Más de la mitad de los 18.000 muertos, a fecha 13 de abril, son ancianos que vivían en residencias. Quiero dar voz a muchos que querrían expresar su dolor, su sufrimiento, su indignación
La pandemia está provocando miles de muertos entre ancianos que viven, que vivían, en residencias. Más de la mitad de los 18.000 muertos, a fecha 13 de abril, son ancianos que vivían en residencias, 10.700.
Toda muerte duele. Además, casi todos tenemos algún familiar en una residencia, o un amigo que tiene a sus padres, o un vecino que nos transmite su dolor e indignación.
Es desgarrador comprobar que, en una residencia, han fallecido una cuarta parte de los ancianos. O leer que en una comunidad autónoma el pasado lunes fallecieron 31 personas, de las que 19 vivían en residencias de ancianos.
El dolor necesita exteriorizarse, escribirse, manifestarse. Nuestra sociedad sangra, especialmente, con la muerte de esos 10.700 ancianos en residencias. Quiero dar voz a muchos que querrían expresar su dolor, su sufrimiento, su indignación.
El deterioro físico o/y cognitivo de la inmensa mayoría de esos ancianos les impide hablar, escribir. Están muriendo a miles en silencio, tal vez sólo llorando por teléfono a un hijo al describir lo que están viviendo dentro de la residencia. Están aislados, sin poder recibir visitas. Sin embargo, no hace falta que lo hagan ellos, vamos a hacerlo nosotros, por un deber de justicia por lo mucho que nos han dado, que incluso es tan exigente o más que la solidaridad.
Me gustaría que los lectores de este artículo se implicasen en esta tarea, que llevará meses. Sugiero un cauce: mi correo electrónico es [email protected], y pueden enviarme los casos, datos, comentarios que deseen sobre la tragedia de las residencias, y me comprometo a un seguimiento constante de esta cruel realidad desde el punto de vista periodístico. Ya se verán luego posibles responsabilidades civiles o penales, si las hay.
Sé que me llevará tiempo, y durante mucho tiempo, aunque muchos estén interesados en ocultar pronto esta tragedia, que no va a ser cuestión de unas pocas semanas. Si no reaccionamos, la tragedia se prolongará mucho más de lo que nos parece.
Quien quiera enviarme un anónimo, por supuesto que lo haga: me tocará a mi comprobar la veracidad de esa información. De todas formas, todo lo que sea dar la cara por nuestros ancianos −indefensos, muriendo en silencio cada día, sin la mínima protección en muchas casos en las primeras semanas de pandemia− me parece que ayuda a paliar los efectos dramáticos en el futuro −¿hasta cuándo seguirán muriendo en residencias, hasta que se invente la vacuna dentro de 18 meses?− y a destacar en qué hemos fallado.
La tragedia es de tal magnitud que, con el recuento diario de víctimas, es posible que perdamos de vista la realidad de los ancianos, la falta de sensibilidad real, y en su caso posibles negligencias, incluso graves, que tal vez den lugar a querellas e indemnizaciones. Y las cifras resultarían más escalofriantes si añadimos las muertes de ancianos que no fallecen en residencias, y si añadimos los ancianos que mueren en residencias y no se les hace el test ‘post mortem’.
En España hay 5.417 residencias de ancianos, de las que 3.844 son privadas y 1.573 públicas, con plazas para 372.000 ancianos. Ahora tienen, por desgracia, bastantes plazas libres, por los que van falleciendo, los que son trasladados a otros lugares por síntomas leves de coronavirus, y porque, lógicamente, no admiten ningún nuevo ingreso desde hace semanas.
No hay manera de saber cuántos han fallecido en residencias públicas y cuántos en residencias privadas. Está claro que no interesa a muchos dar ese dato, que acabaremos sabiendo, y exigiendo lo que corresponda a quien corresponda.
Saber cuándo podrán las residencias admitir nuevos “usuarios” −como llaman a los ancianos− es un enigma, porque han de hacerlo con plenas garantías sanitarias, y eso es muy complejo: personal que no esté contagiado, ancianos que no lo estén, garantías de que el nuevo “usuario” no esté contagiado, desinfección a fondo de todas las instalaciones, material sanitario y de protección con plenas garantías ante un virus que nos ha llevado a una “nueva realidad”, como dice la OMS.
Y el drama continuará porque hay enormes listas de espera para ingresar en residencias de ancianos. Algunos ya no lo necesitarán, porque están falleciendo o fallecerán en su domicilio en los próximos meses, pese a los cuidados de familiares y personal doméstico. ¿Alguien está pensando en cómo resolver este problema? No me consta.
En su mayoría está siendo heroico el personal de las residencias de ancianos. De todo hay, de todas formas, no seamos ilusos: ha habido personal que, en plena pandemia, ha dejado su puesto de trabajo en un residencia privada y se ha ido a trabajara a una residencia pública, porque le pagan más y se incorpora a una bolsa de trabajo del sector público. Sueldos, condiciones laborales, costes de las residencias: hay que adentrarse en esa realidad.
Las comunidades autónomas son responsables de las residencias de ancianos. A la vez, el Gobierno es quien tenía toda la información de la pandemia, y las decisiones se pueden tomar cuando se tiene esa información.
Como ya digo, “continuaré” hablando de esta tragedia, y ojalá sea con la ayuda de muchos lectores. Afecte a quien afecte, sin que el cansancio nos venza, porque la tragedia es mayor de lo que se dice, y puede seguir siéndolo muchos meses. Que no se sienta derrotado nadie, ni siquiera quien haya perdido ya a su padre o a su madre en una residencia. El dolor puede paralizar, es cierto, pero también puede espolear iniciativas: no rendirse en esta tarea es buena parte de lo que debemos a nuestros mayores.
Javier Arnal, en elconfidencialdigital.com.
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