Entrevista a Jacques Philippe, autor superventas de libros de espiritualidad
La confusión del posconcilio llevó al joven Jacques Philippe (Metz, Francia, 1947) a alejarse de la fe. Después de su conversión, a los 29 años ingresó en la recién fundada Comunidad de las Bienaventuranzas, donde ha asumido importantes encargos. Formado en Tierra Santa, desde su ordenación sacerdotal en 1985 su principal tarea ha sido la predicación y la dirección espiritual. Fruto de ello son una docena de libros, de los que se ha vendido más de un millón de copias en 22 idiomas.
En nuestra sociedad cada vez se oyen más comentarios negativos sobre la Navidad, a veces incluso entre católicos. ¿Hemos dejado que nos roben esta fiesta?
Sí, un poco. Se ha convertido en algo muy comercial. Era una celebración muy hermosa y creo que hay que recuperar su verdadero sentido. Es bonito e importante que haya momentos de fiesta, de celebración en familia. Pero quizá tenemos que simplificar las cosas, y sobre todo centrarnos en lo esencial: Dios viene a morar en medio de nosotros, la presencia de Jesús Niño. Ahí hay un misterio muy bello y muy profundo.
Una de las razones por las que algunos temen estas fiestas es la ausencia de los seres queridos. ¿Qué podemos hacer cuando la nostalgia oscurece lo que debería ser alegría?
A algunas personas les cuesta vivir esta alegría porque afloran heridas. También hay gente que en Navidad sufre la soledad, mientras se ven fiestas, luces por todas partes, gente que se reúne… No hay una receta. Creo que es importante estar atentos a los demás y que nuestra forma de festejar no sea una ofensa para ellos sino, al contrario, intentar que todo el mundo pueda celebrar. Intentar encontrarse con otros. Y, sobre todo, ir a lo esencial, a esa dimensión de oración y de acoger en nuestros brazos y en nuestro corazón la ternura de Cristo, que quiere compartir nuestra vida, sanar nuestras heridas, consolar nuestra soledad. El Niño Jesús es toda la ternura de Dios, que nos dice: «Aquí estoy, no para juzgaros ni condenaros, sino para amaros con dulzura, con sencillez y desde la humildad».
¿Y si, como les ocurre a muchos fieles, pasan estas semanas e interiormente ni nos damos cuenta?
Es importante no anticiparse, a veces las cosas no se desarrollan según el escenario que nos marcamos. Si lo que verdaderamente esperamos es a Dios, si deseamos su presencia y queremos abrirnos a Él, puede haber buenísimas sorpresas y regalos para toda la vida. Es lo que vivió santa Teresa del Niño Jesús. Con 14 años era todavía muy frágil a nivel emotivo, dependía mucho de los demás. Y en Navidad recibió una gracia de conversión, para salir de sí misma, y una fuerza que le permitió hacerse realmente adulta. Tuvo el sentimiento de que el Señor la visitó. No siempre viviremos cosas espectaculares, pero es a eso a lo que debemos prepararnos; por ejemplo, rezando delante del belén y viviendo la Misa del Gallo como un encuentro con el Señor.
Esta forma despistada de vivir la Navidad, ¿puede deberse a que en lo exterior tenemos un mes y medio de Navidad… sin Adviento?
Las cosas son así. El Adviento es un tiempo precisamente para prepararnos para su venida, para renovar nuestro deseo, nuestra sed, nuestra esperanza. Y hay que aprovechar el alimento que nos da la Iglesia: las lecturas bíblicas o libros de oración. Si integramos esa dimensión la Navidad será más profunda, porque no será simplemente ese regalo que se compra. Los regalos son cosas hermosas, porque expresan nuestro amor. Pero sobre todo tenemos que preparar nuestro corazón. Tampoco hace falta complicar las cosas. Si hacemos cada día un rato de oración, Dios ve nuestro deseo y nuestra espera y viene. No siempre como lo imaginamos, a veces será de forma muy discreta, muy sencilla. Pero su deseo es visitarnos precisamente ahí donde estoy herido, donde estoy solo, donde tengo miedos, pobrezas, tibiezas, sufrimientos. Esos lugares son los que hay que preparar, sencillamente tomando conciencia de qué hay en nuestro corazón y ofreciéndoselo a Dios. Si lo deseamos de verdad y tenemos confianza, algo sucederá.
Usted ha ayudado a miles de personas a rezar mejor. ¿Cómo reza Jacques Philippe en Navidad?
[Ríe] No tengo un programa fijo. El hecho de pertenecer a una comunidad religiosa ayuda mucho, porque están todos los textos de la liturgia [que rezamos]. Creo que se trata sobre todo de renovar nuestra oración para renovar nuestra sed, nuestro deseo, nuestra esperanza: qué esperamos, a quién esperamos. Y renovar también nuestra esperanza, la confianza de que el Señor quiere estar más presente en nuestra vida. Hemos sido creados para Dios y cada tiempo de espera como este viene a recordarnos que la nuestra no es una vida cerrada sobre sí misma con un horizonte terrestre, sino que hemos sido hechos para Dios, para el cielo.
¿Y María?
Es bueno también ponernos en sus manos, por ejemplo rezando el rosario personalmente o en familia. Ella pasó tiempo esperando a su hijo, preparándose para su venida, deseando ver su carita… Y por eso puede ayudarnos.
Nosotros creemos en un Dios encarnado. ¿Cómo debe eso marcar nuestra vida y nuestra forma de orar, en comparación con quienes no creen o pertenecen a otras religiones?
La gran diferencia es que a quien esperamos es a Jesús, y Él ya ha venido. En el centro de todo está la persona de Cristo, Dios que se hace presente en la humanidad de Jesús para estar lo más cerca posible de nosotros. Y desea seguir viniendo para estar más presente aún en nuestra vida, hasta el día en que venga de forma definitiva. El Adviento nos vuelve hacia la venida del Señor al final de los tiempos antes de centrarnos en el misterio de la Navidad.
¿Por qué para muchos ha dejado de ser atractiva la realidad de un Dios personal y encarnado y, en cambio, sienten más interés por las espiritualidades orientales?
El hombre necesita espiritualidad, y a veces cree que conoce el cristianismo pero tiene una idea errónea del mismo y le resultan más interesantes esas otras espiritualidades. No hay que despreciar esa búsqueda, porque la persona que busca sinceramente terminará por encontrar a Dios. Pero me parece que hoy en día hay una dificultad.
¿Cuál?
Todo el mundo tiene esa necesidad de buscar algo más grande que la simple realidad sensible. La gente está dispuesta a hacer espiritualidad, a hacer meditación, a tener distintas experiencias; pero con frecuencia a condición de seguir siendo la dueña de ellas. Así que, de partida, se pone un límite. Creo que aquí tenemos una barrera para entrar en el misterio cristiano: al introducirnos en él, tenemos que reconocer que el centro, los amos, no somos nosotros, sino Dios. Es una puerta estrecha por la que nos cuesta pasar. Y, sin embargo, es la que nos lleva a la verdadera libertad, porque en el momento en que Cristo es el Señor y le seguimos con confianza; ahí entramos en la realidad profunda, en la profundidad del amor. Cuando uno quiere saborear la profundidad de ese amor hay que entender que el amor es donar la vida. Y eso es lo que más cuesta aceptar.
En la Navidad hay un misterio de humildad, de pequeñez, de abajamiento; pero en absoluto de sumisión, porque la razón profunda es el amor infinito de Dios, que es todopoderoso pero se hace pequeño por amor; no para arrasarnos sino, al revés, para hacernos libres. Y esto nos ayuda a entender la verdadera magnitud de la humildad. No es el poder lo que realiza la verdadera grandeza del hombre, sino el ser capaz de amar como Él ama, de hacerse pequeñito por amor ante el otro. No para aplastarlo, no para que uno se desprecie a sí mismo, sino para darle todo el amor que pueda. Un amor que no es dominar, no es poseer, sino acoger y estar cerca del otro; y eso supone la humildad.
Vivimos tiempos confusos. Mientras algunos se alarman diciendo que el Papa Francisco promueve el activismo y se olvida de la espiritualidad y la evangelización, el mismo Santo Padre previene frente al pelagianismo y dice que la Iglesia no es una ONG. ¿Cómo escapar a este riesgo?
Decir que el Papa empuja a la Iglesia hacia el activismo no es verdad. Sí que invita a los cristianos a que se comprometan con su vocación propia de anunciar el Evangelio, servir a los pobres y cuidar la creación. Al mismo tiempo, llama de forma muy fuerte a la oración, insiste en la amistad con Cristo. No es en absoluto un activismo, sino desplegar la caridad; pero fundada en un encuentro con Dios. No es solo una obra humana, sino responder a una llamada. Las fuerzas y la sabiduría humanas resultan insuficientes si no se dejan iluminar por el Espíritu Santo y no se apoyan en la gracia de Dios.
Usted da mucha importancia al tema de la gracia, de la gratuidad de Dios, que coincide con esa afirmación del Papa de que «Dios siempre nos ‘primerea’».
¡Claro! Dios nos precede siempre. Nos invita a que nos apoyemos en Él y a dejarnos conducir por Él. Lo más urgente en la existencia no es hacer cosas, sino primero dejarse tocar por Dios, por su gracia: dejarse renovar, sanar, convertir, guiar por la gracia de Dios. Esa dimensión de encuentro personal es la fuente de todo lo demás.
También puede ser un antídoto frente a un riesgo que se ve en ciertos ámbitos de la Iglesia: convertir la fe en ideología, de un signo u otro.
Esa es una tentación muy fuerte. La fe se convierte en ideología cuando nuestra forma de pensar la realidad cristiana, la visión de la Iglesia, queda vacía del encuentro vivo con Dios. Dicho de otra forma, lo que predomina es una teoría, una forma de ver las cosas, como constructos de la inteligencia separados de una experiencia viva de Dios. Esto produce distintas consecuencias: o un progresismo o un conservadurismo estrecho de miras, u otros 50 tipos diferentes. Pero lo que es común a todas ellas es ese corte de la experiencia interna de Dios y de la gracia.
¿Cómo vacunarnos?
No omitiendo esa experiencia de Dios sino ahondándola a través de la fraternidad, la oración, dedicándole tiempo al Señor, meditando la Escritura. Todo lo que puede aumentar y avivar nuestra experiencia de Dios.
Otro tema muy frecuente en el Papa es el discernimiento: el vocacional para los jóvenes, pero también frente a situaciones difíciles y nuevos retos. ¿Nos resulta más difícil discernir hoy, cuando el abanico de ofertas es tan amplio que a veces es difícil estar seguros de que estamos haciendo la voluntad de Dios?
Me parece (no es un tema que haya estudiado detenidamente) que la intuición fundamental del Papa es que para tener discernimiento, para tomar la decisión justa en una determinada situación, uno no puede conformarse con reglas externas. Ciertas reglas, por supuesto, son fundamentales. Pero es necesario también entender la realidad desde dentro, como algo vivo, y percibir cómo el Espíritu Santo nos invita a vivir esa situación. Esto no siempre es fácil ni sencillo; a veces resulta más fácil conformarse con reglas preestablecidas. No se trata de despreciarlas, pero no siempre son suficientes para entender la complejidad de la situación y para encontrar las actitudes justas que hay que aplicar.
Uno de sus libros es En la escuela del Espíritu Santo. ¿Cómo encajar su creatividad en una vida en la que a veces somos demasiado estrechos de miras y queremos ir siempre por el camino seguro?
Es una pregunta difícil de contestar. La acción del Espíritu Santo no siempre es sensible y no siempre tenemos una luz clarísima. Tenemos que tantear. Pero lo más importante es practicar las actitudes y formas de vida que nos abren a la presencia del Espíritu; y entender qué puede cerrarnos: nuestra forma de ver las cosas, nuestro amor propio, nuestra confianza. Así se va dando esta apertura progresiva que permite que Dios se vaya manifestando. A veces de forma muy clara, y a veces de forma más oscura. Pero si buscamos de verdad, Él sabrá guiarnos.
¿Y qué actitudes nos abren al Espíritu Santo?
La oración, la confianza en Dios, la humildad para no creernos que lo entendemos todo sino reconocernos pequeños, dependientes de la gracia; también el deseo de hacer la voluntad de Dios, la decisión de pertenecerle; vivir el momento presente; tener libertad de corazón, flexibilidad, saber dar gracias a Dios por su presencia y su amor. Todas ellas nos permiten estar abiertos a la gracia, y el Espíritu Santo sabrá cómo guiarnos. No significa que siempre vaya a ser fácil. Pero Dios es fiel, y si de verdad queremos amarlo, nos ayudará a tomar las decisiones de nuestra vida.
¿Qué santos necesita hoy? Santos del pasado como modelos, y actitudes para ser santos hoy.
¡Los santos que más necesita la Iglesia somos nosotros! No creo que haya un solo modelo que todos debamos imitar, más que Cristo. Los santos pueden animarnos, motivarnos, como hermanos mayores. Pero creo que cada uno tiene que descubrir su propio camino de santidad. Y debemos sobre todo ir al Evangelio. La santidad que tal vez hoy en día sea más importante es el espíritu de las bienaventuranzas: pobreza de corazón, humildad, misericordia, paz… ese es el rostro de la santidad siempre; pero a lo mejor tal vez más hoy en día frente a la tendencia actual al orgullo, a la fascinación por las riquezas, a la pretensión de omnipotencia, de controlarlo y transformarlo todo.
Fuente: alfayomega.es.
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