¿Quién hubiera dicho hace sólo algunos años que un Sínodo sobre una región remota como la Amazonia despertaría tanto interés en la Iglesia y más allá de sus confines?
El primer fruto de Querida Amazonia reside precisamente en esto: con el Sínodo, primero, y ahora con la Exhortación, el Papa ha tumbado la narración mainstream, poniendo en el centro la periferia y “obligándonos” a abandonar prejuicios y análisis simplistas. Por medio del camino sinodal, iniciado significativamente en 2018 en Puerto Maldonado −“puerta” de la selva amazónica−, ha dado voz a pueblos que habían sido silenciados y ha recordado, con una expresión bella presente en la Exhortación, que el destino de la Amazonia debe preocuparnos a todos, porque esta tierra “es también nuestra”.
Es un texto poético, y no solo porque el Pontífice cita diversos poetas que han narrado esta tierra maravillosa, sino porque ha escrito este documento como un texto “íntimo”, personal, en el que confía sus sueños para la Amazonia y para el Pueblo de Dios que la habita, para una Iglesia con rostro amazónico. Página tras página se manifiestan al lector los sueños de Francisco para la Amazonia: social, cultural, ecológico, eclesial, que están bien lejos de ser abstractos porque son un “don que Dios siembra en nuestros corazones”. Y no permiten que permanezcamos inmóviles ante el mal. En los sueños de Francisco podemos encontrar las esperanzas y las inquietudes, las fragilidades y la fuerza de un pueblo que grita al cielo por las devastaciones que está sufriendo su “casa”.
Esos sueños, sobre todo en el capítulo IV de Querida Amazonia, dedicado más directamente a los pastores y a los fieles, nos alientan a iniciar nuevos procesos, a cambiar de dirección y emprender un camino de conversión. A superar, como ya indicaba Evangelii Gaudium, la tentación del “siempre se ha hecho así”. Y, sin embargo, el Papa escapa de la “lógica binaria” en la que algunos querían encerrar esta exhortación: abre o cierra, autoriza o no.
Para el Papa el objetivo no es simplemente aumentar el número de sacerdotes, como si fuese una ecuación algebraica. Esto lo ve más bien como un efecto, fruto de un renovado impulso misionero del que se benefician sobre todo los últimos, “los descartados” del mundo, que son, al contrario, los “primeros” para Francisco. Este es el corazón de Querida Amazonia, publicada poco después del Mes Misionero Extraordinario. Una vez más resuena el Documento de Aparecida con su llamada a ser “discípulos y misioneros”. Solo así, haciéndonos discípulos de Cristo y misioneros del Anuncio que salva, podremos ser “miembros los unos de los otros” y sentir de verdad que también pueblos lejanos, situados a millares de kilómetros, son nuestros hermanos.