Nos queda tanto por leer de Steiner y su muerte nos ha traído tantas memorias que está cercano y palpitante
Ha muerto George Steiner. Tengo en mi casa, por su gusto y el mío, el doble de libros suyos de los que he leído. Me deja, pues, en medio, entre el deseo de los que aún no y la memoria de los que sí. Él defendió la memoria. La escuela de hoy −se quejaba− es como una "amnesia planificada". El texto memorizado, en cambio, interactúa. Puso el ejemplo de la frase de Aquiles al matar a Licaón: "Por esa razón, amigo, vas a morir". Y cuenta en Errata que toda su vida se preguntó por qué en ese momento le llama "amigo". Aunque yo, que siento ahora cuánto me lo acerca su muerte, podría explicárselo.
Recuerdo bien (por los cargos de conciencia) cuando dijo en Elogio de la transmisión que, por ser el profesor el factor fundamental de la enseñanza, "un profesor mediocre es un pecado contra el Espíritu Santo", ay. Uno que se precie tiene que ser capaz de "marcar un antes y un después" en sus alumnos. Por suerte también me dio un consuelo cuando disculpó o, incluso, defendió que el alumno perciba a su profesor como un poco loco o algo diferente. Quizá el alumno se burlará, pero le escuchará. Otro consuelo fue que, quizá con un eco de Pascal, sentenciase: "Si alguien consigue estar sentado en una silla, en silencio y a solas, en una habitación, es que ha recibido una buena educación". Eso lo explico y ejemplifico mucho. Pero Steiner no me deja relajarme: el desafío −dice− es "hacerles creer que la trascendencia existe". ¿Y cómo?
Él lo hacía. No olvidaré su explicación del holocausto nazi como el intento atroz de los nazis de borrar de la historia la huella de Dios, que es el pueblo judío. Y esta advertencia: "La falta de infierno abrió una brecha que hubo de llenar el maduro estado totalitario […] El paso de la creencia religiosa a la hueca convención parece ser un proceso más peligroso de lo que habían previsto los philosophes".
Supongo que su relación con la trascendencia era menos tridentina que la mía, más hecha de anhelos, pero muy honda. Criticó que la religiosidad de T. S. Eliot, al que admiraba tanto, tuviese en su centro el duro deseo de durar, según la admirada aliteración de Éluard. Pero él dura en sus libros y hasta surgirá intonso en aquellos que aún no le he leído. Escribió unas palabras que guardan un eco del paraíso: "En un futuro ideal, el arte será la risa de la inteligencia, como en Platón, en Mozart, en Stendhal". Sus ensayos están escritos para ese futuro.