El progreso científico-experimental y tecnológico, si es mal asimilado, propicia una pretenciosa declaración de autosuficiencia por parte del hombre, y una falta de percepción de sus radicales limitaciones
“«En el principio, Dios creó el cielo y la tierra» (Génesis 1, 1). Con estas palabras solemnes comienza la Sagrada Escritura. El Símbolo de la fe las recoge confesando a Dios Padre Todopoderoso como «el Creador del cielo y de la tierra», «de todo lo visible y lo invisible»” (Catecismo de la Iglesia Católica, n. 279).
Así como sólo nuestro Padre Dios es Todopoderoso, así también sólo Él es Creador. Cuando decimos de un hombre que es creador o que tiene mucha creatividad, lo hacemos en un sentido figurado. A Dios se debe el origen primero de todas las cosas, que culminará con la creación y santificación del hombre, y el Reinado de Cristo sobre todo el universo. Por eso las lecturas de la Vigilia Pascual, en que se celebra la resurrección y con ella el triunfo de Jesucristo, comienzan con el relato de la creación.
Estamos aquí ante una verdad fundamental de la fe cristiana. Hay una difundida mentalidad de considerar sólo en superficie la realidad que nos circunda, y esperar de las fuerzas humanas la explicación de la vida y la solución a sus problemas. El progreso científico-experimental y tecnológico, si es mal asimilado, propicia una pretenciosa declaración de autosuficiencia por parte del hombre, y una falta de percepción de sus radicales limitaciones. “La catequesis sobre la Creación reviste una importancia capital. Se refiere a los fundamentos mismos de la vida humana y cristiana: explicita la respuesta de la fe cristiana a la pregunta básica que los hombres de todos los tiempos se han formulado: «¿De dónde venimos?» «¿A dónde vamos?» «¿Cuál es nuestro origen?» «¿Cuál es nuestro fin?» «¿De dónde viene y a dónde va todo lo que existe?». Las dos cuestiones, la del origen y la del fin, son inseparables. Son decisivas para el sentido y la orientación de nuestra vida y de nuestro obrar” (Catecismo..., n. 282).
Las investigaciones científicas acerca de los orígenes del mundo y del hombre revisten un gran interés. Ellas enriquecen nuestro conocimiento del cosmos, de las formas de vida, de la aparición del hombre. Nos muestran la grandeza admirable del poder divino y a la vez de la inteligencia con la que Dios ha dotado al hombre; tal como afirma el libro de la Sabiduría (7, 17-21): “Fue Él quien me concedió el conocimiento verdadero de cuanto existe, quien me dio a conocer la estructura del mundo y las propiedades de los elementos (...) porque la que todo lo hizo, la Sabiduría, me lo enseñó”.
El interés por estas cuestiones no es solamente científico-experimental, sino que atañe al sentido total del universo: azar u orden inteligente, necesidad ciega o sabiduría y bondad de Dios, prevalencia del bien o del mal. Además de los antiguos mitos religiosos sobre los orígenes del mundo, encontramos también tesis filosóficas que se oponen a la verdad revelada de un Dios Creador. Así la confusión del mundo con Dios (panteísmo), la afirmación de dos principios supremos del bien y del mal que pugnan entre sí (dualismo, maniqueísmo, gnosticismo), la independencia del mundo con respecto a un Dios lejano (deísmo), la reducción del universo a una materia eterna y autosuficiente (materialismo).
La razón humana tiene capacidad de llegar por sus solas fuerzas a la existencia de un Dios Creador. Pero afectada por el pecado, la ignorancia y el error, históricamente sólo conoció esta verdad gracias a la revelación divina: “Por la fe, sabemos que el universo fue formado por la palabra de Dios, de manera que lo que se ve resultase de lo que no aparece” (Carta a los hebreos 11, 3).
En efecto, Dios reveló paulatinamente a los hombres el misterio de la creación: Él es el único Dios que “hizo el cielo y la tierra” (Salmo 115, 15). La revelación del Creador va unida a la Alianza de Dios con los hombres, expresión de su amor y solicitud hacia nosotros. Los tres primeros capítulos del Génesis, el mensaje de los profetas, las invocaciones de los salmos, dan a conocer ya en el Antiguo Testamento el origen y fin del universo y del hombre, el drama del pecado y la esperanza de la salvación.