En la solemnidad del Sagrado Corazón de Jesús, Mons. Ocáriz nos invita a que pidamos al Señor un corazón manso y humilde, que sea descanso y consuelo para muchas almas
Queridísimos: ¡que Jesús me guarde a mis hijas y a mis hijos!
Hoy, con toda la Iglesia, contemplamos especialmente el Sagrado Corazón de Jesús. Esta fecha es una ocasión para dejarnos sorprender nuevamente por la maravilla de que Dios haya querido acercarse a los hombres hasta llegar a ser uno de nosotros, con un corazón en tantos sentidos como el nuestro. Por eso, viene a mi mente aquella consoladora invitación que nos dirige el Señor: «Aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón, y encontraréis descanso para vuestras almas» (Mt 11,29).
Jesús desea para nosotros, en medio de las idas y venidas cotidianas, una auténtica paz, serenidad y descanso. Y nos muestra el camino: identificarnos cada vez más con Él, con la humildad y mansedumbre de su corazón. Como escribe san Josemaría: «También a nosotros el Señor puede insinuarnos y nos insinúa continuamente: exemplum dedi vobis, os he dado ejemplo de humildad. Me he convertido en siervo, para que vosotros sepáis, con el corazón manso y humilde, servir a todos los hombres» (Amigos de Dios, n. 103).
Pidamos al Señor, en nuestra oración, que nos dé un corazón como el suyo. Esto redundará en el «descanso de nuestra alma» y de las personas que están junto a nosotros. También podemos agradecer tantas realidades de servicio que hemos visto en estos últimos meses, muchas veces junto a cada uno de nosotros.
En la solemnidad que hoy celebramos, quizá recordemos más frecuentemente aquella jaculatoria que repetía san Josemaría: Cor Iesu sacratissimum et misericors, dona nobis pacem. A su misericordia acudimos para rezar por la paz en las almas, en la Iglesia, en el mundo, y para seguir pidiendo por el final de la pandemia, que aún comporta sufrimiento en muchos sitios. Y nos acogemos a la mediación materna de Santa María, Madre de misericordia y Reina de la paz.