Evangelio del Domingo 3º del Tiempo Ordinario (Ciclo A) y comentario al evangelio de la Misa
Cuando oyó que Juan había sido encarcelado, se retiró a Galilea. Y dejando Nazaret se fue a vivir a Cafarnaún, ciudad marítima, en los confines de Zabulón y Neftalí, para que se cumpliera lo dicho por medio del profeta Isaías:
Tierra de Zabulón y tierra de Neftalí
en el camino del mar,
al otro lado del Jordán,
la Galilea de los gentiles,
el pueblo que yacía en tinieblas
ha visto una gran luz;
para los que yacían en región
y sombra de muerte
una luz ha amanecido.
Desde entonces comenzó Jesús a predicar y a decir:
− Convertíos, porque está al llegar el Reino de los Cielos.
Mientras caminaba junto al mar de Galilea vio a dos hermanos, Simón el llamado Pedro y Andrés su hermano, que echaban la red al mar, pues eran pescadores. Y les dijo:
− Seguidme y os haré pescadores de hombres.
Ellos, al momento, dejaron las redes y le siguieron. Pasando adelante, vio a otros dos hermanos, Santiago el de Zebedeo y Juan su hermano, que estaban en la barca con su padre Zebedeo remendando sus redes; y los llamó. Ellos, al momento, dejaron la barca y a su padre, y le siguieron.
Recorría Jesús toda la Galilea enseñando en las sinagogas, predicando el Evangelio del Reino y curando toda enfermedad y dolencia del pueblo.
Desde los primeros momentos de su vida pública, Jesús se instaló en Cafarnaún, una población situada en zona fronteriza, junto al camino que unía Galilea con la tetrarquía gobernada por Filipo. Era un lugar lleno de actividad en donde confluían judíos y paganos, gentes de toda procedencia. Allí, en la “Galilea de los gentiles”, se comenzaba a ver “una gran luz” (vv. 15-16), ya que Jesús venía a traer la salvación a todos. En este pasaje del Evangelio, en el que Mateo nos presenta los primeros pasos del Maestro, se sintetizan tres rasgos fundamentales de su actividad.
Primero, se presenta un resumen del contenido esencial de su predicación: “Convertíos, porque está al llegar el Reino de los Cielos” (v. 17). La conversión supone un cambio de orientación. Implica un apartamiento del pecado para mirar derechamente hacia la meta a la que todos estamos llamados, que es la bienaventuranza en el reino de los Cielos. Pero también, una actitud de inconformismo en lo que se viene haciendo rutinariamente, pero se puede hacer mejor, o que rinda más frutos. Cuando se escucha a Jesús, algo comienza a cambiar en la propia vida. Así lo experimentaron Pedro y Andrés, Santiago y Juan.
En segundo lugar, con la invitación a su seguimiento de quienes serían sus primeros discípulos (vv. 18-22), pone en marcha a su Iglesia, apoyada en unos hombres sencillos y corrientes a los que constituiría en Apóstoles. De ellos y de sus sucesores se servirá para actualizar continuamente la llamada universal a la conversión y a la penitencia que abre camino al Reino de los Cielos.
Aquellos hombres estaban afanados en su faena diaria, eran pescadores, cuando Jesús les abrió unos horizontes insospechados y ellos lo siguieron con prontitud. Hasta ahora su trabajo consistía en echar las redes, lavarlas, arreglarlas para mantenerlas siempre a punto, vender el pescado… Pero el Señor les hace ver que, sin dejar su profesión, ahora les espera otra pesca. Su gran aventura comenzó con un sencillo encuentro, aparentemente casual. Desde el momento en que se abrieron a Jesús y fueron generosos para cambiar de rutinas y emprender su seguimiento, también ellos comenzaron a tener un conocimiento directo del Maestro. No los estaba llamando a ser meros anunciadores de una doctrina, sino amigos íntimos y testigos de su persona. Con ese anzuelo, en adelante serían “pescadores de hombres” (v. 19).
La escena se repite en la vida de cada uno de nosotros, si, como aquellos hombres, escuchamos su llamada y nos decidimos a seguirlo sin condiciones. También se nos abre una nueva dimensión, maravillosa, divina, que llena de contenido y sentido toda nuestra existencia. “Hijos míos −decía san Josemaría−, seguir a Cristo −‘venite post me et faciam vos fieri piscatores hominum’ (Mt 4,19)− es nuestra vocación. Y seguirle tan de cerca que vivamos con El, como los primeros Doce; tan de cerca que nos identifiquemos con El, que vivamos su Vida, hasta que llegue el momento, cuando no hemos puesto obstáculos, en el que podamos decir con San Pablo: ‘No vivo yo, sino que Cristo vive en mí’ (Ga 2,20)”[1].
En tercer lugar, Mateo deja claro que Jesús es algo más que un gran maestro, ya que va “curando toda enfermedad y dolencia del pueblo” (v. 23). Es redentor del hombre en todas las dimensiones de su vida, puesto que salva a la vez que enseña. “El señorío de Dios se manifiesta entonces −comentaba Benedicto XVI− en la curación integral del hombre. De este modo Jesús quiere revelar el rostro del verdadero Dios, el Dios cercano, lleno de misericordia hacia todo ser humano; el Dios que nos da la vida en abundancia, su misma vida”[2].
Fuente: opusdei.org.
[1] San Josemaría, En diálogo con el Señor, “Vivir para la gloria de Dios”, 1b.
[2] Benedicto XVI, Ángelus, 27 de enero de 2008
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