¿No habíamos olvidado un poco la existencia de tanto amor y felicidad en tantas parejas durante sus vidas?
Es muy extraña, fea e inquietante la poca presencia de los fallecidos por coronavirus en los medios. Pero son tantas las víctimas, que, por el boca a boca de la amistad, te va llegando el luto; también la alegría de los recuperados; y la pena de quienes se curan dejando atrás a su marido o a su mujer.
Soy tan conyugal que estas últimas historias me estremecen especialmente. Aquí he protestado otras veces de la tranquilidad con que se afirma que el matrimonio es sólo hasta que la muerte nos separe, amparándose en una sola contestación cortante que Jesús dio aburrido ya de los saduceos. Entiendo la caridad con los que se quejan de que la indisolubilidad es una ley muy dura, pues a veces lo es; pero desazona la poca empatía con los que nos lamentamos de que la fatal disolubilidad sea una ley más dura y absoluta. Hace a la muerte peor de lo que es, porque, además de parárnoslo, nos parte el corazón. ¿No tendría que causar esto mayor inquietud entre los creyentes? Como vemos estos días, el amor no acaba; y, además, las almas son inmortales y, encima, los cuerpos resucitarán gloriosos. Un poema de Jiménez Lozano se apunta a mi presunta heterodoxia. Se titula "Lauda", como es lógico: "Amó a Claudia hasta la muerte,/ usque ad mortem,/ se leía en el cipo funerario;/ y Claudio escribió luego:/ et plus ultra./ Crecieron rosas blancas".
Esta crisis nos ha permitido ver la cantidad de matrimonios mayores unidos que hay y cómo el amor había resistido y se había acendrado con el paso de los años. Roger Scruton no dejaba de advertir contra ese tic postmoderno de minimizar y desmitificar todo, destacando sólo lo triste y lo malo. ¿No habíamos olvidado un poco la existencia de tanto amor y tanta felicidad en tantas parejas durante todas sus vidas?
A favor de la indisolubilidad eterna tenemos el as en la manga de la memoria. Un recuerdo tendrá en el Paraíso más intensidad que aquí mientras lo vivíamos. Pero ni así me resigno. "Más fuerte que la muerte es el amor", se cantó, y lo estamos viendo ahora, con esas historias que nos llegan y estremecen. "Non omnis moriar", avisó Horacio, convencido de que no moriría del todo gracias a sus poemas, como ha sido. Quevedo dio un paso más y afirmó que la llama del amor sabe cruzar la agua fría de la muerte. Los nuevos viudos y viudas han perdido muchísimo, pero no su amor ni la unión con sus esposos en alma y cuerpo. No los perderán nunca.