temesdavui.org (Entrevista de Joaquim González Llanos)
«Sin una vida de oración personal, la participación en los sacramentos corre el peligro de quedarse en lago superficial y no dar los frutos para los que han sido instituidos»
El Padre Jacques Philippe (1947), de la Comunidad de las Bienaventuranzas, es un autor reconocido de libros de espiritualidad. También predica retiros, tanto en Francia como en otros países. En la preparación del Año de la fe, en esta entrevista en exclusiva, habla de la oración y afirma que la cuestión de fondo es la de encontrar una nueva vitalidad de la fe, a través de un encuentro personal con Cristo y que la renovación de la Iglesia no puede proceder más que de una renovación de la oración.
El Santo Padre, en su Discurso a la Curia del pasado 22 de diciembre, señaló algunos motivos de preocupación en la Iglesia, como el hecho de que los que van regularmente a la Iglesia son cada vez más ancianos y su número disminuye, el estancamiento de las vocaciones al sacerdocio, el crecimiento del escepticismo y la incredulidad. Y para dar respuesta a estos problemas propone, especialmente en Europa, que la fe adquiera una nueva vitalidad, con una convicción profunda y una fuerza real gracias al encuentro con Jesucristo.
¿Cómo le parece a usted que tiene que ser este encuentro con Jesucristo?
Es cierto que la Iglesia, por lo menos en Occidente, atraviesa una profunda crisis espiritual. Esta crisis es dolorosa y no se resolverá fácil ni rápidamente, pero creo que es un tiempo de purificación de la Iglesia, y que después de este tiempo de crisis habrá una gran renovación de la fe y de la vida de la Iglesia. Debemos por tanto seguir esperanzados. Dicho esto, pienso efectivamente que la cuestión de fondo es la de encontrar una nueva vitalidad de la fe, a través de un encuentro personal con Cristo. Con este fin, toda la comunidad cristiana, como ya dijo Juan Pablo II en la Novo Millenio Ineunte (n. 33), debe ser ante todo una escuela de oración.
La renovación de la Iglesia no puede proceder más que de una renovación de la oración que hace posible una experiencia personal con Dios. No puede existir un encuentro profundo con Cristo sin una vida de oración fiel y perseverante. Pero el encuentro con Jesucristo no es solamente una experiencia subjetiva, sino que tiene también una dimensión objetiva, eclesial. De ahí la necesidad de que, además de la oración personal, exista un enraizamiento en la Iglesia para un acompañamiento, para compartir y verificar la fe. No se puede ser creyente aislándose de los demás, tenemos necesidad de formar parte de una familia espiritual (parroquia, movimiento, comunidad...). Hace falta al mismo tiempo educar a las personas en la oración personal y suscitar comunidades vivas y fraternales.
Un problema de las personas que se plantean la vida de oración es tener un diálogo con Dios, de tú a tú. ¿Cuáles serían los signos de que este diálogo se produce?
El árbol se conoce por sus frutos. El diálogo con Dios es una realidad misteriosa. Al no ser Dios un interlocutor como una persona humana, el diálogo con él se vive dentro de una oscuridad de fe. La señal de que haya un verdadero diálogo con Dios no deriva necesariamente del hecho de percibir sensaciones particulares (aunque esto pueda suceder) o de tener algún tipo de revelaciones. El verdadero signo es que la fe se haga más fuerte, la esperanza más confiada y que estemos más decididos a amar a Dios y al prójimo. El crecimiento de las virtudes teologales es el signo de la verdad del diálogo con Dios. Con estas consecuencias: estamos más serenos, nos distanciamos de los problemas, estamos más desprendidos, percibimos de forma más clara en qué sentido Dios desea orientar nuestras decisiones, etc.
Hay gente que empieza el trato con Dios pero que después no continúa. ¿Qué les diría?
Es una lástima... la perseverancia en la oración es sin duda el combate más difícil de nuestra vida, por tanto vale la pena llevarlo a cabo, porque solamente la perseverancia y la fidelidad permiten a la oración dar sus frutos, llegar a una experiencia personal de Dios y a cambios interiores. Hay que intentar comprender por qué razones no perseveramos (un sentimiento de inutilidad, una experiencia de la propia miseria, dejarse llevar por otras prioridades...) e intentar poner remedio. La razón más frecuente por la cual no perseveramos es la falta de esperanza, el desánimo... Hay que convencerse de que no tenemos nada que perder y mucho que ganar perseverando en la oración y poniendo toda la confianza en Dios. Una vez adquirida la fidelidad, las cosas resultan más fáciles.
Usted escribe sobre la oración y otros temas relacionados en varios libros. ¿Cuál ha sido el orden de composición? ¿En qué orden conviene que sean leídos? Por otra parte: ¿Para qué públicos están pensados?
Sólo he escrito un libro sobre la oración (Tiempo para Dios). Fue mi segundo libro después de La paz interior. Quizás sea bueno empezar por éste último, pues es una invitación a fundamentar la relación con Dios sobre la confianza, el abandono, la aceptación serena de las debilidades... lo que resulta una base necesaria para la vida de oración. Estos libros han sido escritos a partir de mi experiencia en la predicación de retiros a un público variado, constituidos muchas veces por "cristianos normales" que tiene el deseo de ir más a fondo en su vida de fe. Los testimonios que he podido recibir muestran que estos libros pueden dirigirse a todos los públicos.
“La paz interior” es uno de sus libros que más se ha difundido, especialmente en Francia. ¿Por qué es tan importante tener esta paz?
Todos tenemos sed de paz interior. Quizás sea esto lo que explica el éxito del libro. Tiene como fin ayudarnos a encontrar en Dios esta paz, pues solamente Él puede dárnosla. Pero yo recuerdo también en este libro una ley espiritual importante y a veces desconocida: esforzarse por permanecer serenos en toda circunstancia (en tanto que esto dependa de nosotros) es un medio fundamental para dejar actuar más a Dios en nuestra vida. Cuanto más vivimos en un clima de paz, confianza, de abandono, más permeables somos a la tarea del Espíritu Santo y podemos dar frutos. Mientras que el miedo, la inquietud, la agitación nos cierran a la acción de Dios. «Adquiere paz interior y una multitud encontrará la salvación junto a ti», dice San Serafín de Sarov, un gran santo ruso de principios del siglo XIX.
La oración interior u oración mental completa la vida sacramental y está íntimamente unida a ella. ¿De qué modo le parece que se complementan la oración y los sacramentos?
Lo específico de la oración cristiana es que está enraizada en la gracia sacramental. Podríamos dar muchos ejemplos. Hacer oración nos ayuda a desplegar nuestra identidad de hijos de Dios, don que tiene su origen en la gracia bautismal. Es también mantener y profundizar en la relación con Dios en Cristo, comunión que se nutre particularmente de la eucaristía. El sacramento de la reconciliación purifica el corazón para que pueda "ver a Dios", encontrarlo en la oración. Los sacramentos son medios privilegiado por los cuales Cristo se nos presenta y nos permite encontrarle como fuente de vida; suscitan y fortalecen la vida de oración. Pero, en sentido inverso, sin una vida de oración personal, la participación en los sacramentos corre el peligro de quedarse en lago superficial y no dar los frutos para los que han sido instituidos. La oración personal es indispensable para que la participación en los sacramentos sea vivificante y fecunda.
En esta civilización en la que estamos cuesta mucho el silencio interior: la gente está pendiente del teléfono móvil, de lo más inmediato y le cuesta meditar. ¿Cómo conseguir este silencio?
Es cierto que frecuentemente estamos atraídos por los diversos medios de comunicación y que este hecho hace a veces difícil encontrar el clima de silencio y de recogimiento que permite la oración y escuchar a Dios. Hay que intentar tanto como sea posible, crear en nuestra vida un cierto ritmo de "cortes" respecto a estas llamadas exteriores. Ritmo diario de encuentro personal con Jesús, de meditación de las Sagradas Escrituras; estamos hablando de un cuarto de hora. Hacer de vez en cuando unos días de retiro espiritual. Todo esto pide un esfuerzo que vale la pena... Si no, corremos el riesgo de vivir siempre de una manera superficial.
¿Por qué hay que hacer la oración siempre y no sólo cuando uno tenga ganas?
Como cualquier relación auténtica con otra persona, nuestra vida de oración, que es la expresión concreta de nuestro amor de Dios, no se puede basar únicamente en el hecho de tener o no tener ganas... sino que debe derivar de algo más profundo, de una verdadera elección de vida que compromete toda nuestra libertad y nuestra responsabilidad. Es la condición necesaria de una profundización y de una purificación que hace que las dimensiones afectivas y emocionales estén al servicio de algo más profundo y no sean solamente el motor de nuestra elección.
En sus obras aparecen diversos maestros de la vida espiritual. ¿Qué autores podría recomendar para aquellas personas que llevan una vida corriente y que intentan mejorar su vida cristiana?
A cada uno le toca descubrir entre sus maestros espirituales, los que más le hablan y le ayudan a avanzar en función de las afinidades y en función también de las etapas de nuestra vida. Si tenemos un verdadero deseo de progresar y una auténtica búsqueda, el Señor pondrá en nuestro camino hermanos y hermanas del Cielo que estarán en condiciones de ayudarnos. Dicho esto, me parece que hoy en día uno de los referentes más preciados de nuestra vida espiritual es Santa Teresa de Lisieux. Su mensaje es universal, y nos conduce con mucha fuerza y verdad al corazón del Evangelio: el descubrimiento de la misericordia infinita de Padre y la invitación a ir hacia él con sencillez, la confianza, sin inquietarnos jamás por nuestras limitaciones y miserias.
El P. Rainiero Cantalamessa ha señalado que la nueva evangelización correrá a cargo sobre todo de los laicos, entre otras cosas porque los ministros de la Iglesia son sólo decenas de miles mientras que los laicos son centenares de millones. ¿Cómo conseguir que los laicos sean los nuevos evangelizadores?
La idea es correcta, y nuestra época es la del apostolado de los laicos. El Concilio Vaticano II ha querido animar a todos los laicos a responder a su llamada a la santidad y a jugar así un papel privilegiado en la difusión del evangelio. Dicho esto, ser evangelizador no sale porque sí. Supone tener una experiencia de Cristo suficientemente profunda y bella para que se tenga el deseo de comunicarla a los otros. Ello supone también una cierta formación espiritual y teológica para responder adecuadamente a los desafíos del mundo de hoy.
Finalmente uno solo no puede ser evangelizador, sin estar vinculado a una comunidad eclesial de quien recibe una misión. Si se quiere que los laicos jueguen el papel al que son llamados en la difusión del evangelio, hay que hacer lo que ya he dicho más arriba: conducirlos a una experiencia personal con Cristo a través de una vida de oración y una vida espiritual auténtica, y suscitar comunidades vivas, bien enraizadas en la Iglesia que sean un sustento y una guía para el apostolado de los laicos dándoles los medios de formación de los que tienen necesidad, etc.
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