Mons. Fernando Ocáriz propone meditar en el comienzo del año la fe en el amor de Dios por nosotros
Queridísimos, ¡que Jesús me guarde a mis hijas y a mis hijos!
Al comienzo del nuevo año, seguramente habremos recordado lo que decía san Josemaría: «¡Año nuevo, lucha nueva!». Una lucha que necesita, sí, de nuestro esfuerzo, pero ante todo de la gracia divina. Fijémonos en la parábola del sembrador, con el deseo de ser «buena tierra» (Mt 13,8) para recibir el don de Dios, la semilla que dé fruto abundante. Jesús nos ofrece este don cada día en la Eucaristía.
En la sinagoga de Cafarnaúm, el Señor dice: «Si no coméis la carne del Hijo del Hombre y no bebéis su sangre, no tendréis vida en vosotros» (Jn 6,53). Una buena manera de empezar este año puede ser actualizar, con mayor profundidad y agradecimiento, la fe en el amor de Dios por nosotros (cfr. 1 Jn 4,16), que en la Eucaristía se nos hace sacramentalmente visible. Así, orientaremos adecuadamente nuestra lucha para ser la «buena tierra» que acoge la semilla.
Pongamos la mirada en Jesucristo, que −a pesar de ser nosotros tan poca cosa− quiere llenarnos de renovada eficacia y alegría.