Ante la confusión que muestran unos y otros, con todas las premuras a veces angustiosas, hay que ser prudentes
Hay un dicho que define la perplejidad de combinar dos aspectos aparentemente antagónicos como son la rapidez y el buen hacer: vísteme despacio que tengo prisa. La mejor manera de acelerar es precisamente realizar las cosas con sumo cuidado, con esmero, de forma que podamos avanzar acertadamente. Lo dijo Antonio Machado en uno de su versos: despacito y buena letra, que el hacer las cosas bien, importa más que el hacerlas.
No pocas veces resulta que, aturdidos por los agobios, nos dejamos llevar por las prisas; y a la postre, viene a ser peor el remedio que la enfermedad, por la improvisación que deviene en chapucería. ¡Cartas que de prisa se escribieron, mil disgustos dieron! No conviene olvidar que lo urgente puede esperar y lo muy urgente debe esperar. Y posiblemente, ceder ante lo importante, que no siempre son coincidentes. Y no, no es pachorra. Es hacerse cargo de la realidad.
Pensemos en un político: ha de tomar decisiones que implican a muchas personas. Si es un indocumentado, posiblemente decida con devaneo, sin previsión. Y al revés, si es prudente se dejará aconsejar por quien sabe y lo más probable es que las medidas de gobierno sean atinadas. Improvisar por ignorancia puede generar un dolor insoportable. Este momento que nos está tocando vivir es de prudencia y sabiduría; y la verdad, se echa en falta.
La vacuna contra el coronavirus es muy importante. Nos sacaría del atolladero en el que nos encontramos. Precisamente por eso, hay que hacerlo bien. Sin prisa, pero sin pausa. Es mucho lo que está en juego y las prisas no son buenas consejeras.
Ante la famosa 'desescalada' (un anglicismo; en castellano debería decirse de otra forma, como, por ejemplo, replegar, reducir, rebajar, disminuir, etc.) hay que conjuntar y comprobar las implicaciones de cada decisión para, entre todos los sectores afectados, acertar en la medida de lo posible. Aunque no siempre es fácil, tampoco resulta un imposible.
La responsabilidad social de quien gobierna es mucha; y ha de poseer la prudencia, que como enseñara Aristóteles consta de dos aspectos. El primero, deliberativo, objeto de la razón: comprender la realidad circundante; y el segundo, volitivo: poner en marcha sin dilación lo que se ha resuelto. Y ante cuestiones aún ignoradas, por novedosas, tener la humildad de ser cauteloso, que no es ser cachaza o parsimonioso; pero tampoco atolondrado y aturullado.