Donde hemos estado seguros ha sido con los nuestros. Y echamos en falta a los amigos
Ahora que se va abriendo el confinamiento y voy hablando con amigos y conocidos, estoy emulando a Tezanos con mi propia encuesta. Suelo preguntar si han aprovechado el encerramiento para pensar, para hacerse preguntas y qué han sacado en claro. Me ha gustado ver que la mayoría valoran más la familia y los amigos, tanto adultos, como jóvenes y niños. Así que con todo el miedo que nos han hecho pasar, lo que nos ha salvado ha sido la familia. Donde hemos estado seguros ha sido con los nuestros. Y que lo que más echamos en falta es poder estar con los amigos.
No está nada mal. Esto nos abre un panorama muy esperanzador. Habría que salir todos los días a los balcones a decir que estamos encantados con tener una familia y darle un sonoro aplauso. A pesar de cierto empeño soterrado de las modernidades de desdibujar la familia, el hombre sabe que lo importante es el amor: poder amar y ser amado. Que la amistad, una especie preciosa de amor, nos sigue atrayendo. Y digo que esto es muy tranquilizador, porque hiere de muerte a los enemigos de la familia, de la humanidad: las ideologías; las fuerzas oscuras, que las hay; la tiranía del relativismo; el individualismo ciego. Fuerzas que triunfarían en caso de lograr matar el amor, de aislarnos para que solo pudiéramos “amarnos” a nosotros mismos.
Pero la gran mayoría ha redescubierto estos días lo bien que se está en casa, lo agradable que es jugar con lo hijos, ver una película juntos, pasar un rato en familia jugando al parchís... Incluso haber tenido tiempo para pelearse. Hemos echado de menos a los abuelos, a los hermanos o a los primos. Hemos añorado nuestras bulliciosas reuniones familiares, los paseos con los amigos, tomar una cerveza. No estamos hechos para la soledad, es estupenda la compañía. Es verdad que también han aumentado los roces, que los defectos han sido más patentes, pero esto es normal. No somos Superman o Superwoman, somos de carne y hueso, con limitaciones; nuestra familia no es la ideal, pero es maravillosa porque es real. Siempre está ahí, a mi lado compartiendo los buenos y regulares momentos.
Hoy nos dice Jesús en el Evangelio: “Si me amarais”. Es lo que nos implora Dios, lo que nos pide: ¡un poco de amor! Lo que debe caracterizar a los hijos de Dios, es el amor; porque Él es Amor. Dios es familia, Trinidad. Un solo Dios y tres Personas: Padre, Hijo y Espíritu Santo. Dios no sabe, ni quiere, ni puede estar solo. Porque al ser amor, es relación, fuente de vida. Y el “paraíso” del individualismo, del confinamiento, de la soledad, es el infierno, es vivir sin amor y estar condenado al averno. “Si me amáis, guardaréis mis mandamientos”, esto es: amar es pensar en el otro, hacerle caso, tenerle en cuenta, agradarle. Por lo contrario, hacer mi voluntad, buscar mi provecho, salirme con la mía, usar y tirar, no querer que me molesten, imponerme… no son signos de amor, ni a Dios, ni a los demás. Es egoísmo.
“No os dejaré huérfanos, volveré a vosotros”. El Señor va preparando a los suyos para su partida al Cielo. Conmueve su cariño, su cercanía. Volveré, estaremos juntos. Te protegeré con mi Amor, con mi Espíritu. Es lo que queremos, estar con los que amamos, buscar su compañía. Cuidarles y llenarles de amor, de ese cariño que es imaginación, inventiva, para sorprenderles, para agradarles, servirles y que se sientan valorados. No es renunciar a lo nuestro, el amor no es renuncia; es ganancia: hacerte feliz es mi dicha. Cuando en el entorno familiar, o conyugal, salen a relucir demasiado los derechos, las exigencias, es señal de que mi capacidad de amar ha enfermado.
Podemos aprovechar este tiempo que el Cielo nos regala para hacer familia. Para construir la familia, para enseñar a vivir en familia. Y esto no es cuestión del gobierno, ni de la escuela. Es una tarea del hogar. Dice Scott Hahn: “No podemos controlar la clase de sociedad con la que tendrán que lidiar nuestros hijos, pero sí podemos influir en la clase de hijos católicos con los que tendrá que lidiar nuestra sociedad. En otras palabras: lo que estamos haciendo es transmitir hijos a nuestra sociedad, y no transmitir una sociedad a nuestros hijos”. Si las familias aportan hijos que se saben queridos, llenos de valores, fuertes y con criterios, serviciales, entonces cambiaremos el mundo.
Y esto lo haremos como dice el primer Papa: “dispuestos siempre para dar explicación a todo el que os pida una razón de vuestra esperanza, pero con delicadeza y con respeto”. Escuchaba de un potente “influencer” que, lo que cambiará la marcha del mundo no será la tecnología, ni la economía, sino la benignidad. Siempre con respeto, ahogando el mal con abundancia de bien, sin entrar al trapo de la confrontación. Aplaudiendo las bondades de la familia.