Si los principales educadores son los padres, ellos deben saber el valor único de cada hijo
Para educar hay una premisa previa, preguntarse quién es el hombre. Si no sabemos responder a esa pregunta, quizá sea difícil ayudarle a que logre una vida plena, A la pregunta sobre quién, se puede contestar que tiene rasgos corpóreos y psíquicos; pero se resuelve, según Sellés, acudiendo a lo neurálgico: su intimidad. De todas formas, podemos decir que al hacer referencia a hombres pensamos en personas; seres con inteligencia, voluntad, afectos y la capacidad de dar sentido trascendente a su vida.
La inteligencia se desarrolla con hábitos intelectuales y la voluntad con virtudes. Los afectos, muy diversos, se deben orientar al servicio de la verdad y del bien, que son el fin de la inteligencia y de la voluntad. Con términos de la filosofía se dice que la persona humana tiene cuerpo y alma; ambos son co-principios, pues se necesitan mutuamente. A esa realidad se le llama vida personal. Nos movemos, queda patente, en el ámbito del ser, no del tener.
El valor de cada persona
Se comprende el asombro de un alumno al escuchar a Leonardo Polo decir en la primera clase de un curso sobre ética: una persona humana vale más que todo los seres no personales del mundo (animales, galaxias, etc.). Para entender esta afirmación, es preciso conocer otros rasgos del ser humano: la libertad y la capacidad de amar. Ahora algunos intentan explicar la realidad prescindiendo de la dignidad que le confiere a la persona lo dicho antes; la consecuencia práctica es fijarse solo en aspectos importantes, pero parciales, de la realidad. Así, la tarea educativa se reduce a instruir, con predominio de los idiomas y las nuevas tecnologías.
No se trata de negar lo aportado por esas materias, pero limitar la tarea educativa a esa dimensión es empobrecerla. La lectura del libro ¿Quién es el hombre?, del citado Leonardo Polo, abre nuevos horizontes. Si apreciamos el sentido trascendente del ser humano y consideramos a cada persona como alguien querido por Dios, como único e irrepetible, vislumbramos el horizonte que se abre ante nosotros. Así se entiende que lo que tiene es accidental, ante el valor de lo que se es. Polo afirma que la persona necesita una apertura vinculada a lo más radical del ser humano; no hace falta esperar a que madure, alcance el uso de razón, para ser digno del respeto y derechos que le corresponden por ser.
En las últimas décadas se han buscado acuerdos, válidos para todas las culturas, en los que poner la base del respeto a los derechos humanos, cuestión interesante teniendo en cuenta la variedad cultural y la globalización. Quizá sea posible, pero el ser humano sólo no puede dar razón completa de sí mismo; el hombre sin Dios es incomprensible. En 1948, al firmarse la Declaración Universal de los Derechos Humanos, se logró un acuerdo muy alto, gracias al acuerdo de aceptar esos derechos sin preguntar en dónde los fundamentaba cada representante de los países firmantes.
La importancia de acertar en la respuesta
Nos puede ayudar a saber buscar respuestas a problemas de la humanidad este relato: “un científico, preocupado por los problemas del mundo relacionados con la alimentación, buscaba medios para aminorarlos; pasaba días en su laboratorio buscando respuestas. Un día, su hijo de siete años entró allí y su padre, nervioso por la interrupción, le pidió que se fuera a jugar a otro lugar. Al ver que no era posible, pensó algo para entretenerle, se fijó en una revista que traía un mapa del mundo, ¡justo lo que precisaba! Con unas tijeras recortó el mapa en trozos y se los dio junto con una barra de pegamento, y le dijo: como te gustan los rompecabezas, te voy a dar el mundo roto, para que lo arregles.
Calculó que al niño le llevaría horas recomponer el mapa, pero no fue así; a los pocos minutos escuchó al niño: Papá, ya he acabado. Al principio no daba crédito a lo que veía; era imposible a su edad recomponer un mapa que no había usado. El padre miró lo que le enseñaba el niño: el mapa estaba completo, cada trozo estaba en su lugar. ¿Cómo lo había hecho? Le dijo: hijo mío, tú no sabías cómo era el mundo, ¿cómo uniste las piezas? Papá, yo no lo sabía, pero cuando sacabas el mapa de la revista, vi que en el otro lado estaba la figura de una persona. Di la vuelta a cada trozo y los pegué. Al terminar, volví a dar la vuelta y vi que estaba el mundo”. Nos jugamos mucho en saber el valor de la persona, empezando por la nuestra.
Dedicar un tiempo a pensar
Si ayudamos a las personas, contribuimos a un mundo mejor. Así lo manifestaba un ejecutivo, quien, en su vehículo de alta gama, circulaba por una carretera de un país sudamericano. Pensaba en la reunión a la que asistiría cuando algo golpeó un cristal del coche; al mirar por el retrovisor, vio a un niño asomado en un camino lateral y supo que la piedra había venido de ahí. Dio la vuelta en el primer lugar que pudo y regresó en busca del niño. Paró el coche y vio a un chico de unos diez años; a su lado estaba otro, más joven, caído en el suelo sobre lo que parecía un cochecito de niño. Enfadado, le preguntó si había tirado la piedra. El primero le dijo que sí; llevaba a su hermano a casa cuando el cochecito volcó y su hermano paralítico se cayó al suelo. Intentó detener algún coche de los que pasaban para que le ayudasen; cansado de esperar, como se acercaba el atardecer, decidió tirar una piedra al primer coche que pasara. El ejecutivo pudo reaccionar de maneras diversas, pero lo hizo de un modo sensato: ¡qué me tengan que dar una pedrada en el coche para que me pare a socorrer a un niño paralítico!
Una forma es actuar según el dicho popular: comamos y bebamos que mañana moriremos, o la del autor de Crimen y Castigo: si Dios no existe, todo está permitido. En definitiva, o somos el resultado del azar del genoma humano o fruto de un proyecto amoroso de Dios; entre ambas respuestas hay otras de búsqueda personal. Si la respuesta es la segunda, a su luz podemos vislumbrar algo del sentido del dolor, del sacrificio por los demás… Dice Polo que la persona humana es una novedad radical, porque cada una es creada directamente por Dios. El contraste, entre los hombres posibles que no llegan a ser y los que son, muestra la dignidad personal y un amor divino de predilección.
Libertad y amor
El sentido de la vida puede ser descubrir el amor con el que somos amados y corresponder lo mejor posible. La tarea más importante es aprender a amar mucho y bien. Respetamos a quienes piensan de otra forma, pero no se puede tratar a las personas con menos dignidad que la que se deriva de este planteamiento, lo apoyemos en creencias religiosas o en otras convicciones. El ser humano está condicionado, pero es libre. Su libertad no es total pero sí real. Lo que precede indica, siguiendo ideas de los autores Polo y Sellés, que la libertad personal tiene un norte, una estrella polar.
Libertad no es sinónimo de independencia; la libertad sólo tiene sentido si va unida a la responsabilidad. La capacidad de ser libres lleva a asumir las consecuencias de lo que hacemos; lo contrario no es auténtica libertad. Se entiende el miedo a usarla; por eso algunos tienen miedo a la libertad. Esa búsqueda se agudiza en los momentos de dolor; de ahí la fuerza del libro de Frankl, El hombre en busca de sentido, al escribirla a raíz de su estancia en un campo de concentración nazi.
El desgaste sufrido por los términos usados para designar aspectos básicos de la vida se aprecia, por ejemplo, al ver en el diccionario de la Real Academia de la Lengua Española las acepciones que se dan a la palabra amor. Quizá sea necesario antes de entablar un diálogo, preguntar qué entiende la otra persona por los términos esenciales del diálogo que vayamos a entablar. Los educadores no podemos permanecer al margen de esta cuestión, al menos si queremos ayudar a cada persona a vivir de forma acorde a su dignidad. Si los principales educadores son los padres, ellos deben saber el valor único de cada hijo.