Durante la Audiencia general de hoy, Solemnidad de la Anunciación del Señor, el Santo Padre recordó los 25 años de la promulgación de la Encíclica ‘Evangelium vitae’, sobre el valor y la inviolabilidad de la vida humana
Queridos hermanos y hermanas:
Hoy celebramos la solemnidad de la Anunciación del Señor. Hace 25 años, san Juan Pablo II promulgó la Encíclica Evangelium vitae, sobre el valor y la inviolabilidad de la vida humana. Este santo pontífice presentaba el ejemplo de la Virgen María que acogió a Dios en el momento del anuncio del Ángel Gabriel, y desde entonces se comprometió a hacerse cargo de esa nueva vida que nacía en sus entrañas.
Hoy, ante esta pandemia que estamos viviendo y que amenaza la vida humana, recordamos a tantas personas que se prodigan en el servicio de los enfermos, de los ancianos y de los que están solos. Nuestras sociedades necesitan que difundamos más allá de las emergencias, como la de ahora, esa cultura de la solidaridad, del cuidado y de la acogida, contribuyendo a crear un mundo cada vez más humano, con coraje en la palabra y valentía en las acciones.
Esto significa responsabilizarnos del que sufre, del marginado, del que no es capaz de avanzar por sus propios medios, porque todos ellos tienen derecho a gozar de la plenitud de la vida, y para todos ellos la Iglesia debe tener entrañas de madre.
Hace 25 años, en esta misma fecha del 25 de marzo, que en la Iglesia es fiesta solemne de la Anunciación del Señor, San Juan Pablo II promulgaba la Encíclica Evangelium vitae, sobre el valor y la inviolabilidad de la vida humana.
El vínculo entre la Anunciación y el “Evangelio de la vida” es estrecho y profundo, como subrayó San Juan Pablo en su Encíclica. Hoy nos encontramos relanzando esta enseñanza en el contexto de una pandemia que amenaza la vida humana y la economía mundial. Una situación que hace sentir aún más comprometedoras las palabras con las que inicia la Encíclica. Así: «El Evangelio de la vida está en el centro del mensaje de Jesús. Acogido con amor cada día por la Iglesia, es anunciado con intrépida fidelidad como buena noticia a los hombres de todas las épocas y culturas» (n. 1).
Como todo anuncio evangélico, también este primero debe ser manifestado. Y pienso con gratitud en el ejemplo silencioso de tantas personas que, de diversos modos, se están prodigando al servicio de los enfermos, de los ancianos, de quien está solo y es más indigente. Ponen en práctica el Evangelio de la vida, como María que, recibido el anuncio del ángel, fue a ayudar a su prima Isabel que la necesitaba.
En efecto, la vida que estamos llamados a promover y a defender no es un concepto abstracto, sino que se manifiesta siempre en una persona de carne y hueso: un niño recién concebido, un pobre marginado, un enfermo solo y desanimado o en estado terminal, uno que ha perdido el trabajo o no logra encontrarlo, un inmigrante refugiado o segregado… La vida se manifiesta en concreto en las personas.
Todo ser humano está llamado por Dios a gozar de la plenitud de la vida; y siendo confiado al amor maternal de la Iglesia, toda amenaza a la dignidad y a la vida humana no puede no repercutir en el corazón de ella, en sus “entrañas” maternas. La defensa de la vida por la Iglesia no es una ideología, es una realidad, una realidad humana que involucra a todos los cristianos, precisamente por ser cristianos y por ser humanos.
Los atentados a la dignidad y a la vida de las personas continúan desgraciadamente también en esta época nuestra, que es la época de los derechos humanos universales; es más, nos encontramos ante nuevas amenazas y nuevas esclavitudes, y no siempre las legislaciones protegen la vida humana más débil y vulnerable.
El mensaje de la Encíclica Evangelium vitae es pues más actual que nunca. Aparte de las emergencias, como la que estamos viviendo, se trata de actuar a nivel cultural y educativo para trasmitir a las generaciones futuras la actitud de solidaridad, cuidado, acogida, sabiendo que la cultura de la vida no es patrimonio exclusivo de los cristianos, sino que pertenece a todos los que, luchando por construir relaciones fraternales, reconocen el valor propio de cada persona, aunque sea frágil y esté sufriendo.
Queridos hermanos y hermanas, toda vida humana, única e irrepetible, vale por sí misma, constituye un valor inestimable. Esto siempre debe anunciarse nuevamente, con el coraje de la palabra y el coraje de las acciones. Esto requiere solidaridad y amor fraterno para la gran familia humana y para cada uno de sus miembros.
Por eso, con San Juan Paolo II, que hizo esa encíclica, con él repito con renovada convicción el llamamiento que él dirigió a todos hace 25 años: «¡respeta, defiende, ama y sirve a la vida, a toda vida humana! ¡Sólo siguiendo este camino encontrarás justicia, desarrollo, libertad verdadera, paz y felicidad!» (Evangelium vitae, 5).
Saludo cordialmente a los fieles de lengua francesa. Queridos hermanos y hermanas, que el “sí” de la Virgen María os refuerce en vuestra lucha por la promoción y la defensa de la vida y os haga solidarios con toda persona que sufre, anciana o sola, especialmente durante este periodo de gran prueba. Dios os bendiga.
Saludo a los fieles de lengua inglesa conectados a través de los medios de comunicación en nuestro camino cuaresmal hacia la Pascua. Sobre vosotros y vuestras familias invoco la fuerza y la paz que vienen del Señor Jesucristo. Dios os bendiga!
Dirijo un cordial saludo a los hermanos y hermanas de lengua alemana. Comprometámonos por la vida de los demás, especialmente de los enfermos y necesitados. Pienso en particular en los ancianos. Ellos merecen nuestra estima y nuestra atención. Gracias a su empeño y a sus cuidados estamos aquí y tenemos este estilo de vida. Dios misericordioso os bendiga con su gracia.
Saludo a los fieles de lengua española que siguen esta catequesis a través de los medios de comunicación. En estos momentos en que toda la humanidad está sufriendo a causa de la pandemia, los exhorto a implorar la protección de María y la intercesión del Papa san Juan Pablo II, para que toda vida humana sea valorada, respetada, defendida y amada; así se hallará justicia, paz y felicidad. Que Dios los bendiga.
De corazón saludo a los fieles de lengua portuguesa: gracias por vuestra unión en la oración. A la Virgen María, Salud de los Enfermos, os encomiendo a todos, animándoos a manifestar el Evangelio de la Vida, con la palabra y el valor de las acciones. Sobre vosotros y vuestras familias descienda la Bendición del Señor.
Saludo a los fieles de lengua árabe. Queridos hermanos y hermanas, María de Nazaret nos indica la vía para llegar a conocer a Jesús: saber decir ‘sí’ a la voluntad de Dios, y a sus proyectos, que siempre nos superan. Renovemos juntos nuestro ‘sí’ al Señor y a su voluntad, fiándonos de Él: así tendremos, como María, una nueva vida. El Señor os bendiga.
Queridos hermanos y hermanas polacos, hoy es la solemnidad de la Anunciación del Señor. Revivamos el misterio del Hijo de Dios que se hizo hombre y nació de la Virgen María. Ella con magnánima prontitud acogió y protegió su vida concebida por el Espíritu Santo. Toda vida humana es un inestimable don de Dios. Nos damos cuenta cada vez más en este periodo, en que la epidemia quita la vida a tantísimas personas. Por intercesión de María, pidamos al Señor de la vida que detenga la amenaza de la muerte e infunda en los corazones de todos los hombres el respeto por cada vida. Su bendición os acompañe siempre.
Saludo cordialmente a los fieles de lengua italiana. Os animo a que siempre confiéis en la misericordia de Dios y seáis generosos con el prójimo, especialmente en estos tiempos de incertidumbre.
Dirijo un pensamiento especial a los jóvenes, ancianos, enfermos y recién casados. Hoy, solemnidad de la Anunciación del Señor, encomiendo a todos a la Madre de Jesús y Madre nuestra. Ella, que dijo aquel “sí” en Nazaret, os ayude cada día a decir vuestro “sí” al Señor, que os llama a acogerlo y seguirlo en todas las situaciones concretas en que os toca vivir. Que Dios os bendiga.
Dentro de poco, a mediodía, los Pastores de las diversas Comunidades cristianas, junto a los fieles de las diversas confesiones, nos reuniremos espiritualmente para invocar a Dios con la oración del Padrenuestro. Unamos nuestras voces de súplica al Señor en estos días de sufrimiento, mientras el mundo es duramente probado por la pandemia. Quiera el Padre, bueno y misericordioso, escuchar la oración concorde de sus hijos que con confiada esperanza se dirigen a su omnipotencia.
Renuevo a todos también la invitación a participar espiritualmente, a través de los medios de comunicación, en el momento de oración que presidiré pasado mañana, viernes, a las seis de la tarde, en el atrio de la Basílica de San Pedro. A le escucha de la Palabra de Dios y a la adoración del Santísimo Sacramento, seguirá la Bendición Urbi et Orbi, con la indulgencia plenaria.
Queridos hermanos y hermanas, hoy nos hemos citado, todos los cristianos del mundo, para rezar juntos el Padrenuestro, la oración que Jesús nos enseñó.
Como hijos confiados nos dirigimos al Padre. Lo hacemos todos los días, muchas veces al día; pero en este momento queremos implorar misericordia para la humanidad duramente probada por la pandemia del coronavirus. Y lo hacemos juntos, cristianos de toda Iglesia y Comunidad, de toda tradición, de toda edad, lengua y nación.
Recemos por los enfermos y sus familias; por los agentes sanitarios y cuantos les ayudan; por las autoridades, las fuerzas del orden y los voluntarios; por los ministros de nuestras comunidades.
Hoy muchos de nosotros celebramos la Encarnación del Verbo en el seno de la Virgen María, cuando en su “Hágase”, humilde y total, se reflejó el “Hágase” del Hijo de Dios. También nosotros nos encomendamos con plena confianza a las manos de Dios y con un solo corazón y una sola alma rezamos: Pater noster qui es in caelis, sanctificetur nomen tuum. Adveniat regnum tuum. Fiat voluntas tua, sicut in caelo et in terra. Panem nostrum quotidianum da nobis hodie, et dimitte nobis debita nostra sicut et nos dimittimus debitoribus nostris. Et ne nos inducas in tentationem, sed libera nos a malo. Amen.
Fuente: vatican.va / romereports.com.
Traducción de Luis Montoya.
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