La Gaceta
A petición de esta madre que entregó la vida por su hijo, todos los que asistieron a su funeral recibieron un regalo: una flor y el testimonio de esta joven a la que muchos en la Ciudad Eterna ya llaman “beata Chiara Corbella”
Estaba embarazada y le diagnosticaron un cáncer. Debía iniciar un agresivo tratamiento que podría curarla, pero que mataría al bebé que estaba en su vientre. Rechazó someterse a quimioterapia y entregó su vida por la salvación de su hijo. Una madre coraje de 28 años que murió feliz y que no se dejó arrugar por el lobby abortista.
La historia de la italiana Chiara Corbella impacta a cualquiera. El pasado sábado 16 de junio más de un millar de personas abarrotaron la parroquia de Santa Francisca Romana para darle su último adiós. Guitarras, bongos, violines y un coro enorme quisieron poner un toque de alegría —aunque resulte paradójico— al funeral de esta chica de 28 años que antepuso la vida de su hijo a la suya. Una ceremonia en la que no hubo vestidos negros ni gafas de sol de esas que tapan lágrimas de plañidera. Una despedida que duró dos horas y media y que se convirtió en una auténtica fiesta.
Chiara Corbella siempre estuvo vinculada a esta parroquia. Aquí, en una peregrinación a Medjugorje, conoció a Enrico, con quien se casó pocos años después. Juntos compartieron la fe y su pasión por la música en el coro parroquial. Pronto supieron que esperaban una hija, María.
El embarazo se complicó y el médico les dijo que su pequeña vendría al mundo con problemas de salud. Pese a ello, el aborto no pasó en ningún momento por la mente de este joven matrimonio. «El momento en el que la he visto ha sido un momento que no olvidaré jamás. En ese momento he entendido que estábamos unidas en la vida aunque no pensaba en el hecho de que ella estaría poco con nosotros. Ella estaba unida a mí por la vida, porque era mi hija», dijo la madre tras dar a luz a María, quien fue bautizada y murió solamente treinta minutos después del parto.
Y es que Chiara y Enrico estaban convencidos de que la vida y la muerte no dependen de una persona, sino de Dios. «Aquella media hora no me pareció poco. Fue una media hora inolvidable. Si hubiese abortado, pienso que no podría recordar el día del aborto como una fiesta, un momento en el cual me hubiera liberado de alguna cosa. Pienso que habría sido algo que se quiere olvidar, un gran sufrimiento. El día del nacimiento de María, en cambio, podré recordarlo siempre como uno de los momentos más bellos de mi vida», explicó Chiara en una conferencia cuyo vídeo ya han visto más de cien mil personas en internet.
Ironizar sobre la muerte
Tras la pérdida de María, sus padres querían tener otro hijo. Chiara se quedó embarazada y, a los pocos meses, los médicos le dijeron que su hijo David nacería con gravísimas malformaciones. No se plantearon abortar y el pequeño vino al mundo. Fue bautizado antes de que se apagase su pequeño corazón a los pocos minutos de nacer. Enrico y Chiara eran un matrimonio totalmente abierto a la vida y en 2010 ella se quedó embarazada por tercera vez. En esta ocasión de Francisco. Las ecografías mostraban que, a diferencia de sus dos hermanos, el bebé venía con una salud de hierro.
Estando embarazada de cinco meses, a Chiara le diagnosticaron un cáncer de lengua. Sin embargo, la serenidad del matrimonio sorprendió a todos. Sabían que era vital para la madre someterse a las sesiones de quimioterapia y radioterapia para salvar su vida. Pero ¿qué sucedería con el pequeño Francisco? Su madre lo tuvo claro. Retrasó su tratamiento hasta que naciese su hijo para que las radiaciones no afectasen al embarazo. «No quiero morir por Francisco, quiero dar mi vida a Francisco», dijo Chiara.
El pequeño vino al mundo el 30 de mayo de 2011. Doce meses después, su madre le escribió una carta por su primer cumpleaños. En ella le decía: «Voy al Cielo para ocuparme de María y David, tú quédate aquí con papá. Yo desde allí rezaré por vosotros. Eres especial y tienes una gran misión. El Señor te ha elegido y yo te mostraré el camino a seguir si abres tu corazón. Confía en mí, vale la pena. Mamá». Además dejó escritas unas letras a su marido donde le pedía que no estuviese triste, ya que «ahora voy allí y puedo cuidar de María y David. Tú quédate aquí y cuida bien de Francisco».
Un niño totalmente sano gracias a la entrega de su madre, quien inició sus sesiones contra el cáncer con cuatro meses de retraso. Eso la debilitó mucho e hizo que perdiese la vista de su ojo derecho. Pero siempre tuvo presente que lo había hecho por amor y eso le daba felicidad en medio del dolor físico. Una felicidad que siempre mostraba con una sonrisa de oreja a oreja y con un brillo especial en su mirada. A veces, incluso, se sentía con fuerzas para bromear e ironizar sobre su muerte.
Pese a su debilidad, Chiara nunca perdió la fe. Quiso viajar con su marido y su hijo a Medjugorje (Bosnia-Herzegovina). Les acompañaron parejas jóvenes y muchos niños. Fue un gran esfuerzo para ella, pero lo quiso hacer para ayudar a otros a aceptar el dolor y para ofrecer su sufrimiento a los pies de la Virgen.
¿Es suave esta cruz?
Chiara murió rodeada de amigos y familiares el pasado miércoles 13 de junio de 2012. Su último mensaje de móvil se lo envió al sacerdote de su parroquia. En él decía una escueta pero profunda frase: «Estamos con las linternas encendidas, esperamos al Esposo».
Durante la enfermedad de su mujer, Enrico reflexionó mucho sobre el pasaje del Evangelio de san Mateo en el que Jesús dice: «Venid a mí los que estáis cansados y agobiados […] porque mi yugo es suave y mi carga, ligera». Horas antes de morir, Enrico preguntó a su mujer: «Chiara, mi amor, pero ¿esta cruz es realmente suave como dice el Señor? Ella me miró, me sonrió y con un pequeño hilo de voz me dijo: “Sí, Enrico, es muy suave”. Por lo tanto, no hemos visto morir serena a Chiara, la hemos visto morir feliz», declaró Enrico en una entrevista en Radio Vaticana.
Tras la muerte de Chiara, su marido dijo que «el hecho de haberla visto morir feliz para mí ha sido una victoria sobre la muerte. A mí me daba mucho miedo pensar —después de las experiencias de mis hijos, de David y María— en ver morir también a mi hijo Francisco. Hoy sé que hay algo hermosísimo más allá, que nos espera».
Una veintena de sacerdotes acompañaron al cardenal vicario de Roma, Agostino Vallini, quien presidió ">el funeral de Chiara. La calificó como “la segunda Gianna Beretta Molla”, una santa italiana que a mediados del pasado siglo también ofreció su vida por la salvación de su bebé.
La homilía la pronunció fray Vito, un joven franciscano de Asís que asistió espiritualmente a esta joven madre coraje y a su familia en los últimos momentos. En ella, el fraile dijo que «la muerte de Chiara ha sido el cumplimiento de una plegaria. Tras la diagnosis médica del 4 de abril que la declaraba “enferma terminal”, pidió un milagro. No la curación, sino hacer vivir en paz estos momentos de enfermedad y sufrimiento a ella y a las personas más cercanas». Y concluyó sus palabras con el pensamiento de Chiara de estar pendientes de las cosas simples y de los pequeños detalles. «Nosotros no podemos transformar el agua en vino, pero sí empezar a llenar las tinajas. Chiara creía en esto y esto la ayudó a vivir una buena vida y por tanto una buena muerte, paso a paso», dijo fray Vito.
A petición de esta madre que entregó la vida por su hijo, todos los que asistieron a su funeral recibieron un regalo: una flor y el testimonio de esta joven a la que muchos en la Ciudad Eterna ya llaman “beata Chiara Corbella”.
Pablo Hernández
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