¿Es posible que esto fuera lo que más molestaba a la gente?<br />
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«Empecé a percibir que había una relación directa entre el desbarajuste de la vida sexual de una persona y la irritación que le producían las ‘modestyniks’»
Pongo un breve extracto del libro Retorno al pudor, de la escritora judía Wendy Shalit. La autora compara la felicidad de jóvenes judías norteamericanas de los años 90, que cuidan normas delicadas de modestia en el vestir y de trato con sus novios hasta el matrimonio y que reciben el apelativo de ‘modestyniks’.
«Seguía estando fascinada, especialmente por la forma con la que los demás reaccionaban ante ellas. Mis conocidos decían que las modestyniks eran, en realidad, abuseniks: que si esta “era evidente que tenía muchos problemas”, y que si aquella parece que había tenido “una relación que pone los pelos de punta” con su padre. O la versión más poética, susurrada en un tono entristecido: “Se está convirtiendo en el tipo de mujer a la que su padre no sería capaz de tocar”. O, “quizá tuvo una Mala Experiencia”. En cualquier caso, sea cual sea su problema, se preguntaban, “¿por qué esta pobre chica no busca en seguida la ayuda de algún especialista, y así no se lo tomara todo tan a la tremenda?”. Comencé a abrigar sospechas. Si todas las modestyniks eran en realidad abuseniks, ¿por qué entonces se las ve tan luminosas?; ¿por qué parecían estar tan satisfechas?; ¿por qué las fotos de sus bodas eran tan profunda y misteriosamente conmovedoras?
El asunto me resultó más intrigante cuando, al mencionar de pasada mi interés por las modestyniks a un hombre de edad media con el que coincidí en un cocktail, me gritó, poniéndose casi azul: “¡Están enfermas, créeme! He oído hablar de ellas y de todo eso de sin tocar, y te digo que están enfermas, enfermas, enfermas!”. Alguien me informó después de que este caballero se había divorciado en tres ocasiones.
Empecé a percibir que había una relación directa entre el desbarajuste de la vida sexual de una persona y la irritación que le producían las modestyniks. Después de todo, ¿si una modestynik no era más que una chica que ha padecido abusos, no resulta claramente menos amenazadora —y no es eso bastante más cómodo— si la pobre solo puede ser digna de compasión? Se detectaba una cierta nota de añoranza en el resentimiento dirigido contra las modestyniks.
A esas alturas había conocido muchas mujeres, judías y no judías, que habían crecido en familias nada religiosas y que habían terminado por valorar el pudor como un convincente ideal para las mujeres. ¿Será posible que todas hubieran padecido abusos? Eran muy diferentes unas de otras: algunas, hijas de padres divorciados; otras, hijas de familias estables y acogedoras; algunas eran liberales, otras conservadoras; algunas eran tímidas e inteligentes, otras no eran ni tan tímidas ni tan inteligentes.
El hecho de que personalidades tan distintas se vieran atraídas hacia el mismo ideal, ¿era una prueba de que todas tenían en común un trauma de la infancia, o reflejaba de hecho la verdad contenida en ese ideal? Teóricamente podría aceptar que se tratara de un trauma infantil, pero en ese caso, ¿por qué a estas mujeres se les notaba una luz innegable que estaba ausente, por ejemplo, en las chicas modernas que padecen anorexia? En el fondo, daba la impresión de que no se estaban perdiendo nada por no haber ido encadenando una sucesión de ligues miserables. Parecían felices. ¿Es posible que esto fuera lo que más molestaba a la gente?
En su libro La última noche en el Paraíso, Katie Roiphe dedicaba su último capítulo a Beverly LaHaye, fundadora de una asociación cristiana, Mujeres preocupadas por América. Después de entrevistar a la encargada de prensa de Beverly LaHaye, una mujer joven que se había comprometido a no tener relaciones sexuales antes del matrimonio, Roiphe admitía que “realmente tiene un cierto brillo”, una luz que “se asemeja a la felicidad”, pero concluía que realmente se debía a “algo más parecido a una falsa ilusión”. En cuanto a ella, escribía que “estaba furiosa” con esa mujer: “De repente deseé convertirla con más intensidad de lo que ella quería convertirme a mí”. ¿Por qué? Si en nuestros días uno puede cohabitar libremente antes del matrimonio, ¿por qué no pueden retrasarse las relaciones sexuales? ¿Por qué el pudor sexual resulta, para algunos, tan amenazador que solo son capaces de responder con acusaciones de abusos o de falsas ilusiones? Después de todo, desde el punto de vista empírico, una mujer de la que se sabe a ciencia cierta que ha mantenido relaciones con su padre es Kathryn Harrison, y no se dedica precisamente a respetar las normas de pudor de los judíos ortodoxos (en un perfil de Elle en 1997 llevaba una falda preciosa pero llamativamente corta)».