Con frecuencia, se considera a los modernos instrumentos de comunicación responsables de muchas deficiencias en el ámbito de las relaciones humanas en la sociedad
Ciertamente, estos medios tienen límites y, si no hay equilibrio en quien los usa, pueden ser peligrosos, llegando incluso a causar en algunos casos crisis depresivas.
De vez en cuando conviene desplazar la atención desde los objetos hacia quienes los utilizan, para recordarnos que siempre somos nosotros los responsables de lo que sucede, y no las cosas que poseemos.
Como madre e investigadora en este campo, pienso que no estamos “condenados” a criar hijos-autómatas, incapaces de despegar la mirada del ipad, de pensar y amar realmente, solo porque “este es el mundo en el que viven”.
Por mucho que las redes sociales puedan contribuir a “aplanar” los sentimientos, a inhibir la capacidad de diálogo, comprensión y análisis, marca la diferencia siempre lo que se siembra en los corazones y en las mentes de los niños.
Me gusta pensar que hoy, como ayer y como mañana, una familia vigilante puede suplir los déficits socioculturales que se plantean.
Me gusta pensar que comunicar de modo plenamente humano con niños y jóvenes, puede llevar a que también ellos lo hagan, independientemente de la tv que tienen en el salón.
Una comunicación personal −en el sentido literal del término− se da cuando se reconoce en el otro un “tú” con el que encontrarse y hacer que salga a la superficie. Una relación de este tipo, una relación “yo-tú”, en lugar de "yo-esto" −como dice el filósofo Martin Buber−, se construye mucho más fácilmente si uno ha sido tratado como un “tú”, desde siempre, es decir, desde pequeño.
Voy a proponer tres aspectos de la comunicación que, a mi juicio, no deben faltar en una familia, si se quiere educar a los hijos para unas relaciones “reales”, sinceras y profundas.
Si muchos chicos no saben “mirar a los demás” no es sólo porque estén ofuscados por sus teléfonos, sino también −y quizás sobre todo−, porque en primer lugar, ellos no han sido “mirados”. Al contrario, es posible que, precisamente porque no saben relacionarse con los demás, rehúsan ese trato, escondiéndose detrás de un teclado.
Si los chicos no valoran la belleza del prójimo, quizás es porque, como sostiene el escritor Alessandro D'Avenia, nadie ha visto y les mostrado la belleza que hay en ellos.
Todo educador, especialmente los padres, están llamados a hacer esto: mirar con profundidad en la vida de los hijos, prestar atención a cada cosa, a los detalles, a la expresión del rostro. Ha de observar lo que el niño o el chico ama, lo que no le gusta, lo que le produce alegría o dolor. Está llamado a mostrarle su belleza.
Todo esto implica ponerlo en el centro y no en los márgenes de la vida, sabiendo que quien ha sido tratado como "persona", quien se siente importante para alguien, aprende a tratar como personas a los demás , independientemente de que tenga o no un móvil en el bolsillo.
El egocentrismo y la vanidad imperan en la sociedad. Hablamos, contamos, mostramos de nosotros mucho más de lo que nos preocupamos de los otros. Las redes sociales y la tv ponen mucho de su parte para favorecer estas actitudes: en ellos es más fácil exhibirse que darse al prójimo. Si los medios de comunicación tuvieran el poder de cerrar automáticamente los oídos y el corazón de quien los usa, deberíamos decir que quienes los utilizan son obtusos y narcisistas, egocéntricos e insensibles hacia los demás. Pero no es así.
La capacidad o incapacidad de acercarse a otro no nacen de las redes sociales : tienen que ver con algo más profundo. Tienen que ver con la madurez afectiva, con la vida interior.
Y la familia tiene un papel importantísimo en ese enseñar la proximidad, sin la cual no hay comunicación auténticamente humana.
Una forma de favorecer la actitud de proximidad es asumir y fomentar la disposición a escuchar. Como educadores y padres debemos dar ejemplo, escuchando el doble de lo que hablamos, pues, como dice el filósofo griego Zenón de Citio, siglo IV A. C, tenemos dos orejas y una sola boca precisamente por esto.
Si en la familia se aprende a escuchar y a interesarse por los demás, Instagram o Facebook no harán perder estas preciosas cualidades...
¿Cuántas veces leemos en las redes sociales comentarios frívolos o despectivos, llenos de lugares comunes y de odio? ¿Cuántas veces observamos insensibilidad y superficialidad al aproximarnos a la vida de los demás?
"Las redes sociales nos han hecho cínicos y despiadados", dicen algunos.
Ciertamente, pasar horas y horas ante una pantalla no facilita hablar con otros, percibidos tan distantes que casi resultan irreales. Pero el motivo más profundo para que “se dispare a bocajarro” contra los demás, contra sus actos, contra sus problemas, es la ausencia de una buena educación para la empatía.
Para volver al concepto de Buber, el otro no es “algo”, sino un “tú”, con su historia, heridas, sufrimientos y dificultades. Educarse y educar para la empatía implica preguntarse el porqué de los gestos del otro, intentar meterse en su piel, y, en lugar de condenar, pensar qué siente y cómo ayudarle.
Enseñar a un niño o a un muchacho a preguntarse qué le pasa por la cabeza y el corazón al otro es una gran riqueza.
La empatía hay que experimentarla en la familia en primer lugar: no es irrelevante si alguien enjuga las lágrimas de un niño, si se le pregunta cómo está, cómo le va con los compañeros de clase, si hay algo que le hace sufrir, por qué ha hecho un determinado gesto.
Un niño o un muchacho que ha experimentado la empatía hacia él mismo será más propenso a tener empatía hacia los demás.
El objeto de este artículo no es incensar a los nuevos instrumentos de comunicación, ni tampoco disculparles de los defectos que se les atribuyen. Sabemos que, de hecho, pueden ser problemáticos y peligrosos para los jóvenes que se están formando, y están sujetos a sentimientos de rebeldía y deseos de cambiar.
Lo que nos urgía era focalizar la importancia de una educación que nazca "de dentro", y que tienda a desarrollar la capacidad de comunicar de forma plenamente humana, con independencia de los instrumentos que se usen.
Las redes sociales pueden complicar el trabajo del educador, pero no deben convertirse en una coartada ni en el chivo expiatorio, para no admitir carencias educativas y afectivas que no dependen de ellos.
Cecilia Galatolo, en familyandmedia.eu.
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