Deseo limitarme a recoger unos textos de los autores, que van directos al profundo sentido de la vida sacerdotal que han querido poner verdaderamente de relieve con esta publicación
Han saltado a la prensa, y cada uno las ha interpretado a su manera, las polémicas entorno al libro escrito por Benedicto XVI y el cardenal Robert Sarah, sobre el sacerdote católico. No quiero entrar, en absoluto, en esa controversia, y deseo limitarme a recoger unos textos de los autores, que van directos al profundo sentido de la vida sacerdotal que han querido poner verdaderamente de relieve con esta publicación. Y seguir rezando para que el Señor no deje de enviar “obreros a su mies”.
Hablando de su artículo sobre la “estructura exegética fundamental que hace posible una correcta teología del sacerdocio” Benedicto XVI escribe al comienzo del texto y refiriéndose claramente a los sacerdotes que le leerán: “En la segunda parte (…) he tratado con más detalle la exigencia del culto en espíritu y en verdad. El acto de culto tiene lugar a través de un ofrecimiento de la totalidad de la propia vida en amor a Cristo. El sacerdocio de Jesucristo nos lleva a una vida que consiste en llegar a ser uno con Él y renunciar a todo lo que nos pertenece solo a nosotros. Para los sacerdotes éste es el fundamento de la necesidad del celibato, y también de la oración litúrgica, de la meditación de la Palabra de Dios y de la renuncia a los bienes materiales”.
De su parte, el cardenal Sarah concluye su texto con estas palabras: “Para terminar esta reflexión, quiero dirigirme de nuevo a mis queridos hermanos sacerdotes. Cristo nos ha confiado una tremenda y magnífica responsabilidad. Nosotros continuamos su presencia en la tierra. Como Él, debemos velar, orar y permanecer firmes en la Fe”.
“Él ha querido tener necesidad de nosotros, sacerdotes. Nuestras manos consagradas con el sacro crisma no son las nuestras. Son las suyas para bendecir, perdonar y consolar. Están reservadas a Él. Si en algún momento el celibato se nos hace pesado, contemplemos las manos del Crucificado. Nuestras manos, como las suyas, deben estar agujereadas para no conservar ni mantener nada con avidez. Nuestro corazón, como el suyo, debe estar abierto, desgajado, para que todos puedan encontrar refugio y acogida. Si alguna vez no conseguimos comprender nuestro celibato, contemplemos la Cruz. La Cruz es el único libro que podrá devolvernos su auténtico significado”.
“Solamente la Cruz nos enseñará a ser sacerdote. Solamente la Cruz nos enseñará a “amar hasta el fin” (Jn. 13, 1).
Los dos textos son muy claros, y están corroborados por el testimonio vivo de tantos sacerdotes que entregan diariamente su vida, toda su vida, a vivir el mandamiento nuevo que nos dejó el Señor: “que os améis unos a otros; como yo os he amado amaos también unos a otros” (Jn. 13, 34).
Todos los cristianos procuramos vivir, con la ayuda de la Gracia, ese mandamiento que nos abre plenamente al amor de Dios Padre, Hijo y Espíritu Santo. El sacerdote procura vivirlo, siempre contando con la ayuda de Dios y de sus hermanos sacerdotes, ofreciéndose en plenitud de todas sus fuerzas, energías, aspiraciones, etc., a la labor redentora de Cristo que vive cada día en la Santa Misa, y en la celebración de los Sacramentos, en el nombre del Señor.
El sacerdote sabe que su sacerdocio ministerial es una llamada directa de Dios, es una vocación que sólo Dios le ofrecer y le deja toda libertad para decir sí o no al Señor.
El sacerdocio sacramental no es un oficio, no es un empleo, no es ni siquiera una función de servicio a todos los fieles. No. Y Benedicto nos lo recuerda así a los sacerdotes “Es querer siempre ser purificados e inmersos en Cristo de tal manera que sea Él quien hable y actúe en nosotros, y nosotros seamos cada vez menos nosotros mismos. Y es claro y patente que el proceso de llegar a ser una sola “cosa” con Él (…) dura toda la vida y esconde también siempre dolorosas liberaciones y conversiones”.
Y, añado yo, el celibato hace posible al sacerdote estar plenamente en la cruz con Cristo y vivir con Él la redención del pecado y de la muerte. Y resucitar.