Una reflexión en tiempos de oscuridad, de la mano de Santa María
+ Del santo Evangelio según san Juan: 12, 44-50
En aquel tiempo, exclamó Jesús con fuerte voz: “El que cree en mí, no cree en mí, sino en aquel que me ha enviado; el que me ve a mí, ve a aquel que me ha enviado. Yo he venido al mundo como luz, para que todo el que crea en mí no siga en tinieblas.
Si alguno oye mis palabras y no las pone en práctica, yo no lo voy a condenar; porque no he venido al mundo para condenar al mundo, sino para salvarlo.
El que me rechaza y no acepta mis palabras, tiene ya quien lo condene: las palabras que yo he hablado lo condenarán en el último día. Porque yo no he hablado por mi cuenta, sino que mi Padre, que me envió, me ha mandado lo que tengo que decir y hablar. Y yo sé que su mandamiento es vida eterna. Así, pues, lo que hablo, lo digo como el Padre me lo ha dicho”.
* * *
Madre nuestra, Virgen de Guadalupe: sabemos que en el Santo Evangelio encontramos las respuestas a todos los interrogantes humanos, porque tu Hijo Jesús es la Palabra hecho hombre, Palabra viva, que nos da vida eterna.
En este tiempo de prueba que estamos viviendo, el mundo busca una respuesta, una explicación que nos dé la luz para tener confianza y esperanza.
Tú eres el mejor camino para llegar a Jesús. Te pedimos, Madre nuestra, que nos lleves a tu Hijo, con la confianza de que Dios sólo quiere cosas buenas, y de grandes males saca grandes bienes. Ayúdanos a aprovechar esta gracia, para cambiar de vida, para convertirnos.
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Hijos míos:
Aquí estoy yo, presente en esta nación. Pero verdaderamente presente para todos, aunque no me puedan ver con los ojos del cuerpo.
La luz existe, ilumina, da vida, pero algunos aún caminan en las tinieblas, porque no creen en lo que con sus ojos humanos no pueden ver.
Por eso, hijos míos, la gloria de Dios es para los que creen, no sólo para los que ven. El que cree que Jesús es el Hijo de Dios, que ha venido al mundo a traer su luz, para iluminarlos, para salvarlos, ése no será condenado, aun si comete pecado; porque, el que cree verdaderamente en Jesús, cree en su palabra, lo obedece, lo ama y se arrepiente de haberlo ofendido.
Y se propone cambiar su vida, luchando por serle fiel hasta la muerte. Pero el que no cree, él solo se condena a vivir en un mundo de mentira, que lo conduce a la muerte.
Yo quiero que todos mis hijos vivan tranquilos, sobre todo aquellos que son perseguidos por la causa de Cristo. Que mantengan la luz de la fe encendida, con la esperanza de que Jesús no ha venido a condenar, sino a salvar; no ha venido a traer muerte, sino vida. Él es la salud, y no la enfermedad.
El tiempo de la prueba pasará, y los que mantengan su luz encendida, al mundo iluminarán. No juzguen y no serán juzgados. No condenen, y no serán condenados. Traten a los demás como a ustedes les gustaría ser tratados, y lleven, por caridad, la palabra de Dios a sus hermanos.
Permanezcan en el amor de Cristo, unidos en un solo rebaño, en una, santa, católica y apostólica Iglesia −conducida por el faro de luz que es la vida, Jesucristo, el Hijo de Dios, representado en el mundo por su vicario, el Papa Francisco−, meditando las palabras del evangelio del día de hoy: el que no crea en las palabras del santo Padre no será condenado por Jesucristo, hecho hombre, muerto en la Cruz y resucitado, sino en su propio juicio, por la palabra que en las manos del Papa ha confiado el mismo Cristo.
Gustavo Eugenio Elizondo Alanís
Fuente: lacompañiademaria.com.
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