio[6], como secretario de la Escuela, recuerda a san Josemaría entre los profesores: «Supongo que aún perdura el recuerdo de don José María entre los que fueron sus alumnos. Su trato era sencillo, respetuoso y afable; su carácter abierto, optimista y generoso, siempre dispuesto a un diálogo cordial. Creo que hubiera sido un gran periodista de no absorberle sus actividades apostólicas. Lo comprobé en un almuerzo que el entonces embajador cerca de la Santa Sede, Joaquín Ruiz-Giménez, ofreció en Roma [...]. Estuvimos —don José María y yo— juntos en la mesa. Y la conversación —fulgurante, ingeniosa y amena— de monseñor Escrivá recayó en buena parte sobre sus añoranzas de la escuela, sobre las cualidades de todos su discípulos y sobre un periodismo al que entrañablemente amaba y cuya trascendencia en la vida moderna encarecía».
«La prensa, para él, es un vehículo de cultura y de ideas, pero principalmente un modo de servir —siempre en sus labios la palabra ‘servicio’— al perfeccionamiento de la sociedad. El problema de la prensa no es tanto cuantitativo como cualitativo. El periodista ha de basarse en lo profesional, en un concepto claro de una responsabilidad ardientemente profesada y ejercida»[7].
Señalo algunos de los aspectos recurrentes de estos testimonios:
— «Las clases eran muy ajenas a la típica lección magistral, más que una clase era un diálogo»;
— «Nos decía con frecuencia que debíamos (estar) [...] siempre abiertos al diálogo»;
— «Su trato era sencillo, respetuoso y afable; su carácter abierto, optimista y generoso, siempre dispuesto a un diálogo cordial;
— «un periodismo al que entrañablemente amaba y cuya trascendencia en la vida moderna encarecía»;
— «porque daba a la prensa toda la trascendencia que como hecho social le corresponde»;
— «La prensa, para él, es un vehículo de cultura y de ideas, pero principalmente un modo de servir —siempre en sus labios la palabra ‘servicio’— al perfeccionamiento de la sociedad»;
— «El periodista ha de basarse en lo profesional, en un concepto claro de una responsabilidad ardientemente profesada y ejercida».
Pienso que estas enseñanzas tenían que sorprender en el mundo periodístico de la España de la inmediata posguerra, en el que el tono panfletario, de visión única de la realidad, había invadido todas las redacciones de la prensa y de la radio[8]. En mi opinión, lo que san Josemaría promovía entre aquellos estudiantes de periodismo se corresponde mucho más con el tono afirmativo de existencia y consistencia de la profesión periodística del famoso The Journalist’s Creed, de Walter Williams[9], que con cualquiera de los planteamientos estrictamente deontológicos[10] que se estilaban en la época, sin entrar a describir el sistema legal español sobre prensa e imprenta que venía a ser una negación de los principios más básicos del periodismo.
3. El ejercicio del periodismo, camino de santidad: una enseñanza de San Josemaría a sus alumnos de los “cursillos”
Pero la visión de la actividad periodística de san Josemaría era excepcional sobre todo por el horizonte sobrenatural que abría a quienes lo desempeñaban. Escribe Enrique del Corral Vázquez: «Nos hablaba frecuentemente de la vocación profesional como llamada divina. Comparaba la vocación periodística con la sacerdotal en el sentido de que ambas suponían un servicio a lo que Dios quería. Nos instaba a mirar y a transformar el periodismo desde esta perspectiva y nos hacía ver la responsabilidad que en ella teníamos. Repetía con frecuencia que no debíamos comportarnos como personas que habíamos caído en el periodismo desde un paracaídas, sino que debíamos ser un fermento que tenía que transformar las redacciones [...]».
Era impensable en ese momento —y todavía hoy resulta osada— la comparación del periodismo con el sacerdocio. Sin embargo, como el mismo san Josemaría enseñaría entonces y en multitud de ocasiones posteriores es la verdad cristiana la que ilumina el sentido más profundo de todas las actividades humanas:
«[...] puedo deciros que necesita nuestra época devolver –a la materia y a las situaciones que parecen más vulgares– su noble y original sentido, ponerlas al servicio del Reino de Dios, espiritualizarlas, haciendo de ellas medio y ocasión de nuestro encuentro continuo con Jesucristo.
«[...] Son muchos los aspectos del ambiente secular, en el que os movéis, que se iluminan a partir de estas verdades. Pensad, por ejemplo, en vuestra actuación como ciudadanos en la vida civil. Un hombre sabedor de que el mundo –y no sólo el templo– es el lugar de su encuentro con Cristo, ama ese mundo, procura adquirir una buena preparación intelectual y profesional, va formando –con plena libertad– sus propios criterios sobre los problemas del medio en el que se desenvuelve; y toma, en consecuencia, sus propias decisiones [...]»[11].
Sin lugar a dudas, con la comparación del periodismo —y del ejercicio de cualquier actividad humana honesta— con el sacerdocio, san Josemaría hacía alusión a la dimensión más digna y dignificante del quehacer periodístico, aquella que le permite no doblegarse ante los condicionantes económicos, políticos, o de cualquier otro tipo: la dimensión de servicio a los demás mediante la difusión de la verdad informativa, respetando la dignidad personal de todos. Dimensión esencial del periodismo, camino de santidad para el cristiano profesional de la información.
Está claro que Josemaría Escrivá no mira al periodismo como una plataforma propagandística del catolicismo. Lo ve como una profesión con identidad propia, con unas características de buen hacer que son las que definen su papel en la vida social, y ese buen hacer tiene como centro —así lo veía Josemaría Escrivá— la verdad informativa.
4. Verdad informativa y campañas difamatorias
Pero hay un hecho que coincide en el tiempo con su dedicación a las clases de deontología y que, para quien enseñaba sobre el recto quehacer periodístico, tuvo que suponer una situación, cuando menos, paradójica además de dolorosa. El Opus Dei sufrió una campaña difamatoria —campaña porque fue un acontecimiento organizado— durante esos años 40-41; en décadas posteriores se irán repitiendo las críticas y malentendidos con diversas voces y motivos, planteados con más o menos inteligencia, en un solo país o en varios simultáneamente, y en la medida en que los medios de comunicación han venido a ser los configuradores determinantes de la opinión pública han sido también protagonistas de primera fila de estos avatares.
San Josemaría tenía los pies en la tierra. No ignoró ni de dónde venía aquella avalancha de calumnias, ni el propósito de quienes las difundían —hasta el punto de que él mismo hablaría de una «contradicción de los buenos», señalando que algunos le calumniaban pensando que prestaban un servicio a la Iglesia—. Sufrió. Hay numerosos testimonios de este hecho. En ningún momento reflejó rencor; ni en la convivencia cotidiana con sus hijos en aquellos años, ni en su enseñanza en los Cursillos de Especialización de Periodismo, ni siquiera — como podría ser lógico a modo de desahogo— con algunos amigos suyos que tenían en esos años una gran influencia en el periodismo español.
No está datada esta conversación que transcribe Manuel Aznar, quien durante muchos años fue considerado el mejor periodista del país y que tuvo una larga amistad con san Josemaría; posiblemente fuera cercana a estos primeros años del cuarenta. El periodista hace alusión a las incomprensiones que sufrió el fundador del Opus Dei, al mismo tiempo que deja entrever lo que percibió como constantes de la conducta de Josemaría Escrivá: su respeto a la libertad de los demás, y a su dignidad, también en una dimensión hacia la que él era muy sensible: la de no permitir que ningún criterio utilitarista —ni siquiera de defensa personal ante la difamación— distorsionara su amistad. En un artículo publicado en el periódico La Vanguardia del 6 de julio de 1975, apenas diez días tras la muerte del Fundador del Opus Dei y titulado Amigo de la libertad[12], Manuel Aznar escribió: «Otra vez (también se hallaba presente el querido Ramón Matoses en esta conversación) como me invitara a decirle mi leal parecer sobre las actividades del Opus Dei, me permití exponerle:
— Creo que eres un personaje casi desconocido. [...] Imagina los problemas que a tu Obra se le han de presentar tratándose de discípulos que viven en el centro de las pasiones del mundo [...]. ¡La santidad, o el anhelo de santidad en el libre juego y rejuego de las tempestuosas luchas humanas...! ¡Es extraordinario lo que propones a quienes te siguen!
– Pues así ha de ser; y no de otro modo.
— Por eso corres el riesgo de parecer ahora mismo, y continuar pareciendo durante mucho tiempo, una personalidad desconocida, un ignorado por deformación ajena, un enigma, un ser un poco misterioso.
– Eso no importa, mientras avancemos en la promoción de la libertad humana y en la buena concertación de lo natural y lo sobrenatural.
Así solía hablar don Josemaría Escrivá de Balaguer. Ese era su ámbito de vida, de amor y de esperanza»
Amor a la libertad, escribe Manuel Aznar, y junto a ese rasgo tan presente en la visión del periodismo de san Josemaría, otro inseparablemente unido: la capacidad de diálogo:
— «Nos decía con frecuencia que debíamos (estar) [...] siempre abiertos al diálogo».
— «Su trato era sencillo, respetuoso y afable; su carácter abierto, optimista y generoso, siempre dispuesto a un diálogo cordial».
Ese era san Josemaría en las clases de aquellos Cursillos Especializados de Periodismo, tal y como lo testimonian quienes compartieron con él aula, claustro y amistad.
«Jesús Señor Nuestro amó tanto a los hombres, que se encarnó, tomo nuestra naturaleza y vivió en contacto diario con pobres y ricos, con justos y pecadores, con jóvenes y viejos, con gentiles y judíos.
Dialogó constantemente con todos: con los que le querían bien, y con los que sólo buscaban el modo de retorcer sus palabras, para condenarle.
–Procura tú comportarte como el Señor».
Muchos de los escritos del Fundador del Opus Dei reflejan experiencias personales. Y esto es lo que escribe en el punto de Forja que acabamos de transcribir, el 558.
Tenía los pies en la tierra y amaba el periodismo porque veía la gran tarea en favor de la libertad y de la dignidad humana a que la comunicación social está llamada. En una entrevista publicada en la “Gaceta Universitaria” de Madrid, describe con agudeza magistral un panorama realista de la actividad periodística; es una visión, si se quiere, descarnada de las principales insuficiencias de la profesión, pero a la vez su realismo está abierto a la esperanza. Porque en último término, qué sea el periodismo está en manos de sus profesionales.
«Es una gran cosa el periodismo, también el periodismo universitario. Podéis contribuir mucho a promover entre vuestros compañeros el amor a los ideales nobles, el afán de superación del egoísmo personal, la sensibilidad ante los quehaceres colectivos, la fraternidad. Y ahora, una vez más, no puedo dejar de invitaros a amar la verdad.
«No os oculto que me repugna el sensacionalismo de algunos periodistas, que dicen la verdad a medias. Informar no es quedarse a mitad de camino entre la verdad y la mentira. Eso ni se puede llamar información, ni es moral, ni se pueden llamar periodistas a los que mezclan, con pocas verdades a medias, no pocos errores y aun calumnias premeditadas: no se pueden llamar periodistas, porque no son más que el engranaje –más o menos lubrificado– de cualquier organización propagadora de falsedades, que sabe que serán repetidas hasta la saciedad sin mala fe, por la ignorancia y la estupidez de no pocos. Os he de confesar que, por lo que a mí toca, esos falsos periodistas salen ganando: porque no hay día en el que no rece cariñosamente por ellos, pidiendo al Señor que les aclare la conciencia.
«Os ruego, pues, que difundáis el amor al buen periodismo, que es el que no se contenta con los rumores infundados, con los se dice inventados por imaginaciones calenturientas. Informad con hechos, con resultados, sin juzgar las intenciones, manteniendo la legítima diversidad de opiniones en un plano ecuánime, sin descender al ataque personal. Es difícil que haya verdadera convivencia donde falta verdadera información; y la información verdadera es aquella que no tiene miedo a la verdad y que no se deja llevar por motivos de medro, de falso prestigio, o de ventajas económicas»[13].
5. Su aportación al periodismo
San Josemaría con su mensaje de “la santidad es para todos” ha contribuido de manera única a redescubrir la perspectiva cristiana de las actividades temporales. Comprender que «el mundo –y no sólo el templo– es el lugar de [...] encuentro con Cristo»[14], que la específica competencia profesional, la formación de los propios criterios sobre el medio en que uno se desenvuelve, el ejercicio de la libertad y la responsabilidad individual en cualquier actividad —lógicamente también en la profesional periodística—, todo eso es camino que Dios quiere que recorramos para construir un mundo —y un periodismo— más humano, fue la clave de su docencia en los Cursillos Especializados de Madrid, y es también el centro de la espiritualidad laical que el Opus Dei difunde por el mundo.
El amor a la libertad, a la verdad, la defensa del respeto a la dignidad del ser humano que Josemaría Escrivá ha transmitido nos ha ayudado a numerosos profesionales del periodismo y de la comunicación a ser especialmente sensibles ante las situaciones de injusticia que se producen en el ejercicio periodístico del día a día; en definitiva, pienso que san Josemaría ha promovido un entendimiento de las actividades profesionales de la comunicación como un gran medio para la convivencia social en libertad.
Ana Azurmendi es Profesora Agregada de Derecho de la Información de la Facultad de Comunicación de la Universidad de Navarra.
Notas
[1] P. GÓMEZ APARICIO, en su artículo Termina la Escuela Oficial de Periodismo en «La Hoja del Lunes» de Madrid, de 14 de julio de 1975.
[2] P. GÓMEZ APARICIO, Por los caminos de la santidad en «La Vanguardia», Barcelona, de 21 de julio de 1976.
[3] Carta documentada en el Instituto de Estudios Josemaría Escrivá de Balaguer, de la Universidad de Navarra (España), EF-410122-1.
[4] N.A. CRAWFORD, (The Ethics of Journalism, Vall-Ballou Press, New York, 1924), transcribe ya catorce códigos éticos de periódicos estadounidenses; en Europa, el testimonio más importante de la creciente preocupación por la deontología periodística es la Carta Profesional del periodista, aprobada por el Sindicato Nacional de Periodistas Franceses en 1918 y actualizada y reformada en 1939. Recogida entre otros por P. AUVRET, Les Journalistes. Statut, Responsabilités, ed. Delmas, París 1994, pp. 54-55.
[5] Testimonio documentado en el Instituto de Estudios Josemaría Escrivá de Balaguer, de la Universidad de Navarra (España), T-04211.
[6] En su artículo Termina la Escuela Oficial de Periodismo, cit.
[7] Artículo Por los caminos de la santidad, cit.
[8] En el régimen franquista, la prensa se concibió cono una institución más del poder político; resulta revelador —entre otros documentos— el texto que se publicó en el Anuario de la Prensa Española (editado por la Dirección General de Prensa, 1945-1946): «“La Prensa Nacional” aparece ya incorporada al cuadro de poderes del Estado. No se podía, añadamos, blasonar de “cuarto poder” ni ejercerlo, como consecuencia, en línea y grado no coincidentes con los poderes y fines estatales. Por si sus anteriores desviaciones no hubiesen sido concluyentes, la idea inspiradora medular del Movimiento no podía dejar en manos de la iniciativa particular, en la libre concurrencia del mercado de la noticia, una fuerza vital y necesaria en el trazado político que permitiese a España seguir desenvolviéndose como nación. La Prensa queda vinculada a la Nación como institución necesaria: la institución del servicio público de la noticia. Su emplazamiento entra en la esfera de la Administración del Estado, al igual de otros servicios públicos. La Nación tiene derecho al servicio de una prensa objetiva, veraz y colaboradora de los fines del Movimiento, que son los del Estado español [...]», transcrito en C. BARRERA, El periodismo español en su historia, Barcelona 2000, p. 189.
[9] Más que con los principios o con la ideología que contiene el “Credo de los periodistas”, la conexión que establezco tiene que ver con la alta valoración que se hace del periodismo y con la visión positiva que se adopta. Un reconocimiento y una visión que muy pocos, fuera de la profesión, tenían en esos momentos. Walter Williams fue un veterano periodista de Missouri (Estados Unidos) elegido por la Asociación de la Prensa de ese Estado para ser el primer decano de la Escuela de Periodismo de la Universidad de Missouri, entre 1908 y 1935 (es la primera universidad que imparte estudios de Periodismo). Su credo de los periodistas es uno de los símbolos clásicos del buen hacer de la profesión. En la actualidad, la Escuela de Periodismo de la Universidad de Missouri continúa distribuyéndolo en hojas sueltas promocionales, como insignia del verdadero periodismo:
«I believe in the profession of journalism.
I believe that the public journal is a public trust; that all connected with it are, to the full measure of their responsibility, trustees for the public; that acceptance of a lesser service than the public service is betrayal of this trust.
I believe that clear thinking, and clear statement, accuracy, and fairness are fundamental to good journalism.
I believe that a journalist should write only what he holds in his heart to be true.
I believe that suppression of the news for any consideration other than the welfare o society is indefensible.
I believe that no one should write as a journalist what he would not say as a gentleman; that bribery by one’s own pocketbook is as much to be avoided as bribery by the pocketbook of another’s instruction or another’s dividends.
I believe that advertising, news, and editorial columns should alike serve the best interests of the readers; that a single standard of helpful truth and clearness should prevail for all; that the supreme test of journalism is the measure of its public service.
I believe that the journalism which succeeds best —and the best deserves success— fears God and honours man; is stoutly independent, unmoved by pride of opinion, or greed of power; constructive, tolerant, but never careless; selfcontrolled, patient, always respectful of its readers, always unafraid; is quickly indignant at injustice; is unswayed by the appeal of privilege, or the clamour of the mob; seeks to give every man a chance, and, as far as law and honest wages and recognition of human brotherhood can make it so, an equal chance; is profoundly patriotic, while sincerely promoting international good will, and cementing world comradeship; is a journalism of humanity, of and for today’s world». Versión recogida en A. KNOPF, The Ethics of journalism (Vall-Ballou Press, New York 1924), pp. 239-240.
[10] Uno de los textos representativos es la mencionada Carta Profesional del periodista, aprobada por el Sindicato Nacional de Periodistas Franceses en 1918 y actualizada y reformada en 1939; consiste en un catálogo de acciones que deben evitarse; aunque deja traslucir la dignidad de la profesión periodística, la empaña con el elenco de riesgos, abusos e insuficiencias en los que se insiste: "Un journaliste digne de ce nom prend la responsabilité de tous ses écrits; tient la calomnie, les accusations sans preuve, l’alteration des documents, la déformation des faits, le mensonge, pour les plus graves fautes professionnelles; ne reconnait que la juridiction de ses pairs, souverains en matière d’honneur professionnel; n’accepte que des missions compatibles avec la dignité professionnelle; s’interdit d’invoquer un titre ou une qualité imaginaire, d’user de moyens déloyaux, pour obtenir une information ou surprendre la bonne foi de quiconque; ne touche pas d’argent dans un service public ou une entreprise privée où sa qualité de journaliste, ses influences, ses relations soient susceptibles d’ etre exploitées; ne signe pas de son nom des articles de réclame commerciale ou financière; ne commet aucun plagiat; cite les confrères dont il reproduit un texte quelconque; ne sollicite pas la place d’un confrère ni ne provoque son renvoi en offrant de travailler à des conditions inférieures; garde le secret professionnel; n’use pas de la liberté de la presse dans une intention intéressée; revendique la liberté de publier honnetement ses informations; tient le scrupule et le souci de la justice pour des règles premières; ne confond pas son role avec celui du policier".
[11] Homilía Amar al mundo apasionadamente, pronunciada en el campus de la Universidad de Navarra el 8 de octubre de 1967, publicada en Conversaciones, 114-116.
[12] M. AZNAR, Amigo de la Libertad en vol. col. Así le vieron. Testimonios sobre Mons. Escrivá de Balaguer, Madrid 1992, pp. 25-32. Artículo publicado en «La Vanguardia», Barcelona, 6-7-75.
[13] Entrevista de Andrés Garrigó, en «Gaceta Universitaria» (Madrid), 5-4-1967, publicada también en Conversaciones, 86.
En otra entrevista realizada por el corresponsal de «Time» de Nueva York, Peter Forbath, y publicada el 15-4-1967 (también en Conversaciones, 30) se refiere en concreto a la difamación sufrida en momentos sucesivos: «No hay sin embargo que extrañarse de que de vez en cuando alguien renueve los viejos mitos: porque procuramos trabajar por Dios, defendiendo la libertad personal de todos los hombres, siempre tendremos en contra a los sectarios enemigos de esa libertad personal, sean del campo que sean, tanto más agresivos si son personas que no pueden soportar ni la simple idea de religión, o peor si se apoyan en un pensamiento religioso de tipo fanático. No obstante, son mayoría —por fortuna— las publicaciones que no se contentan con repetir cosas viejas, y falsas; que tienen clara conciencia de que ser imparciales no es difundir algo a mitad de camino entre la realidad y la calumnia, sin esforzarse por reflejar la verdad objetiva. Personalmente pienso que también es noticia decir la verdad, especialmente cuando se trata de informar de la actividad de tantas personas que, perteneciendo al Opus Dei o colaborando con él, se esfuerzan, a pesar de los errores personales —yo los tengo y no me extraño de que también los tengan los demás—, por realizar una tarea de servicio a todos los hombres. Desmontar un falso mito es siempre interesante. Considero que es un deber grave del periodista documentarse bien, y tener su información al día aunque a veces eso suponga cambiar los juicios hechos con anterioridad. ¿Es tan difícil admitir que algo sea limpio, noble y bueno, sin mezclar absurdas, viejas y desacreditadas falsedades?».
[14] Amar al mundo apasionadamente, en Conversaciones, 116.
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