Sin una sólida reflexión teológica capaz de presentar las razones de creer, la opción del creyente no es tal
Benedicto XVI ha hablado en repetidas ocasiones sobre el tema de la fe. En su discurso a la Curia romana con ocasión de la felicitación por la Navidad dijo: «El núcleo de la crisis de la Iglesia en Europa es la crisis de fe. Si no encontramos una respuesta para ella, si la fe no adquiere nueva vitalidad, con una convicción profunda y una fuerza real gracias al encuentro con Jesucristo, todas las demás reformas serán ineficaces» (Discurso a la Curia romana, 22 de diciembre de 2011).
Asimismo, durante su viaje a Alemania afirmó: «¿Acaso es necesario ceder a la presión de la secularización, llegar a ser modernos adulterando la fe? Naturalmente, la fe tiene que ser nuevamente pensada y, sobre todo, vivida, hoy de modo nuevo, para que se convierta en algo que pertenece al presente. Ahora bien, a ello no ayuda su adulteración, sino vivirla íntegramente en nuestro hoy. Esta es una tarea ecuménica central, en la cual debemos ayudarnos mutuamente a creer cada vez más viva y profundamente» (Discurso en el encuentro con los evangélicos, en Erfurt, 23 de septiembre de 2011).
Como se puede notar, dos ideas vuelven con frecuencia: la fe se debe repensar y vivir. El Año de la fe podría ser una ocasión propicia para ello. Un verdadero kairós que se debe aprovechar para permitir que la gracia ilumine la mente y que el corazón deje espacio a fin de que emerja la grandeza de creer.
Una mente iluminada debería ser capaz, ante todo, de evidenciar las razones por las que se cree. En estos últimos decenios, el tema no se ha propuesto en teología ni, en consecuencia, en la catequesis. Eso es lamentable. Sin una sólida reflexión teológica capaz de presentar las razones de creer, la opción del creyente no es tal. Se queda en una cansina repetición de fórmulas o de celebraciones, pero no conlleva la fuerza de la convicción. No es sólo cuestión de conocimiento de contenidos, sino de libertad.
Se puede hablar de fe como si se tratara de fórmulas químicas sabidas de memoria. Sin embargo, si falta la fuerza de la opción sostenida por una confrontación con la verdad sobre la propia vida, todo se resquebraja. La fuerza de la fe es alegría de un encuentro con la persona viva de Jesucristo, que cambia y transforma la vida. Saber dar razón de esto permite a los creyentes ser nuevos evangelizadores en un mundo que cambia.
El segundo término empleado por Benedicto XVI es una fe vivida. Esta fe es tanto más necesaria cuanto más se capta el valor del testimonio. Por lo demás, precisamente en referencia a la evangelización, Pablo VI afirmaba sin titubeos que «el hombre contemporáneo escucha más a gusto a los testigos que a los maestros o si escucha a los maestros es porque son testigos» (Evangelii nuntiandi, 41). A pesar de que han pasado decenios, esta verdad sigue manteniendo plena actualidad. El mundo contemporáneo tiene hambre de testigos. Siente una necesidad vital de testigos, porque busca coherencia y lealtad.
Estamos ante el tema del cor ad cor loquitur, que tuvo en Newman un verdadero maestro. Una fe que conlleva las razones del corazón es más convincente, porque tiene la fuerza de la credibilidad. Así pues, el desafío es poder conjugar la fe vivida con su inteligencia y viceversa.
Mons. Rino Fisichella, presidente del Consejo Pontificio para la promoción de la Nueva Evangelización