Enseñanzas del Papa, en su catequesis de hoy, durante la Audiencia general, sobre la primera de las ocho bienaventuranzas descritas en el Evangelio de Mateo, «Bienaventurados los pobres de espíritu, porque de ellos será el Reino de los cielos»
Todos somos pobres de espíritu, es la condición humana, puesto que no hay poder del hombre que perdure. El poder de Dios, que es el verdadero poder, se manifiesta en la humildad, en la caridad, en el amor: allí reside la "verdadera libertad"
Queridos hermanos y hermanas:
En esta catequesis comenzamos con la primera de las Bienaventuranzas del Evangelio de san Mateo: «Dichosos los pobres en el espíritu, porque de ellos es el reino de los cielos». San Mateo no se conforma con decir pobre, dando al término un sentido puramente económico o material, sino dice “pobre en el espíritu”, es decir, pobre en lo más íntimo y profundo, allí donde todos debemos reconocernos incompletos y vulnerables, por mucho que nos esforcemos.
Paradójicamente es ahí donde está nuestra felicidad, nuestra bienaventuranza, pues negar esta realidad nos lleva por caminos de oscuridad, a odiar y odiarnos a causa de nuestros límites, a tratar de ocultarlos, a buscar con desesperación ser alguien, ser más. Ser pobres nos libera del orgullo, del exigirnos ser autosuficientes y nos da derecho a pedir ayuda, a pedir perdón. Tan difícil pedir perdón. Nos abre el camino del reino de los cielos.
En la humildad, en la oración, encontramos ese camino. Nos podemos delante de Dios y le pedidos que venga en nuestro auxilio, que no tarde en socorrernos, que manifieste su potencia, en el perdón y la misericordia. Es ahí donde Jesús ha manifestado la fuerza de Dios, no en el poder humano, en tener o aparentar, sino en el testimonio de un amor que es capaz de dar la vida y la verdadera libertad.
Nos enfrentamos hoy con la primera de las ocho Bienaventuranzas del Evangelio de Mateo. Jesús inicia a proclamar su vía para la felicidad con un anuncio paradójico: «Bienaventurados los pobres de espíritu, porque de ellos es el reino de los cielos» (5,3). Una senda sorprendente y un extraño objeto de bienaventuranza, la pobreza.
Debemos preguntarnos: ¿qué se entiende aquí con “pobres”? Si Mateo usase solo esa palabra, entonces el significado sería simplemente económico, o sea indicaría las personas que tienen pocos o ningún medio de vida y necesitan la ayuda de los demás. Pero el Evangelio de Mateo, a diferencia de Lucas, habla de «pobres de espíritu». ¿Qué quiere decir? El espíritu, según la Biblia, es el soplo de la vida que Dios comunicó a Adán; es nuestra dimensión más íntima, digamos la dimensión espiritual, la más íntima, la que nos hace personas humanas, el núcleo profundo de nuestro ser. Entonces los “pobres de espíritu” son los que son y se sienten pobres, mendicantes, en los íntimo de su ser. Jesús los proclama bienaventurados, porque a ellos pertenece el Reino de los cielos.
¡Cuántas veces se ha dicho lo contrario! Hay que ser algo en la vida, ser alguien… Hay que hacerse un nombre… De ahí nace la soledad y la infelicidad: si debo ser “alguien”, estoy en competencia con los demás y vivo con la preocupación obsesiva por mi ego. Si no acepto ser pobre, odio todo lo que me recuerda mi fragilidad. Porque esa fragilidad impide que yo sea una persona importante, un rico no solo de dinero, sino de fama, de todo.
Cada uno, ante sí mismo, sabe bien que, por mucho que se empeñe, siempre será radicalmente incompleto y vulnerable. No hay maquillaje que cubra esa vulnerabilidad. Cada uno es vulnerable, por dentro. Debe ver dónde. ¡Pero qué mal se vive cuando se rechazan las propias limitaciones! Se vive mal. No se digiere el límite, está ahí. Las personas orgullosas no piden ayuda, no pueden pedir ayuda, no se les ocurre pedir ayuda porque deben demostrarse auto-suficientes. Y cuántas de ellas necesitan ayuda, pero el orgullo les impide pedir ayuda. ¡Y qué difícil es admitir un error y pedir perdón! Cuando doy algún consejo a los recién casados, que me dicen cómo llevar adelante bien su matrimonio, les digo: “Hay tres palabras mágicas: permiso, gracias, perdón”. Son palabras que vienen de la pobreza de espíritu. No hay que ser invasivos, sino pedir permiso: “¿Te parece bien hacer esto?”, así hay diálogo en familia, esposa y esposo dialogan. “Tú has hecho esto por mí, gracias, lo necesitaba”. Además siempre se cometen errores, se resbala: “Perdóname”. Y habitualmente, las parejas, los nuevos matrimonios, los que están aquí y tantos, me dicen: “La tercera es la más difícil”, pedir perdón, pedir perdón. Porque el orgulloso no es capaz. No puede pedir perdón: siempre tiene razón. No es pobre de espíritu. En cambio el Señor nunca se cansa de perdonar; desgraciadamente somos nosotros los que nos cansamos de pedir perdón (cfr. Ángelus, 17-III-2013). El cansancio de pedir perdón: ¡esa es una mala enfermedad! ¿Por qué es difícil pedir perdón? Porque humilla nuestra imagen hipócrita. Sin embargo, vivir intentando ocultar las propias carencias es agotador y angustiante. Jesucristo nos dice: ser pobres es una ocasión de gracia; y nos muestra la vía de salida de esa fatiga. Se nos da el derecho a ser pobres en espíritu, porque ese es el camino del Reino de Dios.
Pero hay que recordar una cosa fundamental: no debemos transformarnos para ser pobres de espíritu, no tenemos que hacer ninguna transformación ¡porque ya lo somos! Somos pobres, o más claro: ¡somos “pobre gente” de espíritu! Necesitamos todo. Somos todos pobres de espíritu, somos mendicantes. Es la condición humana.
El Reino de Dios es de los pobres de espíritu. Están los que tienen los reinos de este mundo: tienen bienes y comodidades. Pero son reinos que se acaban. El poder de los hombres, también de los imperios más grandes, pasa y desaparece. Tantas veces vemos en el telediario o en los periódicos que aquel gobernante fuerte, poderoso o aquel gobierno que ayer había y hoy ya no está, ha caído. Las riquezas de este mundo se van, y también el dinero. Los viejos nos enseñaban que el sudario no tenía bolsillos. Es verdad. Nunca he visto tras un cortejo fúnebre un camión para la mudanza: nadie se lleva nada. Esas riquezas se quedan aquí. Sabemos cómo acaban. Reina de verdad quien sabe amar el auténtico bien más que a sí mismo. Y ese es el poder de Dios.
¿En qué se mostró Cristo poderoso? Porque supo hacer lo que los reyes de la tierra no hacen: dar la vida por los hombres. Y eso es verdadero poder. Poder de la fraternidad, poder de la caridad, poder del amor, poder de la humildad. Eso hizo Cristo. En eso está la auténtica libertad: quien tiene ese poder de la humildad, del servicio, de la fraternidad es libre. Al servicio de esa libertad está la pobreza elogiada por las Bienaventuranzas.
Porque hay una pobreza que debemos aceptar, la de nuestro ser, y una pobreza que en cambio debemos buscar, la concreta, de las cosas de este mundo, para ser libres y poder amar. Siempre debemos buscar la libertad del corazón, la que tiene sus raíces en la pobreza de nosotros mismos.
Saludo cordialmente a los peregrinos de lengua francesa, en particular a los jóvenes de Francia. Hermanos y hermanas, reconocer ante Dios la propia pobreza y debilidad es fuente verdadera de felicidad. Nuestro corazón se torna disponible a no buscarnos más a nosotros mismos, sino a amar libremente a los demás y dar la vida. Dios os bendiga.
Saludo a los peregrinos de lengua inglesa presentes en esta Audiencia, especialmente a los grupos de Inglaterra, Australia, Vietnam y Estados Unidos de América. Sobre vosotros y vuestras familias invoco la alegría y la paz del Señor Jesucristo. Dios os bendiga.
Dirijo una cordial bienvenida a los peregrinos de Alemania, Austria y Suiza. Al reconocer que somos pequeños ante Dios y necesitados de su gracia, encontramos la verdadera felicidad del corazón y la libertad de dar nuestra vida por los demás. Que el Espíritu Santo os guíe en vuestro camino.
Saludo cordialmente a los peregrinos de lengua española, venidos de España y de Latinoamérica. Pidamos al Señor que nos dé la fuerza de reconocernos pobres, de aceptar nuestros límites, de sabernos necesitados de otro. Sólo así seremos capaces de acoger el amor que el Señor derrama en nuestros corazones y sentir la dicha de testimoniarlo ante el mundo. Que el Señor los bendiga. Gracias.
Con sentimientos de agradecimiento y cariño, saludo a todos los peregrinos de lengua portuguesa, invocando sobre vuestros pasos la alegría del encuentro con Jesús: id a Él, que siempre os espera con sus brazos abiertos para acogeros y perdonaros, y así encontraréis la vida bella y feliz. Sobre vosotros y vuestras familias descienda la bendición de Dios.
Dirijo una cordial bienvenida a los peregrinos de lengua árabe, en particular a los que vienen del Medio Oriente. Queridos hermanos y hermanas, “Bienaventurados los pobres de espíritu”, los humildes, los que viven el desprendimiento de las cosas del mundo y se fían totalmente de Dios, porque de ellos es el Reino de los Cielos. Saben que todo lo que es del Padre es también suyo, por eso lo aman en todo y sobre todo, y eso es suficiente para ellos. El Señor os bendiga.
Saludo cordialmente a los peregrinos polacos. Como aquellos creyentes, los “pobres de espíritu” del Evangelio, confiad en vuestra vida no en el propio intelecto, en las propias fuerzas, no en los talentos ni en los bienes poseídos. Contad en cambio con la ilimitada confianza en Dios, con su poder y su misericordia. Sin Él todos estamos solos, muy pequeños, perdidos e impotentes. Sed fieles a la bendición recibida del Señor. Sea alabado Jesucristo.
Dirijo una cordial bienvenida a los fieles de lengua italiana. En particular, saludo a los participantes en el encuentro promovido por el Centro de Formación Sacerdotal de la Pontificia Universidad de la Santa Cruz; y a los del curso promovido por el Centro Internacional de Animación Misionera (CIAM). Saludo además a la Fundación Banco Farmacéutico de Milán; y a los Institutos de enseñanza, en particular al de Santa Ágata de Militello.
Saludo finalmente a los jóvenes, ancianos, enfermos y recién casados. Que el Señor sostenga, con su gracia, el propósito de edificar la Iglesia con nuestros sacrificios, superando nuestros egoísmos y poniéndonos al servicio del Evangelio.
Fuente: vatican.va / romereports.com
Traducción de Luis Montoya
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