La maestría de William Maxwell se manifiesta en esos detalles casi imperceptibles de amor, de dedicación, de estar siempre presente
William Maxwell, escritor y editor americano, tiene unas cuantas obras bien conocidas y quizá la más tierna y recordada es Vinieron como golondrinas. El relato está directamente relacionado con la epidemia que dieron en llamar “gripe española”, a principios del siglo pasado, aunque poco tuvo que ver con España, y que produjo una gran mortandad en América.
En este ambiente, a principios del siglo XX, una familia. Seguramente podríamos decir que una familia típica. Dos niños y esperando el tercero. Un padre que ejerce de severo y un poco autoritario. Una madre que es el alma. La maestría de Maxwell se manifiesta en esos detalles casi imperceptibles de amor, de dedicación, de estar siempre presente.
Es muy posible que el hecho de que hoy día la dedicación al trabajo esté más igualada entre hombre y mujer haga más difícil ese clima en el que la madre lo es todo. Una madre que está mucho en la casa, que sin llamar la atención está en todas las cosas, especialmente pendiente del marido y de los hijos, una madre para quien, sin duda alguna, su prioridad es la familia, es una imagen magníficamente descrita por el autor.
Es una experiencia que hemos tenido la mayoría de los que ahora ya contamos más de 50 años. Luego las cosas han ido cambiando y ahora, con gran frecuencia, el padre está poquísimo en casa y la madre está poco en casa. Y los niños están con la chica. Y cuando los padres llegan a casa están cansados y, por lo tanto, fácilmente irritables. Algo ha cambiado.
Cuando Maxwell escribió esta novela solo pensaba en ese ambiente que existía fácilmente en cualquier hogar de América o de Europa. No hacía ningún tipo de comparaciones, describía magistralmente el ambiente de hogar. Para ello se mete −y esto es muy complicado− en el pensamiento de los niños, en sus sentimientos. Y, ya se sabe, no es lo mismo un chaval de 13 años, adolescente hasta no poder más, que un crío de 10, mimoso y dependiente de la mirada de la madre. Describir esto desde la interioridad de la persona es un arte y hace que esta novela sea una delicia para leer y para volver a comparar, lo que hay y lo que hubo.
Dirán lo que quieran los sociólogos, los psicólogos y los empresarios, pero antes había hogares con alma. Quizá si se cambiaran los papeles pudiera servir también, él más tiempo en casa, ella más tiempo en el trabajo. Puede ser, aunque es más difícil. Pero lo que es indiscutible, creo, es que ahora faltan ambos con bastante frecuencia. Y luego piensan que eso se arregla con caprichos del fin de semana. Eso es mal criar. Estando en casa se puede exigir, regañar, y sobre todo amar. Cuando el cariño de padres y, sobre todo de madres, se deja para el finde, hay un desorden.
A Dios gracias, hoy por hoy todavía existen modelos. En la mayoría de los casos son esos matrimonios que han optado, sin lugar a duda, por la familia numerosa, en la medida que Dios se lo concede. Pero no son las únicas. En las familias numerosas hay una predilección por la presencia. No es siempre fácil. La presencia de la madre amable, sonriente y exigente cambia mucho las cosas. O el padre, pero la experiencia dice que le cuesta un poco más, por pura psicología.
Recomiendo el libro de Maxwell para entender un poco mejor lo que quiero decir, aunque algunos ya saben.