Podemos darles muchas vueltas a los argumentos, pero sin el sentido trascendente de la vida todo vale
La polémica está planteada. Hay posiciones encontradas, pero también hay opiniones dubitativas. No es una cuestión que pueda resolverse en una discusión entre amigos −no digamos ya entre enemigos− porque hay argumentos de peso entre los que admitirían la eutanasia y los que no la admitirían nunca. De entrada, una persona dispuesta a votar a favor de una ley permisiva no necesariamente piensa en que él, en algún momento de la vida, recurriría a esa posibilidad, pero siempre hay una componente importante de compasión.
De todas estas controversias que surgen en torno a la eutanasia trata un librito muy asequible, escrito por un médico y, por lo tanto, con argumentos ante todo médicos. Se titula así, sencillamente: Eutanasia. El autor Manuel Martínez-Sellés advierte de sus pretensiones en el subtítulo: “Un análisis a la luz de la ciencia y la antropología”.
En un planteamiento antropológico puede llegar a predominar quizá una idea de fondo: el respeto a la libertad individual. Si uno quiere quitarse la vida, allá él. Yo simplemente le facilito lo necesario. Aquí el autor busca diferenciar entre eutanasia y suicidio asistido. Pero admite que la línea de separación no es nítida. Salvo que nos vayamos a planteamientos extremos, que ya se dejan oír en Holanda, de quitar la vida a personas que no están en condiciones de dar permiso, porque han perdido la cabeza. El argumento de peso ahí es la calidad de vida.
Explica el autor que la palabra eutanasia viene del griego y significa “buena muerte”. Sin duda esta es la trampa. ¿Qué es eso de la buena muerte? Esto es más propio de los cuidados paliativos y, desde luego, en ese ámbito de la ciencia nadie piensa en la eutanasia. La OMS define la eutanasia como “acción del médico que provoca deliberadamente la muerte del paciente”. Y visto así, al médico le da grima y piensa en su juramente hipocrático.
Algunos quieren proponer como algo normal ayudar a una persona a morir, porque lo está pasando mal. Hasta hace muy poco si una persona veía a alguien con intención de suicidarse, ponía todos los medios para evitarlo. ¿Qué es lo que ha sucedido para que hayan cambiado tanto las actitudes y los razonamientos? Ha cambiado el modo de considerar la vida humana. El porqué de la vida, el sentido de la vida. Hasta no hace mucho la mayoría de las personas contaba con la eternidad. Y solo esa idea, si se quita del panorama humano, cambia totalmente la paz interior, la serenidad ante la enfermedad, la idea del bien y del mal.
Podemos darles muchas vueltas a los argumentos, pero sin el sentido trascendente de la vida todo vale. Si no hay premio y castigo y eternidad, todo vale. Y ante una persona que no tiene fe, los argumentos contra la eutanasia son totalmente relativos. Dice Susana Tamaro[1] “Si todo ocurre ‘por casualidad’, ¿qué importancia tienen mis decisiones? ¿Por qué preocuparme por el crecimiento y el desarrollo de mis mejores posibilidades? Si hemos sido lanzados por casualidad al tablero de la vida y también por azar desaparecemos de él, ¿qué sentido tiene lo que hacemos en medio? Una vida que se vive ‘por casualidad’ es una vida suspendida entre el aburrimiento y la angustia por el fin. Es una vida libre sólo aparentemente; porque la libertad verdadera es sentirse liberado del temor a la muerte” (p. 30).
Y Gesché añade[2]: “En el fondo, el término profano de destino (y el término, religioso, de salvación) evocan una existencia en la que el hombre es invitado a buscar el fundamento de su ser y de su libertad más allá del horizonte de las certezas cortas” (p. 56). Si no hay eternidad no hay sentido, y de nada sirven las demás discusiones.