Ningún espacio en el que el hombre actúa puede legítimamente pretender estar exento de una ética basada en la libertad, la verdad, la justicia y la solidaridad
“Las cuestiones económicas y financieras, nunca como hoy, atraen nuestra atención, debido a la creciente influencia de los mercados sobre el bienestar material de la mayor parte de la humanidad. Esto exige, por un lado, una regulación adecuada de sus dinámicas y, por otro, un fundamento ético claro, que garantice al bienestar alcanzado esa calidad humana de relaciones que los mecanismos económicos, por sí solos, no pueden producir” (idem, n. 1).
El compromiso con el bien común se manifiesta no sólo en las relaciones interindividuales, sino en las macro-relaciones sociales, políticas y económicas. Por eso, la Iglesia propuso al mundo el ideal de una “civilización del amor”.
El bien común de las sociedades humanas se basa en la certeza de que en todas las culturas hay muchas convergencias éticas, expresión de una sabiduría moral común, fundada sobre la dignidad de la persona. “Esto vale todavía más ante la constatación de que los hombres, aún aspirando con todo su corazón al bien y a la verdad, a menudo sucumben a los intereses individuales, a abusos y a prácticas inicuas, de las que se derivan serios sufrimientos para toda la humanidad y especialmente para los más débiles y desamparados” (idem, n. 3)
En efecto, ningún espacio en el que el hombre actúa puede legítimamente pretender estar exento de una ética basada en la libertad, la verdad, la justicia y la solidaridad (idem, n. 4). «Hoy, pensando en el bien común, necesitamos imperiosamente que la política y la economía, en diálogo, se coloquen decididamente al servicio de la vida, especialmente de la vida humana» (Francisco, Carta enc. Laudato si’, n. 189).
Hay una gran tarea que realizar a nivel mundial. “Si bien es cierto que el bienestar económico global ha aumentado en la segunda mitad del siglo XX, en medida y rapidez nunca antes experimentadas, hay que señalar que al mismo tiempo han aumentado las desigualdades entre los distintos países y dentro de ellos. El número de personas que viven en pobreza extrema sigue siendo enorme” (Consideraciones para un discernimiento ético…, n. 5).
La reciente crisis financiera era una oportunidad para desarrollar una nueva economía más atenta a los principios éticos y a la nueva regulación de la actividad financiera, neutralizando los aspectos depredadores y especulativos y dando valor al servicio a la economía real. Esta oportunidad no ha sido aprovechada.
Está en juego el verdadero bienestar de la mayoría de los hombres y mujeres de nuestro planeta, que corren el riesgo de verse confinados cada vez más a los márgenes, cuando no de ser «excluidos y descartados» (Exhort. ap. Evangelii gaudium (24 de noviembre de 2013), n. 53) del progreso y el bienestar real, mientras algunas minorías explotan y reservan en su propio beneficio vastos recursos y riquezas, permaneciendo indiferentes a la condición de la mayoría.
Hace falta ampliar los horizontes de la mente y el corazón, para reconocer lealmente lo que nace de las exigencias de la verdad y del bien, y sin lo cual todo sistema social, político y económico está destinado, en definitiva, a la ruina y a la implosión. Es cada vez más claro que el egoísmo a largo plazo no da frutos y hace pagar a todos un precio demasiado alto; por lo tanto, si queremos el bien real del hombre verdadero para los hombres, «¡el dinero debe servir y no gobernar!» (Ibidem., n. 58).