En su catequesis semanal, durante la Audiencia general de hoy, el Papa ha explicado, la bienaventuranza “Dichosos los que trabajan por la paz, porque serán llamados hijos de Dios”
La catequesis de hoy está dedicada a la bienaventuranza que dice: «Dichosos los que trabajan por la paz, porque ellos serán llamados hijos de Dios».
Para comprenderla, tenemos que conocer qué significa la palabra “paz”. El término bíblico shalom quiere decir abundancia, bienestar, en una vida conducida bajo la verdad y la justicia, que se cumplen en la espera del Mesías, Príncipe de la paz. Sin embargo, hay otro sentido de paz que es subjetivo y que está muy difundido en nuestra sociedad, es el de tranquilidad y equilibrio personal, que en ocasiones no corresponde a un crecimiento interior.
De hecho, la paz del Señor es diferente a la que da el mundo, con sus guerras y con sus múltiples tratados de paz rotos. La paz que viene del Señor es la que “hace de dos pueblos uno solo”; es la paz que aniquila la enemistad y que reconcilia con la sangre de su cruz.
Los que trabajan por la paz son llamados hijos de Dios porque actúan de forma activa y artesanal, colaborando en la obra de la creación. Asumen el arte de la paz y la ejercen, sabiendo que no hay reconciliación sin donación de la propia vida y que la paz no es fruto de las propias capacidades, sino que es la manifestación de la gracia de Cristo, que nos ha hecho hijos de Dios.
La catequesis de hoy está dedicada a la séptima bienaventuranza, la de los “pacíficos”, que son proclamados hijos de Dios. Me alegra que caiga justo después de Pascua, porque la paz de Cristo es fruto de su muerte y resurrección, como hemos escuchado en la Lectura de San Pablo. Para entender esta bienaventuranza hay que explicar el sentido de la palabra “paz”, que puede ser malinterpretado o a veces banalizado.
Debemos orientarnos entre dos ideas de paz: la primera es la bíblica, donde aparece la bellísima palabra shalòm, que expresa abundancia, prosperidad, bienestar. Cuando en hebreo se desea shalòm, se desea una vida bella, plena, próspera, pero también según la verdad y la justicia, que tendrán cumplimiento en el Mesías, príncipe de la paz (cfr. Is 9,6; Mic 5,4-5).
Luego está el otro sentido, más difundido, por el que la palabra “paz” se entiende como una especie de tranquilidad interior: estoy tranquilo, estoy en paz. Esta es una idea moderna, psicológica y más subjetiva. Se piensa comúnmente que la paz sea quietud, armonía, equilibrio interno. Esta acepción de la palabra “paz” es incompleta y no puede ser absolutizada, porque en la vida la inquietud puede ser un importante momento de crecimiento. Muchas veces es el Señor mismo quien siembra en nosotros la inquietud para ir a su encuentro, para hallarlo. En ese sentido es un importante momento de crecimiento; mientras puede pasar que la tranquilidad interior corresponda a una conciencia adormilada y no a una verdadera redención espiritual. Tantas veces el Señor debe ser “signo de contradicción” (cfr. Lc 2,34-35), removiendo nuestras falsas seguridades, para llevarnos a la salvación. Y en ese momento parece no haber paz, pero es el Señor quien nos pone en ese camino para llegar a la paz que Él mismo nos dará.
En este punto debemos recordar que el Señor entiende su paz como distinta a la humana, a la del mundo, cuando dice: «La paz os dejo, mi paz os doy; no os la doy como la da el mundo» (Jn 14,27). La de Jesús es otra paz, diversa de la mundana.
Preguntémonos: ¿cómo da la paz el mundo? Si pensamos en conflictos bélicos, las guerras se terminan, normalmente, de dos modos: o con la derrota de una de las dos partes, o con tratados de paz. No podemos sino esperar y rezar para que se invoque siempre esta segunda vía; pero debemos considerar que la historia es una infinita serie de tratados de paz desmentidos por guerras sucesivas, o por la metamorfosis de esas mismas guerras en otros modos o en otros lugares. También en nuestro tiempo, una guerra “a trozos” se combate en muchos escenarios y de diversos modos[1]. Debemos al menos sospechar que, en el marco de una globalización hecha sobre todo de intereses económicos o financieros, la “paz” de algunos corresponda a la “guerra” de otros. ¡Y esa no es la paz de Cristo!
En cambio, ¿cómo “da” su paz el Señor Jesús? Hemos escuchado a San Pablo decir que la paz de Cristo es “hacer de dos, uno” (cfr. Ef 2,14), anular la enemistad y reconciliar. Y la senda para realizar esa obra de paz es su cuerpo. Él reconcilia todas las cosas y pone paz con la sangre de su cruz, como dice en otro sitio el mismo Apóstol (cfr. Col 1,20).
Y aquí me pregunto, podemos preguntarnos todos: ¿quiénes son, pues, los “que trabajan por la paz”? La séptima bienaventuranza es la más activa, explícitamente operativa; la expresión verbal es análoga a la usada en el primer versículo de la Biblia para la creación e indica iniciativa y laboriosidad. El amor por naturaleza es creativo −el amor es siempre creativo− y busca la reconciliación a cualquier precio. Son llamados hijos de Dios los que han aprendido el arte de la paz y lo ejercen, saben que no hay reconciliación sin don de la propia vida, y que la paz hay que buscarla siempre. Siempre y en todo momento: ¡no olvidéis esto! Se busca así. Esa no es una obra autónoma fruto de las propias capacidades, es manifestación de la gracia recibida por Cristo, que es nuestra paz, que nos ha hecho hijos de Dios.
La verdadera shalòm y el auténtico equilibrio interior brotan de la paz de Cristo, que viene de su Cruz y genera una humanidad nueva, encarnada en una infinita lista de Santos y Santas, inventivos, creativos, que siempre han ideado nuevas formas de amar. Los Santos y Santas que construyen la paz. Esa vida de hijos de Dios que, por la sangre de Cristo, buscan y encuentran a sus hermanos, es la verdadera felicidad. Bienaventurados los que van por esa vía. ¡Y de nuevo feliz Pascua a todos, en la paz de Cristo!
Saludo cordialmente a las personas de lengua francesa. Mientras celebramos la resurrección del Señor, pidámosle que haga de nosotros artesanos de paz y de reconciliación, para que en estos tiempos difíciles todos podamos reconocernos como hijos del mismo Padre. De nuevo, Feliz Pascua a todos, en la paz de Cristo. Dios os bendiga.
Saludo a los fieles de lengua inglesa conectados a través de los medios de comunicación. En la alegría de Cristo Resucitado, invoco sobre vosotros y vuestras familias el amor misericordioso de Dios nuestro Padre. El Señor os bendiga.
Queridos hermanos y hermanas de lengua alemana, ¡feliz y santa Pascua! Jesús se dio a sí mismo con toda su vida terrena, hasta la muerte en la cruz, para reconciliar a los hombres con Dios. En la profunda unidad con Dios, también el hombre recupera un sano trato con los demás, consigo mismo y con toda la creación. Que esta paz de Cristo esté siempre con vosotros.
Saludo cordialmente a los fieles de lengua española que siguen esta catequesis a través de los medios de comunicación social. Los animo a colaborar con Dios en la tarea de construir la paz, en cada momento y en cada lugar, comenzando por aquellas situaciones que viven ustedes y con las personas que tienen alrededor; de manera particular, en estos momentos que estamos viviendo a causa de la pandemia, para que, con un gesto concreto de bien, puedan llevar la ternura, la alegría y la paz de Cristo Resucitado. Feliz pascua de Resurrección. Y que Dios los bendiga.
Queridos oyentes de lengua portuguesa, «la paz del Señor esté con todos vosotros». Desde la tumba donde lo habían encerrado, Cristo Jesús salió por nosotros, para traer vida donde había muerte. Resucitó por nosotros y no dejará que nos falte nada: apoyados en esa certeza lograremos superar toda dificultad. De nuevo deseo a todos feliz Pascua, en la paz de Cristo.
Saludo a los fieles de lengua árabe que siguen esta Audiencia a través de los medios de comunicación. La paz es un don de Dios y es el fruto de una lucha espiritual incesante para llevar la cruz de cada día en pos de Cristo, porque quien cree en Dios debe traducir su fe en amor a todos sus criaturas. Debe transformarse en un instrumento de paz con todos los hermanos. El Señor os bendiga y Feliz Pascua.
Saludo cordialmente a los polacos. El domingo que viene celebraremos la fiesta de la Divina Misericordia. San Juan Pablo II la instituyó respondiendo a la petición de Jesús trasmitida a santa Faustina. Dijo así: “Deseo que la fiesta de la misericordia sea de reparo y refugio para todas las almas. La humanidad no hallará paz hasta que no se dirija a la fuente de mi misericordia” (Diario 699). Con confianza rezamos a Jesús Misericordioso por la Iglesia y por toda la humanidad, especialmente por los que sufren en este tiempo tan difícil. Cristo Resucitado reavive en nosotros la esperanza y el espíritu de fe. De corazón os bendigo.
Saludo cordialmente a los fieles de lengua italiana. A todos deseo que viváis de lleno el mensaje pascual, con fidelidad al Bautismo, para ser testigos gozosos de Cristo muerto y resucitado por nosotros.
Saludo finalmente a los jóvenes, enfermos, ancianos y recién casados. Queridísimos, os animo a mirar constantemente a Jesús que ha vencido la muerte y que nos ayuda a acoger los sufrimientos y las pruebas de la vida como preciosa ocasión de redención y de salvación. El Señor os bendiga y la Virgen María os proteja.
Fuente: vatican.va / romereports.com
Traducción de Luis Montoya
[1] Cfr. Homilía en Redipuglia, 13-IX-2014; Homilía en Sarajevo, 6-VI-2015; Discurso al Pontificio Consejo para los Textos Legislativos, 21-II-2020.
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