“Cuando leas este post dentro de unos años, recuerda, hijo: los pies en la tierra, y la mirada en el Cielo, siempre”
Querido hijo, ayer 24 de marzo fue tu cumpleaños. Tu primer cumpleaños. Sucedió en medio de la pandemia mundial por coronavirus. Dentro de varios años, cuando seas más mayor, hojearás despistadamente el álbum de fotos que tu padre suele hacer con los eventos familiares. Te detendrás en la hoja de tu cumpleaños y algo te chocará: no había nadie. No vinieron los abuelos a casa, ni tampoco tus padrinos, ni los tíos o primos. Te sorprenderá ver que estabas rodeado solamente de tus hermanas y de tus padres. Los de siempre, vaya.
Querido hijo, te preparé una tarta y por suerte encontramos una bolsa de globos perdida en un armario. No pudimos hacernos con un globo gigante de helio con el número uno. A decir verdad, tampoco con la vela. Tenía todos los números posibles excepto un mísero uno, así que a tu padre se le ocurrió poner la vela del número cuatro de perfil y así daba el pego para la foto. Sé que sabrás perdonarnos.
Querido hijo, me imagino que me pedirás extrañado una explicación sobre tan singular y, en cierto modo, solitario cumpleaños. Y entonces te presentaré este post que ahora te escribo y lanzo al ciberespacio con la esperanza de que a alguien más pueda ser de utilidad, visto que seremos muchas familias las que tendremos que celebrar varios cumpleaños “entre rejas”.
Querido hijo, llegaste hace un año después de varios meses duros en casa, que se quedaron en nada en comparación con lo que vino después. Debajo del brazo me trajiste un pan de lo más inesperado: un cólico renal y dos operaciones, varios meses de sufrimientos internos y externos. Pero fue un regalo inmenso y no podré agradecértelo nunca lo suficiente. Mi manera de ver la vida cambió enormemente gracias a todo aquello y soy muchísimo más feliz todavía desde entonces, incluso sabiendo que mis riñones aún albergan varias piedras que, antes o después, volverán a darme otra sorpresa. Laus Deo si esto me lleva a aprender tanto o más que la última vez.
Querido hijo, perdona que me vaya por las ramas. A estas alturas ya sabrás que mamá es así. Volviendo a lo que nos ocupa, llegaste hace un año y, ¡qué bonita es la vida contigo! Ya no puedo imaginármela de otra manera, incluso en los días en los que tanto te quejas y lloriqueas. No pasa nada, te queremos con todo nuestro corazón.
Querido hijo, ayer, como te decía, celebramos tu primer cumpleaños. Llevamos ya cinco semanas dentro de casa y no sabemos aún lo que nos espera. Aunque tú no lo recordarás y aunque ayer mismo tampoco entendiste nada, para nosotros era importante celebrarlo y celebrarte. Incluso aunque un virus haya puesto en jaque al mundo entero, al amor no lo puede parar nadie. Las calles y las ciudades están vacías, es cierto, es una imagen nunca vista, un momento histórico que probablemente se estudiará en los libros de Historia de tu generación. Pero también estamos viendo que el amor no conoce fronteras y que nos hace más humanos que nunca.
Querido hijo, está siendo un tiempo en el que estamos redescubriendo la belleza de la familia, de los placeres sencillos, de la vida ordinaria. Lo que antes era una garantía y la normalidad adquirida por derecho, ahora nos parece un lujo que no sabemos cuándo podremos volver a disfrutar de nuevo. Desconocemos cuándo y en qué condiciones podremos volver a pisar un parque, ir al colegio de nuevo, abrazar a nuestros seres queridos o simplemente dar un paseo despreocupadamente. Hoy más que nunca hemos aprendido la lección de que la vida y el futuro no están garantizados: cuando nos parecía que el progreso ya era un hecho y que podríamos con cualquier cosa, un virus microscópico está dominando el planeta entero. Ésta es una de las lecciones que quiero que aprendas, hijo: no somos omnipotentes. No importa que seas joven o mayor, ni rico o pobre. No pienses que a tu generación eso no le pasará, porque lo mismo pensábamos nosotros. Tienes que saber que este virus ha hecho amigos en todas partes, y se ha llevado por delante gente de todo tipo. Ni el dinero ni la juventud en este caso han podido con él. Ten los pies en la tierra.
Querido hijo, también tengo otra lección para ti. Los pies es necesario tenerlos en la tierra, pero más importante aún es que la mirada esté puesta en el Cielo. Si sólo pudiera dejarte un legado, elegiría sin duda éste. Vive siempre mirando al Cielo, vive junto a Él. No importa dónde estés, ni qué estés haciendo. Vive con él, acuérdate de Él. Haz de Él tu amigo, tu consejero, tu compañero de alegrías, tu paño de lágrimas. Todo con Él es mejor. En este tiempo en casa estamos procurando que sea así. Tu padre y yo nos preocupamos y no queremos desaprovechar este tiempo intentando simplemente “sobrevivir” hasta que todo sea normal. Para nosotros es importante “vivir” lo mejor posible el momento que se nos ha dado, aunque eso implique estar entre cuatro paredes semanas enteras. Es fundamental que tus hermanas se acuerden (y tú, aunque no lo recuerdes) de los tiempos del coronavirus como un tiempo de serenidad y alegría en casa. No podemos cambiar lo que pasa fuera, pero sí lo que pasa dentro. Queremos que recordéis que fue un tiempo en el que tus padres quisieron vivir mirando al Cielo cada día. Rezando más que nunca, sirviendo más que nunca, buscando la santidad más que nunca. No nos cabe duda de que (si pudiéramos eliminar todo lo que está pasando de puertas para fuera) recordaremos este tiempo con cierta nostalgia, sabiendo que nunca volveremos a estar todos juntos tanto tiempo en casa.
Querido hijo, no te preocupes ni te extrañes si las fotos te dan a entender que fue un cumpleaños triste o silencioso. No lo fue. Fue un cumpleaños maravilloso. Me atrevería a decir que fue uno de los mejores que nunca vivirás. Papá te bendijo, tus hermanas te hicieron dibujos, mamá te abrazó y te mimó más que nunca. Llamamos a toda la familia y te cantamos el cumpleaños feliz en directo desde dos países a la vez. Le pedimos a Dios que te protegiera y te cuidara, que hiciera de ti un hombre santo, que fuera tu mejor amigo a lo largo de tu vida. Ofrecimos por ti todos los sacrificios de ese día, incluyendo tus propios lloriqueos. Rezamos para que tu mejor regalo fuera la experiencia vivida junto a Dios. Nos sentimos inmensamente agradecidos porque nos está acompañando todos y cada uno de los días de este aislamiento. Por eso te garantizo que tuviste todo lo esencial y más. Así que, cuando leas este post dentro de unos años, recuerda, hijo: los pies en la tierra, y la mirada en el Cielo, siempre.