En su catequesis de hoy, durante la Audiencia general, el Papa ha iniciado un nuevo ciclo de catequesis sobre el tema de la oración
Queridos hermanos y hermanas:
Hoy empezamos a meditar sobre el tema de la oración. La oración es el alimento de la fe y también su expresión. Es como un grito que sale del corazón del que cree y espera sólo en Dios.
Un ejemplo de lo que es la oración lo encontramos en el Evangelio que acabamos de oír. Bartimeo, que era ciego, pedía limosna sentado a la orilla del camino. Cuando oyó que Jesús estaba pasando por allí, no dudó en gritar pidiéndole que se compadeciera de él. Sus gritos molestaban a quienes estaban a su alrededor y quisieron hacerlo callar. Él, en cambio, gritaba aún más fuerte: «Jesús, Hijo de David, ten compasión de mí». Bartimeo, descartado, menospreciado por los demás, hizo una profesión de fe, reconoció a Jesús como el Mesías. Su ruego conmovió el corazón del Señor, que lo llamó y le preguntó cuál era su deseo. El grito del mendicante se convirtió en súplica: «Haz que recobre la vista». Jesús, que vio la grandeza de la fe de Bartimeo, le abrió las puertas de su misericordia y de su omnipotencia, atendió su plegaria y le concedió lo que le pedía: la vista.
Este pasaje evangélico nos ayuda a comprender que la oración nace de la fe, brota de nuestro ser criaturas frágiles y necesitadas, de la continua sed de Dios que todos tenemos. Bartimeo nos enseña cómo orar: con humildad y perseverancia, confiando en el Señor y abandonándonos totalmente a su misericordia.
Hoy iniciamos un nuevo ciclo de catequesis sobre el tema de la oración. La oración es el aliento de la fe, es su expresión más propia. Como un grito que sale del corazón de quien cree y se fía de Dios.
Pensemos en la historia de Bartimeo, un personaje del Evangelio (cfr. Mc 10,46-52 y par.) y, os confieso, para mí el más simpático de todos. Era ciego, estaba sentado mendigando al borde del camino en las afueras de su ciudad, Jericó. No es un personaje anónimo, tiene un rostro, un nombre: Bartimeo, es decir “hijo de Timeo”. Un día oye que Jesús va a pasar. De hecho, Jericó era una encrucijada de personas, continuamente atravesada por peregrinos y mercaderes. Entonces Bartimeo se prepara: haría todo lo posible para encontrar a Jesús. Muchas personas hicieron lo mismo: recordemos a Zaqueo, que trepó al árbol. Muchos querían ver a Jesús.
Así este hombre entra en los Evangelios como una voz que grita a pleno pulmón. No ve; no sabe si Jesús está cerca o lejos, pero lo siente, lo capta por la gente, que en cierto momento aumenta y se acerca… Pero está completamente solo, y nadie se preocupa de él. ¿Qué hace Bartimeo? Grita. Y grita, y continúa gritando. Usa la única arma que posee: la voz. Comienza a gritar: «¡Jesús, Hijo de David, ten piedad de mí!» (v. 47). Y así sigue gritando.
Sus repetidos gritos molestan, no parecen educados, y muchos le regañan, le dicen que se calle: “¡Sé educado, no hagas eso!”. Pero Bartimeo no se calla, al contrario, grita aún más fuerte: «¡Jesús, Hijo de David, ten piedad de mí!» (v. 47). Esa terquedad tan hermosa de los que buscan la gracia y llaman, llaman a la puerta del corazón de Dios. Grita, llama. La expresión “Hijo de David” es muy importante; significa “el Mesías” −confiesa al Mesías−, es una profesión de fe que sale de la boca de aquel hombre despreciado por todos.
Y Jesús escucha su grito. La oración de Bartimeo toca su corazón, el corazón de Dios, y las puertas de la salvación se abren para él. Jesús lo hace llamar. Se pone de pie de un salto y los que antes le decían que callara, ahora lo conducen al Maestro. Jesús le habla, le pide que exprese su deseo −esto es importante−, y entonces el grito se convierte en petición: «¡Maestro, que vea!» (v. 51).
Jesús le dice: «Anda, tu fe te ha salvado» (v. 52). Reconoce en que el pobre hombre, indefenso y despreciado, todo el poder de su fe, que atrae la misericordia y el poder de Dios. La fe es tener las dos manos levantadas, una voz que grita para implorar el don de la salvación. El Catecismo afirma que «la humildad es la base de la oración» (Catecismo de la Iglesia Católica, 2559). La oración nace de la tierra, del humus, de donde deriva “humildad”, “humildad”; proviene de nuestro estado de precariedad, de nuestra continua sed de Dios (cfr. ibíd., 2560-2561).
La fe, lo hemos visto en Bartimeo, es un grito; la no-fe es sofocar ese grito. Esa actitud que tenía la gente al hacerlo callar: no eran personas de fe, pero él sí. Sofocar ese grito es una especie de “ley del silencio”. La fe es protesta contra una condición penosa de la que no entendemos el por qué; la no-fe es limitarse a sufrir una situación a la que nos hemos adaptado. La fe es la esperanza de ser salvado; la no-fe es acostumbrarse al mal que nos oprime y seguir así.
Queridos hermanos y hermanas, comenzamos esta serie de catequesis con el grito de Bartimeo, porque tal vez en una figura como la suya ya esté todo escrito. Bartimeo es un hombre perseverante. A su alrededor había personas que le decían que pedir era inútil, que era un grito sin respuesta, un ruido molesto y nada más, que por favor dejase de gritar: pero no permaneció en silencio. Y al final consiguió lo que quería.
Más fuerte que cualquier argumento contrario, en el corazón del hombre hay una voz que invoca. Todos tenemos esa voz dentro. Una voz que sale espontáneamente, sin que nadie lo mande, una voz que se pregunta sobre el sentido de nuestro caminar aquí abajo, sobre todo cuando estamos en la oscuridad: “¡Jesús, ten piedad de mí! ¡Jesús, ten piedad de mí!”. Hermosa oración.
¿Pero acaso esas palabras no están esculpidas en toda la creación? Todo invoca y suplica para que el misterio de la misericordia encuentre su cumplimiento definitivo. No rezan solo los cristianos: comparten el grito de la oración con todos los hombres y mujeres. Pero el horizonte aún se puede ampliar: Pablo dice que toda la creación «gime y sufre dolores de parto» (Rm 8,22). Los artistas suelen hacerse intérpretes de ese grito silencioso de la creación, que late en toda criatura y surge sobre todo del corazón del hombre, porque el hombre es un «mendigo de Dios» (cfr. Catecismo de la Iglesia Católica, 2559). Hermosa definición de hombre: “mendigo de Dios”.
Saludo cordialmente a los fieles de lengua francesa. Queridos hermanos y hermanas, los momentos difíciles que vivimos son favorables para redescubrir la necesidad de la oración en nuestra vita. Abramos las puertas de nuestro corazón al amor de Dios nuestro Padre que sabrá escucharnos. Dios os bendiga.
Saludo a los fieles de lengua inglesa conectados a través de los medios de comunicación. Invoco sobre vosotros y vuestras familias, en este tiempo de Pascua, la alegría y la fortaleza que vienen de Cristo resucitado. Dios os bendiga.
Con cariño saludo a los hermanos y hermanas de lengua alemana. La oración es la expresión más hermosa de la fe en Dios, de la confianza en su amor misericordioso. Pidamos a Dios que nos dé un corazón humilde que todo lo espera de Él y siente siempre la sed de Él. Que en este tiempo de Pascua el Señor Resucitado llene nuestros corazones con su paz y alegría.
Saludo cordialmente a los fieles de lengua española que siguen esta catequesis a través de los medios de comunicación social. Pidamos a Jesús, el Buen Pastor, que nos conceda ser hombres y mujeres de oración, que con confianza y perseverancia presentemos al Padre compasivo nuestras necesidades y las de todos nuestros hermanos. Pasado mañana, 8 de mayo, se celebra en Argentina la fiesta de Nuestra Señora de Luján. Que Ella, Madre de Dios y Madre nuestra, interceda por nosotros y nos obtenga de su Hijo las gracias necesarias en este tiempo de dificultad que el mundo atraviesa. Que Dios los bendiga.
Saludo cordialmente a los fieles de lengua portuguesa. Queridos amigos, la oración abre la puerta de nuestra vida a Dios y nos ayuda a salir de nosotros mismos para ser solidarios con los demás inmersos en la prueba. Así, sobre todo en este momento de pandemia, podemos llevarles consuelo, luz y esperanza. Que sobre vosotros y vuestras familias descienda la bendición del Señor.
Saludo a los fieles de lengua árabe que siguen este encuentro a través de los medios de comunicación. Aprendamos de la oración del ciego Bartimeo a pedir ante todo la misericordia de Dios con insistencia y fe. Permitamos al Señor que nos muestre su misericordia del modo que lo considere apropiado para nuestra salvación. El Señor os bendiga a todos y os proteja siempre de todo mal.
Saludo a todos los polacos. Queridos hermanos y hermanas, pasado mañana celebraréis la solemnidad de San Estanislao, obispo y mártir, patrón de Polonia. Desde hace siglos este gran santo permanece en la memoria y en la espiritualidad de los polacos como intrépido defensor de la fe, del orden moral y social, protector de los más débiles e indefensos, pastor dispuesto a dar la vida por Cristo y por sus ovejas. Por su intercesión rezamos por la Iglesia en Polonia y por el pueblo polaco, para que –en la actual y difícil situación mundial causada por la pandemia y en todo tiempo– pueda gozar de la bendición de Dios, de la paz y de la prosperidad. Os bendigo de corazón.
Saludo a los fieles de lengua italiana. Acabamos de empezar el mes de Mayo, que la devoción popular cristiana consagra a la Madre del Señor. Os animo a encomendaros a Ella, que bajo la Cruz se nos dio como Madre.
Dirijo un pensamiento especial a los ancianos, jóvenes, enfermos y recién casados. Poneos con confianza bajo la materna protección de María y estad seguros de que Ella no dejará que os falte su consuelo en la hora de la prueba. El Señor os bendiga y la Virgen os proteja.
Con motivo del 1 de mayo, recibí diversos mensajes referidos al mundo del trabajo y a sus problemas. En particular, me llamó la atención la de los trabajadores agrícolas, entre los cuales hay muchos inmigrantes que trabajan en el campo italiano. Desgraciadamente muchas veces son duramente explotados. Es verdad que hay crisis para todos, pero la dignidad de las personas siempre se debe respetar. Por eso defiendo el llamamiento de esos trabajadores y de todos los obreros abusados e invito a hacer de la crisis la ocasión para volver a poner en el centro la dignidad de la persona y la dignidad del trabajo.
* * *
Pasado mañana, viernes 8 de mayo, en el Santuario de Pompeya se elevará la intensa oración de la “Súplica a la Virgen del Rosario”. Animo a todos a unirse espiritualmente a este popular acto de fe y devoción, para que por intercesión de la Virgen Santa, el Señor conceda misericordia y paz a la Iglesia y al mundo entero.
Fuente: vatican.va / romereports.com
Traducción de Luis Montoya
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