Entrevista a David Engels (1979), historiador y profesor en el Instituto Zachodni de Polonia y en la Universidad Libre de Bruselas
"Leyendo a Engels −afirma Michel Houellebecq− se me ocurrió esta idea extraña, incluso incongruente: que Nietzsche, si viviese hoy, tal vez sería el primero en desear una renovación del catolicismo. Aunque luchó encarnizadamente contra el cristianismo como ‘la religión de los débiles’, él comprendería hoy que toda la fuerza de Europa residía en esa ‘religión de los débiles’, y que sin ella Europa está condenada".
Houellebecq habla del historiador belga David Engels, quien armó mucho revuelo con su primera reflexión sobre la decadencia de Europa (Le Déclin. La crise de l'Union européenne et la chute de la République romaine [La Decadencia. La crisis de la Unión Europea y la caída de la República romana], Éditions du Toucan, 2013) y ahora acaba de publicar como continuación Que faire? Vivre avec le déclin de l'Europe [¿Qué hacer? Convivir con la decadencia de Europa] (Blue Tiger Media, 2019), una guía de supervivencia para los amantes de Occidente en torno a la cual ha sido entrevistado por Louise Darbon en Le Figaro:
Su libro ‘Que Faire? Vivre avec le déclin de l'Europe’ es más un testimonio personal que un ensayo político. ¿Por qué ha querido compartir estas reflexiones íntimas?
La situación es grave: no es sólo un modelo político, económico o social el que está desapareciendo gradualmente, sino todo lo que fue, durante miles de años, "Occidente". Esta evolución es todo menos un hecho diferencial, y bastaría tomar buena nota antes de continuar como si nada: la decadencia masiva de Europa como civilización es una verdadera tragedia histórica que nos concierne a todos, no sólo como colectivo, sino también como individuos.
Personalmente, sufro muchísimo ante el fin anunciado de la civilización occidental que amo de todo corazón, y sé que no soy en absoluto el único, aunque es cierto que hay muchos contemporáneos que aún no se han dado cuenta plenamente de la naturaleza gravísima de dicha evolución, o no se atreven a sacar las obligatorias conclusiones.
Este libro lo he escrito para ellos, con el fin de compartir con ellos mis reflexiones y así saber cómo nosotros, amantes de Occidente, de su historia, de su patrimonio y sus tradiciones, podemos permanecer fieles, en un mundo post-europeo, a nuestras convicciones más hondas para, de este modo, transmitirlas a nuestros descendientes.
En este libro recuerda la analogía entre la decadencia actual del mundo occidental y la decadencia del mundo greco-romano que usted estudió en unos de sus libros anteriores. ¿En qué basa esta comparación?
Efectivamente, la decadencia de Occidente, como han demostrado numerosos historiadores, entre ellos Oswald Spengler o Arnold Toynbee, no es un accidente del camino: está inscrito en la lógica de la propia Historia, que ya ha conocido el ascenso y el declive de numerosas civilizaciones. En mi libro Le Déclin, del que acaba de salir una edición de bolsillo con un nuevo prólogo, he intentado demostrar hasta qué punto la crisis actual de Europa recuerda a la de la República romana del siglo I, que fue destruida a causa de una crisis política, económica, demográfica, étnica y social sin precedentes: las revueltas endémicas se transformaron en verdaderas guerras civiles antes de dar un giro radical hacia un Estado autoritario que, ciertamente, estabilizó la crisis, pero al precio de reducir drásticamente la libertad política y de estancarse a nivel cultural.
Estoy convencido de que en los próximos dos decenios también nosotros debemos esperar esta evolución; lo único que puedo hacer es lanzar un llamamiento a mis lectores para que se preparen.
Afirma que pocas personas se atreven de verdad a hablar de "decadencia". ¿No teme que hablar de ello pueda tener como consecuencia que, efectivamente, suceda?
Esto es como la medicina: ¿le gustaría a usted que un médico tratara su cáncer como un resfriado por temor al impacto psicosomático de hacerle a usted partícipe de la situación real? Del mismo modo, creo que la honestidad consigo misma debe ser la virtud suprema de toda civilización que se respete. Callar voluntariamente ante la realidad de los procesos culturales que están en marcha −ya sea la inmigración masiva, el envejecimiento de la población, la islamización, la inteligencia artificial, la disolución de los Estados-nación, la autodestrucción del sistema escolar y universitario, el inmenso retraso de Europa respecto a China, la transformación de la democracia en tecnocracia− es, en mi opinión, un acto de alta traición que tiene consecuencias perdurables. Porque cuando la verdad −es decir, la naturaleza cada vez más irreversible del proceso− explote abiertamente, incluso los últimos restos de confianza en nuestro sistema político se harán trizas, como también la solidaridad social entre los distintos grupos sociales y culturales que forman nuestra sociedad.
Sólo examinando sincera y fríamente la situación actual podemos determinar los márgenes de maniobra (cada vez más reducidos) que aún nos quedan, e intentar pensar en las reformas necesarias para salvar y estabilizar lo que aún persiste de nuestra civilización, como ha señalado muy bien Michel Houellebecq cuando ha expresado su aprecio por mi libro en la contraportada del mismo.
Parece preocuparle más esta decadencia de la civilización que los discursos alarmistas sobre la urgencia climática...
Al contrario: aunque sigo siendo escéptico en lo que atañe a la supuesta urgencia climática y, sobre todo, al impacto humano en el marco de esta teoría, la explotación desmesurada de nuestros recursos naturales y la expoliación de la diversidad y la belleza de la naturaleza a todos los niveles forman parte integral de nuestro declive como civilización, como sucedió también hacia el final de la República romana. Es por esto por lo que estoy convencido de que es fundamental no arremeter contra los síntomas, sino contra las verdaderas causas: no es sólo disminuyendo el CO2 u otras materias problemáticas, sino trabajando sobre la ideología materialista, consumista, egoísta del mundo moderno como podremos encontrar un equilibrio con la naturaleza, aun sabiendo que el verdadero peligro para nuestro medio ambiente no viene de Europa, que ha hecho progresos inmensos al respecto, sino más bien de Asia...
Además, en este contexto, siempre me asombro del discurso doble que tienen numerosos ecologistas: mientras que a nivel ecologista prefieren defender un "conservadurismo" cada vez más radical, a nivel cultural defienden un constructivismo extremo: se diría que para muchos de ellos la desaparición de una especie de rana es más importante que la desaparición de la civilización europea... También para sensibilizar a la opinión pública sobre la riqueza de nuestra cultura y el riesgo de verla diluirse o desaparecer por completo he escrito este libro.
¿Será el Brexit el primer signo concreto de este desmoronamiento de Europa que usted teme?
Entre nosotros, confieso que no estoy convencido de que el Brexit se materialice, aunque es cierto que el nombramiento de Boris Johnson puede darle un vuelco a la situación. Sin embargo, no hay que confundir "Europa" con "Unión Europea": durante siglos, Occidente ha estado política y culturalmente más unido de lo que está ahora. Una desaparición o transformación de la Unión Europea como tal no significaría en absoluto un desmoronamiento de Europa como civilización.
Este desmoronamiento viene sobre todo de dentro, no de fuera. La destrucción de la familia tradicional, el relativismo cultural, el masoquismo histórico, el pensamiento políticamente correcto, la tendencia a censurar toda opinión que no guste, la sustitución de comunidades homogéneas y, por ende, solidarias, con una yuxtaposición de agrupaciones que sólo buscan su propio beneficio, la polarización social, el cinismo con el que toda noción de verdad absoluta es sustituida por "compromisos" pactados: estas son las verdaderas razones del desmoronamiento de Europa.
Los sucesos políticos que vemos hoy en día, a saber: la transformación de la Unión Europea en el defensor principal de todo lo que acabo de enumerar así como la voluntad, no sólo de los británicos, sino también de los "populistas" de toda Europa, de sacrificar la unidad europea en aras de la protección de su propia identidad son sólo las consecuencias deplorables. Porque la verdadera respuesta viene de otra parte: Occidente solo podrá equilibrar su decadencia actual si vuelve a sus raíces y permanece solidario y unido. Por desgracia, este mensaje se comprenderá cuando sea demasiado tarde.
Afirma que no quiere caer en el catastrofismo. Pero no se puede decir que sea usted un optimista...
En primer lugar, me considero un historiador y no puedo evitar constatar que todas las grandes civilizaciones humanas conocen ciclos históricos más o menos análogos. ¿Por qué Occidente debería ser una excepción a este regla milenaria? Además, creo que soy un observador bastante sensible a los procesos que afectan actualmente a nuestra sociedad: basta dar un paseo por las periferias de París, Londres o Bruselas; o viajar por las zonas rurales, cada vez más vacías; o constatar en primera persona el nivel educativo en los colegios y universidades; o estudiar la evolución de los tipos de interés; o discutir con los administradores políticos nacionales y europeos, cada vez más desconectados de la realidad; o sentir cómo crece la desesperación y el desamor de los europeos por su sistema político; o ver que Occidente se está transformando radicalmente, y no para mejor.
La explosión de la gran crisis que todos esperamos tal vez pueda aplazarse, a un gran costo, unos meses o unos años. Pero cuando las cajas estén vacías y la Seguridad Social quiebre, nos daremos cuenta de que los "chalecos amarillos" han sido sólo el preludio de conflictos mucho más violentos. La Europa que surja entonces no se parecerá en casi nada a la que nosotros conocemos actualmente con sus últimas sacudidas. Si queremos empezar a conservar algo de lo que nos importa de esta civilización que se marchita, el momento de hacerlo es ahora...
Por último, este pequeño libro puede leerse como una guía de supervivencia personal (usted insiste sobre ello). ¿Realmente no hay medios para una acción colectiva que frene esta decadencia que, por lo que usted opina, parece ineludible?
¡Sí, claro! Por otra parte, en reiteradas ocasiones he dicho que esta pequeña guía no reemplaza en absoluto la actividad política y colectiva; al contrario, la "vida activa" y la "vida contemplativa" se complementan para formar una sociedad realmente estable. Pero hay que darse cuenta de que Europa va muy mal y que, en el mejor de los casos, cambiará radicalmente respecto a la Europa en la que la mayoría de nosotros crecimos en sociedad. Si de verdad queremos mantener nuestra identidad a través de las crisis que nos esperan, ha llegado el momento de que dejemos de responsabilizar a un mundo político mayormente indiferente, si no hostil, a la verdadera cultura europea −y del que no será nada fácil librarse−, y de que empecemos a defender y reforzar nuestra identidad en la vida diaria.
Efectivamente, constatamos cada vez más la fuerza interna de esas "sociedades paralelas" que ya dominan nuestras metrópolis: si no nos decidimos rápidamente a reafirmar nuestra identidad, en breve no tendremos ni siquiera derecho a nuestra propia "sociedad paralela"... A partir de ahora, el tiempo con el que podíamos contar para la estabilidad tanto de nuestro sistema político como cultural se ha cumplido; si queremos proteger nuestra herencia, la lucha debe duplicarse a partir de ahora: por un lado, debemos transformar a cada individuo, cada familia, cada grupo de amigos en una pequeña fortaleza con valores e identidades unidas; por el otro, debemos desarrollar una nueva ideología política que una el conservadurismo cultural con la lucha por una Europa unida (no necesariamente idéntica a la Unión Europea). Este es el tema de mi último libro, Renovatio Europae, publicado hace unas semanas en alemán y que en los próximos meses saldrá en francés, inglés, polaco, italiano y español, y que forma un díptico con Que faire?
Fuente: religionenlibertad.com.
Entrevista de Louise Darbon, en lefigaro.fr.
Traducción de Elena Faccia Serrano.
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