El Papa nos ha invitado a todos a rezar el Rosario en el mes de mayo que comienza, y que nos regala la apertura gradual del confinamiento al que todavía estamos sometidos
¿Estamos ya en medio del túnel? ¿Comenzamos a vislumbrar la luz mientras seguimos caminando a tientas en la oscuridad?
Una vez más, y la lista es muy larga, el hombre se ha sobrepuesto a las desgracias y catástrofes naturales, y está en camino de vencer. El coronavirus no ha triunfado; ha conseguido alguna que otra victoria; ha dejado muchos cadáveres en el campo de batalla, pero al final −¿es ya el fin?− se ha retirado. ¿Volverá? ¿Cuándo?
Y si vuelve se encontrará al hombre más preparado para combatirlo y destruirlo, aunque él alcance todavía algún que otro triunfo.
Nosotros, ¿hemos tomado consciencia de nuestra fragilidad, de nuestra debilidad natural, del barro en el que hemos sido creados? ¿Hemos aprendido a enfrentarnos, cara a cara, a las tragedias, contradicciones, con las que nos encontramos los humanos tantas veces a lo largo de nuestras breves vidas?
Cada uno de nosotros, allá en el fondo de su conciencia, se dará cuenta de si ha aprovechado estos tiempos de tribulación y de confinamiento, para haber sacado algún provecho para su vivir futuro, y no darse pena a sí mismo, por haberse quedado en la simple, triste y estéril lamentación.
El silencio y la soledad físicos nos han rodeado estos días; ¿los hemos vivido como silencio y soledad vital? ¿Nos hemos dado cuenta del clamor que late en el fondo de esos sentimientos de soledad y de silencio que nos invita a anhelar la compañía de los demás, la compañía de Dios, de Cristo, nuestro Señor?
Muchas personas se han conmovido al ver esos videos de jóvenes, ellos y ellas, de familias, de matrimonios, que rogaban a los obispos para que pronto pudieran volver a vivir la Misa en los templos, y recibir con devoción los Sacramentos. Quizá nos ha servido este tiempo para no acostumbrarnos a recibir con una cierta rutina al Señor Sacramentado; a agradecer de nuevo su presencia en la Eucaristía, que ha de ser siempre una novedad cada día para el buen creyente; a arrepentirnos de nuestros pecados y tener la alegría de recibir el perdón del Señor en el sacramento de la Reconciliación.
En no pocas familias han redescubierto la alegría de rezar juntos: bendecir la mesa, un misterio o una parte del Rosario, una lectura pausada de la vida del Señor. En definitiva, reencontrarse con el Señor, y con su Madre Santísima, en el quehacer de cada momento. Y con esa presencia de Jesús, se han alegrado de todo corazón de gozar de la compañía de hermanos y de hermanas, a quienes han visto con otros ojos, y han rezado juntos los unos por los otros.
Y no pocos jóvenes, adolescentes, habrán descubierto también, y habrán dado gracias a Dios, el rostro sonriente, también con una sonrisa de cansancio, de su madre, de su padre, que les han atendido y ayudado a seguir estudiando, trabajando en estos días, y le han facilitado el esfuerzo. Las sonrisas materna y paterna hacen verdaderos milagros en el espíritu de sus hijos.
El Papa nos ha invitado a todos a rezar el Rosario en el mes de mayo que comienza, y que nos regala la apertura gradual del confinamiento al que todavía estamos sometidos. “Contemplar juntos el rostro de Cristo con el corazón de María, nuestra Madre, nos unirá más como familia espiritual y nos ayudará a superar esta prueba”; son palabras suyas, y en una de las oraciones que nos recomienda para terminar el Rosario, nos invita a pedir a la Virgen María: “Consuelo de los afligidos, abraza a todos tus hijos atribulados, haz que Dios nos libere con su mano poderosa de esta terrible epidemia y que la vida pueda reanudar su curso normal con serenidad”.
La sonrisa maternal de María nos dará la paz del amor de su Hijo Jesús; y la fuerza para recomenzar el ajetreo de cada día más anclados en Dios, sabiendo que Ella y el Señor quieren estar siempre con nosotros, en familia.