Con ocasión de la fiesta de todos los santos, el sacerdote José Miguel Ibáñez Langlois recuerda que «estas crisis mundiales son crisis de santos, citando a san Josemaría
José Miguel Ibáñez Langlois, sacerdote, poeta y crítico literario profundiza en sus dos últimos libros sobre la fe cristiana. En esta entrevista señala que “cuanto peor andan las cosas en la Iglesia, tanta más falta hace tener mil manos para escribir y mil lenguas para hablar de Cristo”.
Estos dos últimos años ha publicado usted dos libros que han tenido mucha resonancia, tanto en Chile como en el extranjero, “Jesús” y “El Amor que hizo el sol y las estrellas”. Su agenda es muy apretada, por la atención pastoral que presta a muchas personas, por su labor como capellán universitario, y también por su tarea como crítico literario. ¿Cómo logró sacar tiempo para escribir estos libros?
Pienso que cuando escribir es una pasión, el tiempo aparece siempre, por apretados que sean los horarios. En cuanto se presenta un rato libre, allí está uno escribiendo, aunque sea un par de páginas, y luego otra vez, y otra, hasta que sale la obra completa. Por supuesto que me gustaría tener tiempos largos y continuos, pero no a costa del ministerio sacerdotal, que está muy por encima de escribir libros. Pero ese ministerio, a su vez, es un estímulo y una fuente de inspiración muy grande para esta clase de libros.
¿Es cierto que viene en camino un tercer libro del mismo tipo? ¿Puede adelantarnos el tema?
Prefiero no hablar del libro que estoy escribiendo. Cuando salga ya se verá. Sigo el consejo que un sabio escritor me dio hace mil años: “En la puerta del horno se queman los bollos”. Cuando estén fuera, entonces se los podrá comer.
¿Por qué escribir sobre la fe cristiana, cuando mucha gente percibe a la Iglesia sumida en una profunda crisis?
Cuanto peor andan las cosas en la Iglesia, tanta más falta hace tener mil manos para escribir y mil lenguas para hablar de Cristo.
Pero ¿quién se va a animar a comprar un libro de ese tipo cuando la Iglesia católica está siendo cuestionada?
Toda esta locura pasará: las ramas no deben ocultarnos el bosque. La sed de Dios sigue viva. Yo solo sé que mucha gente se anima a leer estos libros. Si las cosas andan bien, hay que leer. Si las cosas andan mal, hay que leer. Con el último libro me está yendo bien por ahora.
En ese libro usted asegura que una parte importante de la cultura actual desespera de encontrar la plenitud de la existencia. ¿Qué respuestas aporta la fe a esta búsqueda permanente?
En realidad lo aporta todo: el sentido de la vida, la alegría de vivir, la entrega al prójimo. Cuando, recién ordenado, predicaba yo a universitarios, les citaba a veces estas palabras de León Bloy: ¡el catolicismo o el petardo! Y esta otra de Guardini: el futuro será cristiano o no será. Hoy lo diría de otra manera, pero lo diría. Con el sentido de Dios viene el sentido del amor, el sentido del dolor, el sentido de la muerte, el sentido de todos los sentidos; viene todo lo necesario para hacer más plenas nuestras vidas.
Parece un sueño dorado…
El cristianismo viene haciendo realidad muchos sueños dorados desde el siglo I. Hay que seguirlos soñando, más todavía cuando parece que estamos en medio de una pesadilla. Tenemos la promesa de Jesús: “Yo estaré con ustedes hasta el fin de los tiempos”.
En la introducción a “El Amor que hizo el sol y las estrellas”, usted señala que ha tenido en cuenta las interrogantes y las dudas más frecuentes que le han planteado sus alumnos en sus casi 60 años de sacerdocio. Si tuviera que señalar tres, ¿cuáles destacaría?
Quizá estas tres: en primer lugar, ¿por qué el dolor?, ¿por qué Dios lo permite? Luego: ¿cómo creer en algo que no se ve ni se palpa ni se verifica con pruebas? Por último: Iglesia sí, curas no, ¿por qué no entenderse directamente con Dios?
¿Qué diría usted a esos creyentes que piensan que de esta crisis de la Iglesia se sale solo con un cambio estructural?
Que es un disparate. La estructura esencial de la Iglesia, la que Cristo le dio, no cambiará jamás. El problema no está ahí, sino en la santidad de sus miembros. Citaré a san Josemaría: “Estas crisis mundiales son crisis de santos”. Y al Cardenal Newman, canonizado el pasado mes de octubre: “Denme cinco hombres santos, y convertiré a Londres”. Pero santificarse, llevar el amor a Dios y al prójimo a su plenitud, es la vocación de todos los bautizados, y de paso es lo mejor que puede hacerse para superar esta crisis.
Mucho se habla del papel de los laicos, pero en un ambiente de raíces tan clericales, ¿cómo debieran ser los laicos para estar a la altura del desafío actual?
La hora de los laicos comenzó el día de Pentecostés. Pero esos primeros cristianos no eran clericales ni sotacuras, sino laicos silvestres, comunes y corrientes, de mentalidad secular, bien metidos en medio del mundo, en su profesión y familia y lugar en la sociedad. Y los primeros sacerdotes tampoco eran clericales en absoluto. Lo que nos hace falta a todos es revivir en el mundo actual el espíritu de los primeros cristianos. Si algo bueno ha traído la última crisis, es esto: el clérigo clerical ya dejó de existir, de mandar y de tener poder: está para servir. Y también debe dejar de existir el laico clerical.
¿Cómo se afirma que la Iglesia es “Santa” cuando hay tantas situaciones que son motivo de escándalo?
Viene bien conocer un poco de historia de la Iglesia, de la Santa Iglesia Católica, con sus tremendos baches y sus maravillosos triunfos apostólicos a lo largo de veinte siglos. ¿Acaso los que se escandalizan de ella son seres puros, inmaculados, intachables? Dice Jesús a los fariseos: “El que esté libre de pecado, ese tire la primera piedra”. La Iglesia militante vive en este mundo, no en el limbo, y si tiene muchos santos, muchos más de los que parece, ella está compuesta por seres humanos, que significa: pecadores. Por decirlo así, el Hijo de Dios se ha ensuciado las manos al venir a este mundo. Y la fe cristiana no se la tiene en nombre del padre Mengano ni del padre Zutano, sino en nombre de Cristo.
¿Cómo contagiar optimismo y esperanza en un mundo donde la Iglesia parece un faro de luz que se está apagando?
Este es un círculo vicioso. Hay pesimismo porque las cosas están mal, en la Iglesia y en el mundo, y las cosas están mal porque hay pesimismo. “Hombres de poca fe, ¿por qué han dudado?” Los sucesos recientes han sido tristísimos, pero ¡Dios no ha dejado de ser Dios! Él no ha dejado de ser omnipotente y misericordioso porque muchos curas hayan caído bajo. “¡Jesucristo ayer y hoy, y siempre el mismo por los siglos!” La Iglesia es la Iglesia, ¡es Cristo! Los sacramentos son los sacramentos. Tenemos poderes inmensos a nuestra disposición. No es voluntad de Dios que se paralice la vida del Espíritu Santo en nosotros por el hecho de sentirnos en crisis.
¿Y qué recomienda usted hacer a un fiel corriente para que se rompa ese círculo vicioso?
Primero y sobre todo, rezar y rezar. La oración hecha con fe viva lo puede todo. En la Comunión de los santos, hay que rezar para salir de ese estado de inercia y de postración y de lloriqueo en que a veces pareciéramos estar, y arreglar lo que se deba, y seguir adelante. No hay que inventar soluciones raras, hay que volver a la identidad de la Iglesia, a las bienaventuranzas, a los diez mandamientos, a los siete sacramentos, a la conversión. “Busquen primero el reino de Dios, y todo lo demás se les dará por añadidura”.
En este momento hay en la Iglesia quienes, por motivos de escándalo, frustración o contagio, se sienten tentados de abandonar su estado o función, su vocación o la misma práctica sacramental o moral. ¿Qué les gustaría decirles?
-Que les comprendemos y acompañamos, que rezamos por ellos, que en la Iglesia no sobra nadie. Que recuerden la vieja leyenda del Quo vadis: cuando Pedro abandonaba Roma, sumido en el desánimo se le acercó en sentido contrario un caminante, al que preguntó: ¿Dónde vas? Y el caminante, antes de desaparecer, le contestó: Voy a Roma, a ser crucificado otra vez. ¡Era Jesús! Entonces Pedro comprendió, dio media vuelta y volvió a Roma.
¿Siente usted que ya escribió todo lo que quisiera comunicar, o sueña con dar forma a otros libros que puedan ayudar a moros y cristianos a acercarse más a Dios?
Apenas tengo 83 años: ¿por qué voy a jubilar? Será lo que Dios quiera. Mientras el Señor me conserve la vida y la cabeza, yo seguiré escribiendo. “El que nace chicharra, cantando muere”.
Fuente: temas.cl
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