Hay muchos modos de evitar las actuales situaciones de abandono que, sin duda, se irán reduciendo con la vuelta a la normalidad, también porque la sociedad ha tomado conciencia de su grave omisión
No es fácil el equilibrio entre ética y derecho, moral y política, gobernantes y jueces. Menos aún en tiempos de una crisis sanitaria como la actual. Resulta lamentable politizar o judicializar la protesta, pero no lo es menos la tendencia a responsabilizar a los demás sin asumir la propia culpa, como se comprueba en escaramuzas políticas protagonizadas por gente descaradamente cínica. Al final, pagan siempre los más débiles, en este caso, los ancianos, las personas con dependencias varias, quienes están al final de la vida.
Hace ya casi tres meses empezaron a publicarse datos escalofriantes sobre la mortalidad en residencias en España, Italia, Francia, Reino Unido, Estados Unidos… Se trata de un problema muy complejo, especialmente aquí, por las grandes diferencias en los planteamientos de unas instalaciones y otras, también en función del precio (se pague a través de la administración pública o de bolsillos particulares).
Aunque no faltan leyes generales en España, casi todo depende de las comunidades autónomas: “asuntos sociales”, o su equivalente, no sanidad, aunque tengan un mínimo equipo médico (más bien de enfermería, y de alerta a médicos o a hospitales en caso de urgencia). Crece la inversión exterior en este campo, sobre todo francesa, pero quizá siguen siendo mayoría las residencias más o menos locales, incluso, de gestión casi familiar. Hablar enfáticamente de “medicalizar” resulta más bien propagandístico, cuando falta tanto para universalizar los cuidados paliativos, que debería ser objetivo prioritario.
Por todo esto, deseo referirme a un mensaje del Dicasterio vaticano para los Laicos, la Familia y la Vida sobre las personas mayores en tiempo del coronavirus, publicado el 6 de abril. Quiere hacernos pensar sobre un hecho doloroso: en la soledad, el coronavirus mata más. Por eso, la Santa Sede quiere manifestar “preocupación y agradecimiento, para restituir, al menos un poco, aquella ternura con la cual cada uno de nosotros ha sido acompañando en la vida y para que alcance a cada una de ellas la caricia materna de la Iglesia”.
El punto de partida es fuerte: hablan sólo de estadísticas de Italia, donde en la fecha del documento, más del 80% de las personas que habían perdido la vida tenían más de 70 años. Poco antes, al recibir a los participantes al primer congreso internacional de la pastoral de las personas mayores, organizado por el Dicasterio, el Papa Francisco afirmó que “la soledad puede ser una enfermedad, sin embargo, con la caridad, la cercanía y el consuelo espiritual podemos curarla”.
Hay muchos modos de evitar las actuales situaciones de abandono que, sin duda, se irán reduciendo con la vuelta a la normalidad, también porque la sociedad ha tomado conciencia de su grave omisión. Como en la atención a los pobres y a los más vulnerables, ha crecido la atención a los mayores solos desde parroquias, asociaciones y ONG. Y los sacerdotes continúan con sus visitas a domicilio para administrar los sacramentos.
Pero “la gravedad del momento nos llama a todos a hacer algo más. Individualmente o como Iglesias locales, podemos hacer mucho por las personas mayores: orar por ellas, curar la enfermedad de la soledad, activar redes de solidaridad, y mucho más. Frente al escenario de una generación golpeada de una manera tan fuerte, estamos llamados a una responsabilidad común, que nace de la conciencia del valor inestimable de cada vida humana y por la gratitud hacia nuestros padres y abuelos. Debemos dedicar nuevas energías para defenderlos de esta tempestad, así como cada uno de nosotros ha sido protegido y ayudado en las pequeñas y grandes tormentas de la propia vida. No dejemos solas a las personas mayores, porque en la soledad el coronavirus cobra más vidas”.
Esta solicitud resulta inseparable del esfuerzo continuo para la difusión de los cuidados paliativos, objetivo impulsado también por la Academia Pontificia de la Vida, que convocó a finales de 2019 en Roma, junto con la Fundación Qatar, un simposio internacional sobre “Religión y ética médica: Cuidados paliativos y salud mental durante el envejecimiento”. Al presentarlo, el presidente de la Academia, Mons. Vincenzo Paglia, recordó el documento firmado el 28 de octubre con representantes de las tres religiones abrahámicas, y el Libro Blanco sobre la Promoción y Difusión de los Cuidados Paliativos en el Mundo, preparado por un grupo internacional de expertos y disponible en www.academyforlife.va. “Nos une −añadió− la voluntad de promover una ‘cultura paliativa’, tanto para responder a la tentación de la eutanasia y del suicidio asistido, como, sobre todo, para desarrollar una cultura del cuidado que nos permita ofrecer una compañía de amor hasta el pasaje de la muerte”.