Es de agradecer el empeño por mostrar la verdad, lo natural, en un ambiente, como es el mundo occidental, donde se quiere imponer lo que es equívoco, irracional, y con gran frecuencia inmoral
Es de agradecer la publicación de una breve obra de Alice Von Hildebrand que tiene el controvertido título de “El privilegio de ser mujer”. Un libro donde descubrimos los valores de siempre sobre la naturaleza humana que el movimiento feminista quiere destruir. Es de agradecer el empeño por mostrar la verdad, lo natural, en un ambiente, como es el mundo occidental, donde se quiere imponer lo que es equívoco, irracional, y con gran frecuencia inmoral.
Ser mujer es un privilegio. También podríamos ponernos a exaltar algunas facetas de la masculinidad, pues lo natural es obra de Dios, que hace las cosas bien. Lo que está claro es que hay dos sexos, que son bien distintos, que son complementarios y decir otra cosa es cerrar los ojos constantemente, negar lo evidente. Es tan estúpido como la historia del rey desnudo. Por favor, no nieguen la evidencia. En cambio, demos muchas gracias a Dios que nos ha hecho como nos ha hecho.
La autora de este libro profundiza en la maravilla de ser mujer, porque hay tanto ambiente en contra, por parte de gentes ciegas, que no hay más remedio que volver sobre lo más elemental. “Quien lea el relato del Génesis de rodillas, quedará impresionado por la posición de privilegio que se le otorgó a Eva desde el momento de su creación. No solamente su cuerpo (tomado de una persona, Adán) recibe una especial dignidad, sino que es declarada la madre de todos los vivientes” (p. 17).
El Génesis se puede interpretar de muchas maneras, pues no tiene consideración de historia sino más bien de relato pedagógico para entender las maravillas de Dios. Ya se ha visto cómo las feministas no ven más que oprobio. También sabemos que las más afamadas feministas, Simone de Beauvoir o Simone Weil, tenían un planteamiento tan abiertamente cerril como anticristiano. No nos sorprende que solo vieran insultos a las mujeres en la Biblia. Von Hildebrand dedica unas cuantas páginas a desmontar estos prejuicios.
“Debemos encontrar la manera de fortalecer a las familias cristianas y poner de manifiesto la complementariedad de la masculinidad y la femineidad, gozosas de la misma dignidad originaria, a fin de que recuperen su brillo sanador, en medio de un mundo profundamente oscurecido por las mentiras del enemigo” (p. 21). Y de una manera y otra es lo que pretende en este libro, con argumentos que no van a entender esas personas que están tan lejos de entender a Dios como, por ejemplo, que la supuesta “debilidad” de la mujer es la misma debilidad en la que nació en Belén el creador del mundo.
Y cuando nos habla de la humildad −como un castigo para mujer para las feministas− cita a San Agustín que decía que, si bien encontró virtudes admirables entre los paganos, nunca, absolutamente nunca encontró un pagano que tuviera la virtud de la humildad. Y tuvo que venir Dios al mundo en un pesebre para mostrarnos la importancia de la humildad. Virtud que ha ejercitado mucho mejor la mujer que el hombre a lo largo de la historia. Para las feministas esto es un desdoro.
“Si la educación sexual de nuestras escuelas evitara tocar temas como las perversiones morales y los distintos métodos de control de la natalidad, para ponerse a enseñar estas sublimes verdades del catolicismo, entonces una vez más la castidad iluminaría a los jóvenes como un faro luminoso” (p. 102).